Recuperamos, para la sección de «Hemeroteca» de la web, esta breve reseña publicada en el primer número de la revista de Más Jazz en papel en 1998
Redescubrimos alguno de los discos más destacados de la época.
Por Mario Benso
Esperábamos con creciente interés las nuevas entregas de esta especie de ‘semana fantástica’ que tuvo por protagonista a Charlie Haden en la edición de 1989 del festival de Montreal.
Después de haber escuchado los dos primeros volúmenes (dos extraordinarios conciertos de la mano de Don Cherry y Paul Bley), cabía preguntarse si los futuros transitarían por el mismo camino; tras escucharlos detenidamente, no cabe otra respuesta, al menos para mí, que la afirmativa: tanto el de Geri Allen como el de Gonzalo Rubalcaba son dos discos de gran calado, en los que esa especie de rítmica minimalista que forman Haden y Paul Motian demuestra su versatilidad a la hora de vincularse a solistas tan diferentes como la norteamericana y el cubano. Ese es el milagro de esta gente: pueden tocar con cualquiera y seguir siendo ellos mismos, pueden integrarse en cualquier contexto musical del que surja riqueza expresiva en su estado más puro.
Da igual que se trate de la sobriedad incuestionablemente monkiana de una Geri Allen (confesada desde los compases iniciales de Blues in Motian, y reforzada en sus líneas melódicas intrincadas, oscuras, de una brillante sofisticación), o el barroquismo virtuoso de Rubalcaba, que en ocasiones se diría choca con el gusto de Haden y Motian por desplazarse a zancadas pausadas, de esas que llegan al suelo mucho después de su sombra: allí donde es donde están los dos, escuchando y dialogando, cumpliendo el sagrado deber de todo músico de ser feliz creando colectivamente.
Tal vez el trío con Allen suene más compactado, más telepático, si se me permite (no en vano, es una unidad que llegaría a mantenerse junta un buen puñado de años), mientras que Gonzalo se sumerge con respeto en un repertorio ‘muy Haden’ (La Pasionaria, Silence, The Blessing), tratando de respirar el mismo aire que sus compañeros; eso sí, aportando su escalofriante técnica y ese gusto tan latino por los crescendos luminosos, por el romanticismo un poco desbocado. Su lectura de clásicos como Solar está preñada de generosidad de ideas, muchas agolpadas de tal manera que tal vez para el oyente pidieran paso con menos premura, pero la frescura de su estilo es tal que uno no puede sino rendirse ante un pianista tan impetuoso como inteligente.
Supongo que aún quedan tres o cuatro de estas Montreal Tapes por ver la luz y me consta que el material aún por editar posee momentos memorables. Si esto es así, no cabe duda de que este racimo de noches mágicas figurará no solo entre los recuerdos más importantes de un señor llamado Charlie Haden, sino también entre los testimonios claves de finales de la pasada década. Su secreto: tocar al borde mismo de la vida, de cada nota.