Recuperamos, para la sección de «Hemeroteca» de la web, esta breve reseña publicada en el primer número de la revista de Más Jazz en papel en 1998
Redescubrimos alguno de los discos más destacados de la época.
Por Pablo Sanz
El venerable Ray Brown sobrevive en los catálogos de la música negroamericana dando nuevo lustre a ese jazz lejano en el que aún se asientan las esencias mismas del género. El sentido medido del tempo, regalado con un swing cadencioso y exquisito, la versatilidad y elegancia de la expresión, los espacios improvisados creados a partir de poemas melódicos… son aspectos turgentes de un autor beligerante con el discurrir del tiempo.
La música de Ray Brown siempre me provocó una tenue sonrisa, un deseo incontenible de chasquear los dedos, y muchas sensaciones placenteras que tienen que ver con el recuerdo primero de otros tantos jazzistas decisivos. Su discurso no es nuevo, ni lo pretende ni aspira a ello, pero en su hilván sonoro uno descubre siempre las evidencias de este arte improvisado que es el jazz. Tan sólo por eso merece un estrellato generoso como el que prologa estas líneas.
Ahora llega empaquetada una de sus actuaciones en el Scullers Jazz Club de Boston, junto al trío habitual que le acompaña en la primera línea de fuego. El concierto se registró durante las sesiones del 17 y 18 de octubre de 1996, y allí están presentes el piano erudito de Benny Green y la batería fogosa de Gregory Hutchinson. El repertorio empleado para la ocasión nos acerca tímidamente al particular breviario del contrabajista, incluyéndose manuales sucintos de Miles Davis, Gershwin, Mort Dixon, Oscar Peterson o Bruno Martino.
La lectura arranca con el jubiloso Freddie Freeloader de Miles, un anticipo justo de lo que a continuación vendrá. El sonido voluminoso y sedante del contrabajo de Ray Brown encuentra respiradero certero en la trama melódica que normalmente se sugiere desde el piano delicado de Benny Green, un talento reciente con maneras de antaño. La complicidad de ambos nos testimonia sus respectivas aventuras con Oscar Peterson, afianzando el discurso lírico, pero sin olvidar el delirio de lo imprevisto. Y en la retaguardia, Hutchinson, un eficaz baterista que cuando se le deja espacio también resuelve con ideas propias.
El trío nos entrega después otros clásicos de semejante calado (En State, You’re my everything, Bye, bye Blackbird, If you only knew… ), que dan cuerpo a ese hálito nostálgico que caracteriza al sonido de Ray Brown. Los relieves apenas se destacan, o al menos se dibujan con discreción, para abundar en ese jazz depurado que mira directamente al corazón. Y es entonces cuando el hechizo surge en cada gesto, en cada fraseo, en cada canción. Un clásico para toda la vida.