Nos vemos a la vuelta: recordando la LIX edición del Jazzaldia

Texto y fotos: Antonio Torres 

@atorresjazzphoto

 

Entrar un año más en el festival al que he sido más fiel, en lo que empieza a ser una vida larga por mi parte, siempre da un poco de vértigo. Se me agolpan los recuerdos de mi primer desplazamiento en 1974, novena edición -importante edición-, fue el primer año que el festival salió de “La Trini” para, curiosamente, recibir a alguien que hoy tiene una placa de reconocimiento en la icónica plaza de la parte vieja de Donosti, el contrabajista Charles Mingus.

Ante las expectativas, a pesar de que el festival mantuvo -como era habitual- una programación de profesionales y de grupos no profesionales en la plaza, decidió, aquella edición, llevar el concierto de Mingus al velódromo de Anoeta, donde durante años actuaron las figuras más reclamadas por el público. Fue así hasta 1992, año en que, de nuevo, el festival se replegó hacia “la Trini” y se pusieron en marcha paulatinamente otros escenarios hasta llegar a los doce con los que cuenta hoy en día, si he hecho bien las cuentas. Muy mal sonido en Anoeta, pero mucha más capacidad de aforo. Aquella edición también fue importante para el grupo que nos desplazamos desde Sevilla (Colectivo Freeway), porque una foto en la Trini al grupo que lideraba el pianista Earl Hines fue la que utilizamos para el cartel en la primera edición del Festival Internacional de Jazz de Sevilla en 1980. Como ya por aquella época teníamos un programa de radio “Afroamerica” en la LVG de Sevilla, fuimos acreditados y recuerdo perfectamente la rueda de prensa en el ayuntamiento con Charles Mingus, de cómo imponía su figura grande, aferrada a un puro de buen tamaño. Era una época donde cabía todo: dormir en el camping de Igueldo, bocadillos de paté en el merendero de Anoeta, comidas en mesas corridas de algunos bares de Gros, cámara rusa Zenit comprada en Andorra con una óptica imposible para las condiciones de un concierto nocturno, y, por supuesto, colas para intentar pillar un sitio cercano a los músicos. Viaje de un tirón en un dos caballos que nunca me dejó tirado y la convicción de emprender la misma ruta todos los años -de hecho, fue así al menos hasta 1986-. Después una larga ausencia por razones profesionales y personales, desde 2005, en la cuadragésima edición – la cual batió récord de asistencia de público-, hago veinte años de asistencia continuada a Jazzaldia, un festival que me sigue reclamando cada año.

En el año 2005, Jazzaldia había cambiado mucho, se había hecho inconmensurable, es decir, imposible de abarcar. Algo sí permanecía, las colas de la Trini. Afortunadamente, actualmente ese tema se ha solucionado, adjudicándole un único efecto positivo a la pandemia de COVID. El tener que numerar las localidades ha permitido que la dirección del festival se haya dado cuenta que es una mejor solución, ya que una cola de más de cien metros por las calles de la parte vieja de Donosti repletas de turistas podría suponer un verdadero problema de orden público. De todas maneras, también hay que decir que a las colas de muchos años debemos el buen rollo existente con los colegas fotógrafos que ocupábamos los primeros lugares de esa espera eterna a la apertura de puertas.

Estamos en la 59º edición y esto crea una sensación inevitable: pensar en lo que nos pueda deparar la 60ª por aquello del poder evocador de los números redondos. Una buena noticia es que parece que Miguel Martín, director del festival y funcionario municipal, va a seguir al frente del evento, en el que lleva embarcado desde 1978, alguien que lo vive, lo defiende y que siempre ha estado al rescate en situaciones de crisis, que las ha habido. Siempre ha tenido claro la importancia del festival como uno de los eventos más importantes de la ciudad, el más antiguo de España y uno de los más antiguos de Europa.

