Almerijazz 2024, variedad y futuro

Texto: Ramón García

@ramongarfer66

 

En nuestro país, las ciudades pequeñas, esas que están alejadas de casi todo, se enfrentan siempre al sempiterno problema de la falta de recursos, sobre todo si hablamos de cultura. El caso de Almería es de sobra conocido: un lugar al que, aún hoy en día, cuesta horrores llegar, con un tren en el que se invierten casi ocho horas, con suerte, para plantarse en Madrid. Lo de la Alta Velocidad en esa ciudad del sur continúa siendo ciencia ficción. Aun así, su afición por el jazz es bien conocida en el resto de nuestra geografía,  y fue una de las pocas ciudades que en las últimas décadas del pasado siglo contó con un auténtico club de jazz, el Georgia Jazz Club, y con un atractivo festival de jazz cuya primera edición se celebró en un ya lejano 1984. Un festival que, con no pocas dificultadas y algunos años en barbecho, ha logrado llegar a su XXXII edición y una nueva denominación, Almerijazz.

El cartel de esta edición se presentaba algo incierto para el aficionado, con algunos artistas algo alejados, a priori, del universo jazzístico, otros que repetían visita, la participación de músicos locales y algún que otro concierto de carácter inédito. Vamos por partes porque, al final, ha resultado mucho más interesante y satisfactorio de lo que se podía prever.

El jueves 30 de octubre, la designada para romper el hielo fue la cantante y pianista italiana de ascendencia nigeriana Afra Kane. Llegaba con el aval de un premio en el prestigioso Festival de Jazz de Montreux, además de un EP (Scorpio, 2019) y dos larga duración en su haber, HyperSensitive (2022) y el reciente Could We Be Whole (2024). Poseedora de una voz limpia y potente, podría evocarnos a la mítica y progresiva Kate Bush o a la más íntima Tori Amos, pero también a grandes divas más actuales de la canción norteamericana, como Rihanna o Beyoncé. Sus composiciones, alejadas de la comercialidad y con una temática a veces casi filosófica, y suelen estar arropadas por arreglos repletos de influencias del soul, R&B y algunos toques electrónicos. Pero al Auditorio del Museo Arqueológico de Almería llegó con una propuesta minimalista –o, quizá, más económica–, solo a piano y voz, algo que restó espectacularidad al concierto, algo monótono por momentos. Esos arreglos más crudos y sobrios, sirvieron, eso sí, para que la artista mostrase sus habilidades pianísticas donde evidenció más influencia de compositores como Ravel o Bela Bartok que de cualquiera de tradición jazzística. Sonaron varias piezas de su reciente trabajo, como “Empty Promises”, “Procrastinating”, “Death in My Dreams” e incluso su primera composición en castellano, “Palabras”, así como algunas de sus trabajos anteriores, como “F.O.B.G (Fear of Being Great)” o “Start again”, una balada con toques góspel en solicitó su complicidad al público, algo que había trabajado con bastante habilidad y simpatía desde los primeros compases del recital.

En definitiva, una curiosa e interesante propuesta, de una artista bastante original como compositora, con un especial talento como cantante y un insólito virtuosismo al piano. Eso sí, solo apta para espíritus muy sensibles.

Uno de los platos fuertes del festival llegaba al día siguiente, viernes 1 de noviembre, trasladándose al escenario principal, el Auditorio Maestro Padilla de la capital almeriense. Allí se presentaba, por tercera vez en poco más de dos años, la prestigiosa compositora y arreglista norteamericana María Schneider, que ha establecido unos fuertes lazos con Almería debido a su colaboración con Clasijazz. El concierto era el primero de una gira que está llevando a Schneider junto a la Clasijazz Big Band por ciudades como Mallorca, Barcelona, Guimarães (Portugal), Gante (Bélgica), Palencia, Lugo, Zaragoza y Madrid.

