Texto de Pedro Andrade / Fotografías de Marta Martín
A 700 metros del Kursaal está la famosa Plaza de la “Trini” (Trinidad), que es otra de las sedes del festival de jazz de Donostia y que lleva celebrando los conciertos al aire libre desde el primer día de programación, hace ya 57 años. Ahí nos esperaba Steve Coleman y sus Five Elements, banda consolidada desde hace varios años, 41 para ser exactos, según el testimonio del propio Coleman en una entrevista ofrecida para la televisión vasca. En la misma entrevista el saxofonista indicaba que su pretensión y reto personal es superar el récord de Duke Ellington, músico y líder que mantuvo a su banda en activo durante más de 50 años.
Como es bien conocido, Coleman huye de las etiquetas y vierte su talento en la improvisación y la creación musical espontánea, ese es uno de los conceptos que caracterizan a esto que se ha denominado, la M-Base, movimiento del cual Coleman es fundador y que, más que una clasificación de un género de jazz, se trata de una filosofía con la que se lleva a cabo la acción de interpretar y generar música. Los conciertos de Coleman son únicos e impredecibles precisamente debido a esta idea, la música que se genera sobre el escenario se hace a partir de una base que fluctúa en bucles dando la oportunidad, a cada uno de los músicos, de recrear, a través de su visión musical, su estado de ánimo e individualidad, un todo nuevo y único, que se interconecta, frecuencial y geométricamente, con las interacciones del resto de la banda.
Durante el concierto pudimos entender además algo que es característico de Coleman: su curiosidad e interés casi arqueológico por las músicas del mundo, así, durante sus interpretaciones pudimos distinguir influencias de música funk, hip-hop, jazz, música progresiva, latina, africana, etc. Temas como Wheel of nature, Djw, Little girl I miss you, Ascending numeration, fueron las primeras muestras de la simbiosis y el letargo con los que trabajan Coleman y sus músicos, de los cuales cabe destacar las intervenciones del rapero y productor Kokayi, que a modo de MC, proyectó una propuesta lírica y sonora sugerente, vital, que continuaba musicalmente las líneas melódicas, los cortes y los cambios de ritmo con el resto de instrumentos de la banda: el trompetista Jonathan Finlayson, el bajista Anthony Tidd y el baterista Sean Rickman, todos incondicionales de Coleman desde hace varios años.
La música del de Chicago consigue crear un ente sonoro orgánico en el que destaca, más allá del virtuosismo evidente de cada uno de sus músicos, la complicidad y el compromiso de cada uno de ellos con la arquitectura musical que sostienen y levantan pieza a pieza en cada una de sus intervenciones. Unit fractions, The streets, Change de guard fueron las composiciones base con las que fueron dando forma a la estructura final del concierto. Coleman, hombre de pocas palabras, intervino ante el público solamente para presentar a sus acompañantes, despedirse y dar las gracias al público presente y al festival de Jazzaldia que, por sexta vez, contaba con sus servicios para formar parte del cartel.
Tras una breve pausa, los músicos volvieron nuevamente al escenario para ofrecer un único encore, con Rumble young man, rumble, que dio el brochazo final a un concierto en el que quedó demostrado que en la música de Coleman los prejuicios no tienen cabida. En su música están presentes la experimentación y el devenir de lo espontáneo que impulsa el latir del músico, su forma de sentir la vida y expresar sus emociones. Está presente lo exclusivo y lo efímero, el virtuosismo instrumental pero también la sencillez melódica.