Hacer una crónica generalista de un festival como el Jazzaldia es una misión bastante imposible, trescientos noventa y un artistas en setenta y ocho conciertos distribuidos en doce escenarios, a lo que se añaden ocho conciertos del ciclo JazzEñe en colaboración con la Fundación SGAE. Los números son apabullantes. Los conciertos gratuitos han acumulado 165.000 personas y los de pago 20.604, lo que ha supuesto un récord en la historia del festival. Se han comprado entradas desde treinta y dos países distintos, se han agotado las mismas en trece conciertos y se ha vendido el 88,8% del total de las entradas numeradas disponibles. Números que nos facilita la eficiente oficina de prensa del festival, que puede darnos una idea de la dimensión de este evento cultural en torno al jazz.

A lo largo de los años uno intenta optimizar los esfuerzos, que es una forma elegante que uno tiene para reconocer sus propias limitaciones. Si hay un espacio mágico para cualquier aficionado que haya ido al Jazzaldia ese es la Plaza de la Trinidad. “La Trini” es un indispensable, donde se respira un ambiente especial, es un sitio donde se convive, se hace merienda-cena, conoces a mucha gente con la que has coincidido año a año, te mojas casi siempre, pero, sobre todo, es un espacio donde se crea una conexión diferente entre artistas y público, el espacio más proclive para que se produzca el momento único que todos deseamos presenciar.

Dicho esto, este año, el programa de la Trini comenzaba un día después de lo habitual y eso me permitió moverme por los alrededores del Teatro Kursaal donde la oferta gratuita es impresionante, con dos escenarios que suelen ser atractivos, el Frigo y el espacio FNAC, situados a diferente nivel en las terrazas posteriores de Kursaal, al borde de la arena de la playa de la Zurriola. En esta ocasión el espacio Frigo nos deparaba un concierto inesperado por su ubicación. De nuevo, la saxofonista Lakecia Benjamin, a la que vimos en la Trini en 2022, se metió al público en el bolsillo con un concierto lleno de energía, eléctrico -como su indumentaria-, donde comenzó con su particular homenaje a John y Alice Coltrane contenido en su disco Coltrane´s (2020) para introducirse rápidamente en su último trabajo, Phoenix (2023), de arquitectura más sencilla con incursiones en el funk, el R&B o el hip hop, que entusiasmaron a un público totalmente entregado, haciendo que la saxofonista excediera el tiempo establecido y que prácticamente su manager se la llevara del escenario. El segundo concierto de la noche en el mismo escenario nos trajo a dos clásicos del sonido hard bop, el trompetista Eddie Henderson y el trombonista Steve Davis, música de club de ejecución perfecta.

Nos vamos a la Trini, al concierto más potente que había en el programa, cuatro grandes sobre el escenario el saxofonista Chris Potter, el pianista Brad Meldhau, el contrabajista John Patitucci, y el batería Johnathan Blake, un cuarteto de lujo auspiciado por Potter y Meldhau y que dieron un recital de buena música, música de nivel superior, medida por Meldhau y expandida por Potter sobre una de las sesiones rítmicas más sólida de los últimos años, Pattituchi y Blake. El concierto, que presentó siete de los temas del álbum grabado por el grupo Eagle´s point (Edition records 2024), fue una demostración de lo que pueden hacer cuatro músicos que disfrutan con lo que hacen y cómo lo hacen, músicos con complicidades automáticas que despliegan sin aparente esfuerzo un torrente de armonías bien construidas sobre las que se desencadenaban lo relatos personales en sus solos improvisados, música cuidada en la composición por Potter y trasladada por el grupo a un público que llenaba la Trini convencido de que había acertado plenamente acudiendo a Jazzaldia por muchos kilómetros que hubiera recorrido.

