Texto: José An. Montero
Fotos: María Ramos.
El contrabajista que formó parte del mítico Segundo Quinteto de Miles Davis junto con Herbie Hancock al piano, Tony Williams a la batería y el saxofonista Wayne Shorter actuó en el 42 Cartagena Jazz Festival el pasado 10 de noviembre.
Bastaron unas palmadas en su muslo para que el Teatro-Circo de Cartagena supiera que la espera de un año había merecido la pena. Ron Carter cumplió la promesa de regresar al Festival Jazz de Cartagena después de haber suspendido la actuación del año anterior por enfermedad. Segunda de sus tres fechas consecutivas en España. Barcelona, Cartagena y Madrid. Nueve, diez y once de noviembre. Una gira que continuará la próxima semana en el Cadogan Hall de Londres.
Obviamente, a los ochenta y cinco años ya no es el mismo Ron Carter que junto el baterista Tony Williams, y en palabras de Ted Gioia, “destrozaba el equivalente en el jazz del continuo espacio-tiempo alrededor (…) con un nivel de energía digno de un cohete Saturn V”. pero conserva ese don mágico que hace que le baste una simple caricia a la tapa del diapasón de su contrabajo para que éste parezca empezar a tocar por sí solo.
“Estáis vosotros, la noche y la música. Soy Ron Carter”, dijo al micrófono. Y no pudo resumir más acertadamente estos noventa minutos de concierto en los que el público de este mítico festival cartagenero paladeo cada nota de lo que será una noche para el recuerdo.
Un festival que desarrolla su 42 edición bajo el lema “Cuestión de actitud”, con un diseño de cartel brillante obra de Pepo Devesa en colaboración con el cineasta Salvi Vivanco a partir de una cinta de cine doméstico de los años setenta protagonizado por Belén Chacón, que le sienta como un guante a lo vivido en este concierto.
El elegante baterista Payton Crossley fue su complemento ideal en la sección rítmica. Discípulo aventajado de Alan Dawson y acompañante precoz del gran Ahmad Jamal, entronca perfectamente con la mejor tradición del jazz. No es un Payton Crossley un aporreador, sino un sutil buscador de matices en la batería, desde los más primarios a los más delicados, siendo el latido del corazón de todo lo que sucedió sobre el escenario.
En este concierto, dedicado “a todos los que nos precedieron y ya no están”, en palabras del propio Ron Carter, jugó un papel imprescindible la pianista y compositora canadiense Renee Rosnes, que de manera sutil y delicada deslizaba melodías en el Steinway sobre las que se iba apoyando el contrabajo de Carter.
Si Crossley y Rosnes aportaron a la noche esencias de música clásica, el complemento del saxo de Jimmy Greene remitió a la pura esencia del jazz. Desgarrado, profundo, casi trágico en contraposición al delicado piano de Rosness, como si el escenario del Teatro-Circo de Cartagena se aunase en un momento toda la tradición del jazz, traspasando incluso esas fronteras para construir en la imaginación un musical eterno donde Miles convive con Vivaldi o Falla.
Y sobre todos ellos un magistral Ron Carter, capaz de la infinitud en el contrabajo, sorprendiendo en cada nota, en cada momento, extrayendo sonidos inimaginables de estas cuatro cuerdas, con serenidad, con magisterio, con profundidad. Capaz de hipnotizar a todo aquel que siga los movimientos de unos dedos capaces de alargarse hasta el infinito para vibrar junto a las cuerdas. Como explica Miles Davis en sus memorias, “Paul had already told me Ron was a motherfucker of a bass player”. Mereció la pena la espera. Una noche mítica.