E-JAZZ #6: MARTA MANSILLA

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Texto: Daniel Román

@romanro.daniel

Fotos cedidas por Marta Mansilla

Esta sección se ha convertido en una suerte de semblanza u homenaje a las mujeres en la música. Las entrevistas iniciales, como si fueran retratos al carbón, reflejan solo de manera tangencial lo acontecido: una impresión, una sensación, o un espacio vacío. En ocasiones, me acercan a libros que resuenan en mi memoria; en otras, hacia la política de la escucha. Siempre intento, por respeto hacia las formas y a las retratadas, mantener una correspondencia entre lo que escucho y lo que imagino. Voy guiado por ellas. Este pensamiento es esporádico, equívoco y un intento errático de acercarme a las imagenes que quedan en mi memoria.

¿Quién es «la gente»? Esas voces imaginarias que dictan cómo deben ser las cosas o cómo deberían hacerse. El espejo es uno mismo, a solas con sus fantasmas, rumiando. Pascal Quignard, en su obra Vida secreta, reflexiona sobre músicos maravillosos que un día abandonan la música. No soportan la exposición ni la crítica. Él afirma que exponerse en un escenario es equivalente a morir. Cada vez que cantamos en público, somos puestos a prueba. Una y otra vez debemos ser la mejor versión de nosotros mismos en todos los aspectos: escribir la música, la letra; ser queridos, valorados por nuestros pares, y visibles en las redes sociales; coordinar fechas, pasajes, hoteles, comidas; manejar la convivencia, las pruebas de sonido, saber de mezclas, estudios de grabación, marketing, diseño, orquestación, electrónica, plataformas; llenar formularios, emitir facturas. Entonces, ¿por qué?

Marta Mansilla Blanco se enfrenta —y resuelve— a todo esto y más: flautista, con formación de conservatorio, líder de su propio proyecto, amante del jazz, el soul y el flamenco. La influencia de la música afroamericana contemporánea se refleja en la factura impecable de sus producciones musicales: la composición, los coros, el uso preciso de la electrónica y los efectos de su flauta. Marta flota sobre ese manto sonoro que proponen los teclados y sintetizadores en temas como Pacemaker o en Dillo. Su música no pertenece a un lugar, sino a un momento. La propuesta de esta flautista y cantante me parece una manifestación del detalle y la dedicación presentes en cada etapa de su realización. Una «directora» que va construyendo y construyéndose en la templanza de sostener la ilusión de ser esa que se proyecta en lo alto de la escena musical. La cuestión de la identidad en estos tiempos puede resultar engañosa. La ausencia de un lugar fijo tal vez sea un reconocimiento de que, musicalmente, las imágenes que escarban en nuestra piel provienen de diversas experiencias, aromas y lugares. Es posible que nunca encontremos una justificación convincente para tendernos sobre la arena o recorrer el mundo. Mientras tanto, dar cuerpo a esas resonancias que surgen del deseo, tal como atesora Mansilla, materializarlas a través de la voz, el texto o la flauta, en el género que se elija, parece ser una forma de describir la libertad. No esa libertad absoluta y grandilocuente, sino esa mínima sensación de desprendimiento frente a los mandatos que nos quitan el aire.

La sección E-Jazz podría reducirse a una escritura de género, pero hablar de género es mucho más que defender o visibilizar a un grupo concreto de personas. La política del género es, sobre todo, una interpelación —como diría Jacques Derrida— al lenguaje en sí mismo, al estatuto comunicativo de la lengua, que no es otra cosa que el slogan, la definición axiomática que une las palabras a las cosas, lo «falogocéntrico».

Marta Mansilla está por lanzar su segundo disco, Mutatis Mutandis, y creo que estas reflexiones son el mejor homenaje que puedo dedicarle en este momento. Quizás la falta de lugar sea, en sí misma, la raíz poética de una expresión genuina, así, sin metáforas: una música mejor, una música posible.

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