Aunque algunos tachen su música como algo fría y cerebral, para mí gusto la compositora tiene un especial talento y sensibilidad realizando unos arreglos impecables para grandes orquestas y una gran capacidad para describir, a través de la música, todo tipo de situaciones o de sentimientos profundos. Para esta ocasión eligió de su extenso catálogo de composiciones piezas como “Gree Piece” o “Bumba Blue”, de su primer trabajo, Evanescence (1994), la intimista “Sanzenin” -que dedicó a las víctimas de la tragedia de Valencia, muy reciente en ese preciso momento-, la mini suite “Hang Gliding”, que describe su aventura volando en ala delta en Brasil, “Walking by Flashligt”, inspirada en un poema de Ted Kooser o “Celurian Skies”, en la que refleja su pasión por la observación de las aves. Hay que destacar la impecable ejecución de la Clasijazz Big Band, y la excelente forma de todos los instrumentistas que fueron interviniendo en las diferentes piezas, con solos tan brillantes como imaginativos. Músicos como el acordeonista Philippe Thuriot, los trompetistas Bruno Calvo y Pepelu Rodríguez, los saxofonistas Pedro Cortejosa, Enrique Oliver, Tete Leal, Irene Reig o Francisco Blanco ‘Latino’, los trombonistas Jose Diego Sarabia, Tomeu Garcías y Rita Payés (también cantante), el guitarrista Jaume Llombart, los pianistas Dahoud Salim y Pablo Mazuecos (fundador y alma de Clasijazz), o la sección rítmica con Bori Albero al contrabajo y Andreu Pitarch en la batería, brillaron a una gran altura, demostrando que están junto a la Schneider por merecimientos propios.

El siguiente recital es uno de los que más se alejaban del jazz, algo que siempre genera cierta polémica. Salvador Sobral, que se presentaba el 2 de noviembre, no puede evitar ser recordado por su participación y triunfo en la edición de 2017 del Festival de Eurovisión. Y eso reconociéndole el mérito de obtener el galardón gracias a una canción bellísima, algo poco habitual en ese despropósito de concurso. Además, ha sido capaz de llevar una posterior carrera seria y digna, alejado de la farándula y ordinariez supina que rodea a todo lo que tiene que ver con ese esperpento donde la música es lo de menos desde hace décadas. Aun así, la suspicacia se respiraba en el ambiente.

Sin embargo, desde su aparición en escena, entonando por entre el público “Amor a capella”, que enlazó con un potente “Porque canto”, ambas de su más reciente trabajo Timbre (2024), a un servidor se le disiparon las dudas respecto a la calidad de la propuesta. Hay que tener cuenta que incluso los grandes festivales como los de Vitoria-Gasteiz, Donosti o San Javier, deslizan entre sus propuestas a artistas tan dispares como El Niño de Elche, Elvis Costello, The Waterboys o Pretenders que, en general, poco tienen que ver con el jazz. Por tanto, Sobral, con sus años como alumno en el Taller de Músics de Barcelona y su clara querencia por el jazz más melódico, tiene bien merecido poder ser incluido en el cartel de cualquier de estos festivales.

El portugués fue poco a poco desgranando algunos temas de su último disco, como “Al llegar”, “Traição agradecida”, “El regalo que me hiciste” o “De la mano de tu voz”. Por supuesto, interpretó su eurovisivo hit, “Amar pe los dois”, pero también un recuerdo para el pianista de jazz portugués Bernardo Sassetti e incluso una vieja joya de Joni Mitchell, “A Case of You”. Todo ello apoyado por una banda muy profesional y solvente, formada por la pianista bielorrusa Katerina L´Dokova, el contrabajista André Rosinha, el guitarrista André Santos, el batería Joel Silva y la cantante y trompetista catalana Eva Fernández. Siento contrariar a quien piense que un concierto de Sobral, por su fama de baladista algo trágico, pueda inducir a la depresión. El artista es todo un showman, buen conocedor de los resortes que atrapan al público casi de inmediato, transmitiendo una enorme conexión con toda su banda. Que encontrásemos poco jazz en su propuesta no fue óbice para disfrutar de un recital en el que la buena música y la exquisita sensibilidad del artista quedaron por encima de discusiones sobre estilos concretos.

La cuarta jornada, el domingo 3 de noviembre, se anunciaba con el algo equívoco subtítulo de ‘Noche de jazz hecho en Andalucía’, aunque se dedicó casi en exclusiva al jazz hecho por almerienses (que, por otra parte, no dejan de ser andaluces). Se aprovechó para entregar del premio ‘Georgia Jazz Club en memoria a Serafín Cid’, que anda ya por su quinta edición y que recayó en manos del saxofonista Pepe Viciana, precisamente el encargado de iniciar la velada en cuarteto y con un homenaje a Charlie Parker. Viciana es un histórico del jazz almeriense, un músico de formación clásica que, desde su juventud, sintió una especial atracción por el jazz. Aun siendo un excelente multi instrumentista, sus instrumentos principales son el saxo y el clarinete. Se podría decir que es todo un bopper. Acompañado por el guitarrista Jacopo Vacca, el contrabajista Antonio Valero y el batería Lito Vergara, durante casi una hora abordaron piezas míticas del repertorio de Parker como “Ornitology”, “Yardbird Suite”, “Confirmation”, “My Little Suede Shoes”, “Parker´s Mood”, “Donna Lee” o “Billie´s Bounce”. Viciana fue cambiando de instrumento, pasando por el soprano, el alto, el clarinete, el clarinete bajo, e incluso sentándose al piano para interpretar una versión de “Out of Nowhere” a ritmo de bossa nova. Siempre es satisfactorio volver al be bop, y mucho más cuando está en manos de un solista de la solvencia de Pepe Viciana.