Sólo una nota negativa, algo que siempre me veo obligado a denunciar. De nuevo Meldhau, porque estoy seguro que el resto del grupo no intervino, prohibió el trabajo de los fotógrafos en su concierto. Ya ocurrió el año pasado en Vitoria y con otros músicos en San Sebastián, también en Jazzaldia. Me parece una falta de respeto para profesionales que hacen su trabajo y que tienen derecho a informar con imágenes de personajes públicos. Cualquier día también prohibirán que escribamos crónicas como esta. Creo que las direcciones de los festivales deberían tomar posición en este asunto y poner también condiciones que garanticen la libertad de información. Solo se piden, al menos, cinco minutos al principio de los conciertos, creo que no es mucho.

La segunda actuación de la noche, sin este tipo de problemas, fue la cantante coreana Youn Sun Nah, voz privilegiada con registros imposibles y manejando el scat vocal con soltura. El concierto tuvo casi el mismo contenido del que pude asistir en noviembre en el Teatro Cervantes de Málaga, aunque en aquella ocasión fue en dúo, con el pianista y teclista Benjamin Moussay. En la Plaza de la Trinidad se presentó con dos pianistas/teclistas Eric y Tony Paeleman, que hicieron kilómetros en el escenario intercambiando el instrumento ya que piano y teclados estaban colocados en zonas opuestas. El concierto lo planteó la cantante, desarrollando versiones de estándares contenido en su disco Elles, reivindicando las voces femeninas que popularizaron esos temas, alguno seguido discretamente por el público como el “Killing Me Softly With His Song”; además, algún guiño a la música patria como el tema “Asturias” de Albéniz, o un alarde de cambio de registro con el “Jockey Full Of Bourbon” de Tom Waits. Creo que el público quedó sorprendido positivamente con la propuesta, aunque he de reconocer que yo ya venía sorprendido de casa.

El siguiente día en la Trinidad tenía un hueco para un habitual de este escenario, el pianista menorquín Marco Mezquida, en su sexta participación en el Jazzaldia -él recordaba otras muchas que lo había hecho como espectador desde el fondo de las gradas de la Trini-. En esta ocasión, Marco Mezquida venía a presentar su último trabajo Tornado (autoeditado, 2023), que acompaña a otros dos álbumes editados en el mismo año: el doble CD Charming Carmen (Live at Casa Seat)(autoeditado 2023) y A Night at the Casino (Jazz Granollers Records, 2023). Tornado es un ejemplo más de la versatilidad de registros que tiene este pianista, que en este caso vino acompañado por la misma formación de la grabación: el contrabajista japonés Masa Kamaguchi y el batería Ramon Prats, dos valores seguros. Un proyecto lleno de energía, creado en la imaginación del pianista en sus viajes a Japón en la temporada de tifones. Un trabajo donde se imponen los contrastes y que pone a prueba su capacidad técnica a los mandos del instrumento (Tornado, Love You Both / Emotional Tornado), y que proyecta momentos de introspección de un gran lirismo (Self Portrait, Pasión, Adiós abuela). Sin remedio, el pensamiento de Marco Mezquida componiendo estos temas en la soledad de un hotel en Tokio, me lleva a una película de culto Lost in Translation. Un trabajo redondo que dejó muy buenas impresiones en un público que aprecia cuando las cosas se hacen bien, vengan de donde vengan.

Terminó la segunda noche con un concierto de poco riesgo: el cantante Gregory Porter, que siempre convence con su voz cálida, profunda y modulada, quizás en un espectro vocal más cercano al soul y al gospel que a las posibilidades infinitas del jazz, pero que impresiona por su fuerza y su presencialidad. Desde luego, la posible simplicidad del repertorio lo va compensando con la atmósfera creada por el grupo que le acompaña habitualmente, grandes músicos como son Chip Crawford en el piano, Ondrej Pivec en el órgano Hammond, Tivon Pennicott en el saxo tenor, Jahmal Nichols, esta vez con el bajo eléctrico y Emanuel Harrold en la batería, equipo compenetrado donde el saxofonista Tivon Pennicott tiene cada día un mayor protagonismo -por cierto, hace poco visitó el Clarence Jazz en Torremolinos liderando su propio grupo-. Concierto el de Gregory Porter que cumplió las expectativas del público, que siempre está dispuesto a disfrutar con una buena voz.