La segunda parte de la noche estaba reservada a otro cantante de la tierra, José Luis Jaén, alguien que, al igual que Sobral, se ha dado a conocer para el gran público tras su participación en algunos talent shows como Tierra de Talento o Cover Night. Sus preferencias se centran en los boleros, el son cubano, el tango y, en general, todas aquellas canciones donde pueda lucir su privilegiada voz y volcar sus sentimientos con vehemencia, algo clave en su espectáculo.

Esto podría haberle llevado por caminos alejados del jazz pero, sin embargo, ha querido enfocarse hacia este estilo, contando para ello con músicos experimentados en la improvisación y el lenguaje jazzístico, como Robert Chacón al piano, Reiner Elizalde ‘El Negrón’ en el contrabajo y David León en la batería, todos bien conocidos en el circuito nacional. El resultado es una propuesta muy seria e interesante, en una tradición ya iniciada por Martirio y Chano Domínguez o, más recientemente, por Toni Zenet, por poner dos ejemplos mucho más conocidos. Para la ocasión, además, contó con la participación especial de uno de los mejores guitarristas de Almería, Paco Rivas, que también ha colaborado en su primer disco ‘Directo Jazz San Javier (2024)’, grabado en vivo este pasado verano en ese prestigioso festival murciano. En su repertorio, bastante variado, combina temas de origen flamenco como “S.O.S”, de la cantaora Mayte Martín, una versión del clásico de Billy Preston “You are so beautiful”, el bolero de Benny Moré “Fiebre de Ti”, el tango de Piazolla “Vuelvo al sur”, la impresionante “Garganta de arena” de Cacho Castaña o esa gema de nuestra música popular llamada “Mediterraneo”, de Serrat. Aunque la noche podía ser interpretada como un pelín chovinista, si en Almería existen buenos proyectos y músicos con talento, ¿por qué no mostrarlos a la misma altura y en los mismos foros que los que llegan desde fuera?

Dicho esto, reconozco que el concierto más satisfactorio de todo el festival recayó en las manos del contrabajista canario Tana Santana. Esa quinta jornada del festival –que transcurrió en la Sala Clasijazz-, presentaba el proyecto de este gran músico, todo un descubrimiento. En caso de existir un galardón a ‘mejor actuación del festival’, un servidor no dudaría en otorgar su voto al más desconocido del cartel. En un festival de jazz, a mi entender, deberían primar los proyectos de música improvisada con repertorio original, interpretados por músicos cohesionados y con la debida complicidad respecto a la propuesta que presentan. Todo esto y mucho más, es lo que ofreció Santana presentando su disco Hiru (2024), magníficamente apoyado por una banda sin fisuras, con Virxilio Da Silva en la guitarra eléctrica, David Xirgu en la batería, Xan Campos al piano y el saxofonista Roberto Nieva. Entre todos ellos tejieron una mezcla entre jazz acústico con toques muy contemporáneos y una cierta presencia del rock más experimental. Por allí se colaron influencias de la Mahavishnu de McLauglin, del Jarrett de los setenta o de contundencia  de King Crimson; incluso con algún toque de folclore canario. Sonaron todos y cada uno de los temas del disco, y la banda tuvo ocasión de mostrar su enorme calidad como instrumentistas y su imaginación a la hora de improvisar. Paradójicamente, frente a los varios cientos de personas que acudieron al resto de conciertos, la Sala Clasijazz registró una escasa asistencia esa velada.

La sexta jornada, celebrada el viernes 8 de noviembre, retornaba al Auditorio Maestro Padilla y a los grandes nombres internacionales, algo que, a estas alturas, no ofrece ninguna garantía. No obstante, poco que objetar a la gran profesionalidad y talento de la mítica pianista brasileña Eliane Elias. Quizá algo de conservadurismo en su propuesta, que desde hace décadas se centra en un tipo de jazz cercano al mainstream, donde alterna sus propias composiciones con las de los grandes de la bossa nova, bordeando peligrosamente el pop comercial, del que solo se libra gracias a sus extraordinarias dotes como instrumentista y al elenco de excelentes músicos de los que se suele rodear. En esta ocasión se presentaba en el escenario escoltada por el contrabajista Marc Johnson, su compañero sentimental desde hace tiempo, y responsable de la producción y arreglos en todos sus discos. Johnson puede presumir en su currículo, entre otros muchos logros, de haber sido miembro del trio de Bill Evans durante la última época del genial pianista. La guitarra estuvo empuñada por el brasileño Leandro Pellegrino y en la batería, desde Rio Claro (São Paulo), se sentaba el simpático y habilidoso Mauricio Zottarelli.