Llegamos al tercer día de Jazzaldia, dedicado a figuras estelares del jazz de vanguardia de las últimas décadas, en primer lugar, el dúo formado por el guitarrista John Scofield y el contrabajista David Holland, dos músicos que a estas alturas no tienen que demostrarnos nada, salvo comprobar su maestría y su buena forma, concierto lleno de complicidades, de diálogos musicales precedidos apenas de una mirada. Se lo pasaron bien los dos músicos y, aunque el formato de dúo guitarra/contrabajo puede llegar a resultar duro, el público valoró más el buen hacer y la garantía de la presencia de dos mitos vivos en la historia del jazz encima del escenario.

La noche se cerró con un músico que se ha prodigado poco por Europa y de hecho era su primera actuación en el Jazzaldia, se trata del contrabajista William Parker, considerado el contrabajista más representativo de todos los tiempos del free jazz. Este año, el festival ha reconocido a este músico con el Premio Donostiako Jazzaldia, un reconocimiento a toda su trayectoria y el músico ha correspondido ofreciendo tres conciertos en diferentes escenarios y formatos: en dúo, trío y cuarteto. Está última fue la fórmula para la plaza de la Trinidad. Música fiel a su trayectoria, sin concesiones, dotada de una gran personalidad y con un campo abierto a la improvisación de los músicos que le acompañan, convencido, como declaró en su rueda de prensa, de que la improvisación es una forma de composición. Música que evoluciona sobre un soporte cambiante del contrabajista, al que permanentemente responden y se adaptan los músicos que le acompañan con relatos musicalmente complejos. Buena ejecución de las posibilidades de sus instrumentos la de sus compañeros de viaje, la pianista Eri Yamamoto, el saxo alto Rob Brown y el batería Ikuo Takeuchi, música que busca esencias de los sonidos y con la que Parker siempre ha estado comprometido, lejos de buscar ninguna aceptación, pero seguro de llegar, aunque sea a una minoría.

De forma inesperada aquí acabaré esta crónica. Convencido estaba que iba a ver en directo por primera vez a John Zorn, pero acontecimientos personales que no estaban en el programa me obligaron a interrumpir esta larga ruta por el norte para volver al tórrido sur. Me iba a perder al que ha sido el protagonista absoluto del Jazzaldia 2024, tres sesiones de conciertos en escenarios diferentes (Kursaal y Trinidad) con proyectos y músicos diferentes, no es la primera vez ni probablemente será la última. La compulsiva actividad creativa de este músico da para eso y para más. Me tendré que conformar con escuchar los relatos de los conciertos que mis compañeros de viaje que se quedaron me harán llegar, y seguir escuchando el seguimiento exhaustivo que el compañero Santi Molina hace de sus “Bagateles” en su magnífico podscat La Montaña Rusa.

Atrás queda mucha actividad del Jazzaldia de este año que ni siquiera he mencionado por imposibilidad y por incomparecencia, pero siempre queda “la Trini”, que es un sensor muy fiable de lo que es este festival. Me sabe mal salir sin despedirme de compañeros de fotografía que, por cierto, tampoco pudieron dejar constancia en imágenes de ese día porque al Sr. Zorn no le gusta que le hagan fotos. Peligra la memoria visual de los acontecimientos culturales, y eso que estos son artistas…

El año que viene será la 60º edición del Jazzaldia y esperemos estar ahí para verla y disfrutarla.

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2 comentarios en «Nos vemos a la vuelta: recordando la LIX edición del Jazzaldia»

  1. Gracias por la estupenda crónica! Suscribo completamente la crítica de la prohibición de hacer fotos que imponen algunos artistas y la condescendencia que aplican los festivales cuando, además, entre el público cientos de teléfonos móviles graban y fotografían el concierto. Yo me sitúo entre ellos y sea con mi cámara o con el móvil les imito gustosamente. Un saludo y que cumplas muchos más!

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