Aunque el concierto comenzó con la enérgica “To Each His Dulcinea”, la mayor parte del repertorio se centró, como era de esperar,  en constantes referencias a la bossa nova; en algún caso tan previsibles como las trilladísimas “Brasil (Aquarela do Brasil)” o “A felicidade”. También se recurrió a clásicos latinos como “Esta tarde vi llover”, de Manzanero o la poco acertada y simplista versión de “Corazón Partío” de Alejandro Sanz. En otros momentos, la pianista sí tiró de repertorio propio (que lo tiene) con temas como “Falo do amor” o “At First Sight”, ambas de su reciente trabajo Time and Again (2024). A nivel instrumental es muy destacable el fraseo jazzístico de Elias, una virtuosa del piano cuando la ocasión lo requiere, como en su espectacular intro previa a  “Desafinado”. Nada que objetar a la calidad como improvisador de Marc Johnson, maestro incontestable, ni a la elegancia y sobriedad de Pellegrino a la guitarra o la espectacularidad de Zottarelli a las baquetas, sobre todo en la parte final. En definitiva, un concierto muy correcto, con momentos algo previsibles que se alternaron con destellos de jazz de muchos quilates.

La última jornada, el 10 de noviembre, volvió a tener carácter andaluz, ya que se presentaba la inédita reunión entre el trio del pianista sevillano Dorantes y la Big Bandarax. David Peña, conocido artísticamente como Dorantes, es flamenco por tradición familiar. Nieto de María ‘La Perrata’ y sobrino de Juan Peña ‘El Lebrijano’, ha bebido de esa tradición musical desde que nació, pero no es un pianista flamenco al uso, como podría ser Diego Amador. Tampoco un especialista en jazz como Chano Domínguez. Su formación clásica (estudió en el Real Conservatorio de Sevilla) influye en su música que, en ocasiones, se queda a medio camino entre todos esos estilos. Aun así, hay que reconocerle un cierto toque personal que acaba dando personalidad a todas sus composiciones, siempre muy descriptivas, con un carácter claramente épico y donde se cuelan armonías y frases flamencas, así como momentos de improvisación tendentes a la espectacularidad. Por su parte, la Big Bandarax es una formación nacida en 2015, que se ha ido nutriendo de jóvenes alumnos de diversas escuelas de música de la comarca almeriense del Andarax.

A mi entender, el concierto se vio afectado por un excesivo protagonismo del pianista sevillano. Durante el recorrido por algunas de sus piezas más conocidas, como “Orobroy”, “La calma”, “Sur” o “Sin muros ni candados”, los jóvenes miembros de la Big Bandarax realizaron una ejecución impecable, pero se echó de menos la intervención como solista de alguno de ellos. El propio director, José Carlos Hernández, joven pero experimentado trompetista, miembro también de la Clasijazz Big Band, habría aportado más colorido a la noche, de haber dispuesto de algún espacio para improvisar. La sección rítmica, con Javier Moreno en el contrabajo y Sergio Fargas a la batería, se limitaron también a acompañar con solvencia cada uno de los temas de su líder, el único que contó con extensos espacios para su lucimiento. No obstante, resultó un espectáculo atractivo y es muy valorable que los músicos veteranos se presten a estas colaboraciones con las nuevas generaciones que conforman una prometedora cantera jazzística.

Visto con la perspectiva, a edición ya finalizada, el balance es positivo, sobre todo en cuanto a variedad y calidad de todos los músicos. Se echa de menos, desde luego, la incorporación de más propuestas nacionales de calidad, que las hay y muchas. En caso de recurrir a los grandes nombres de fama internacional, no es mucho pedir que se opte por los que están más encuadrados en la tradición jazzística. Al fin y al cabo, se supone que el jazz debería ser el protagonista principal en todos los festivales que se realizan para difundir y celebrar este estilo musical. Por último, tampoco estaría mal volver a realizar –como si se ha hecho en algunas ediciones anteriores– actividades paralelas al festival, como presentaciones de libros, proyección de películas o documentales o charlas y conferencias impartidas por expertos, todo ello relacionado con esta música.

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