Concierto en Teatro Fernán Gómez, Jazzmadrid18 (18/11/18).
Por Rodrigo López Muñoz “Donny”. Fotografías de Jaime Massieu (Jazzmadrid18).
El pasado día 20 de noviembre se presentaba, encuadrada en la edición actual del prestigioso Festival Internacional de Jazz de Madrid, la actuación de una pareja formada casual y recientemente, pero cuyos miembros portan el suficiente bagaje a sus espaldas como para resultar atractivos por sí solos, más aún, claro, si vienen juntos. Uno es David Murray, prolífico saxofonista tenor y clarinetista bajo, criado al calor de la generación de los lofts, aquel conjunto de músicos que se reunía en sus pisos de Manhattan para experimentar con la libertad improvisatoria desde un anclaje radicado en la tradición negra. El otro es Saul Williams, músico, poeta y rapper, fogueado en la radicalidad de las luchas raciales predominantes a finales de los setenta e influenciado por uno de sus puntales, el poeta LeRoi Jones, también conocido como Amiri Baraka. Y fue, precisamente en el funeral de este, en 2014, dónde ambas figuras se conocieron y de dónde surgió la idea de Blues for Memo, el trabajo conjunto grabado en Estambul (Turquía) que ha visto la luz este mismo año, en el que se entremezclan jazz, poesía y rap y en cuya gira promocional europea se ha colado Madrid.
El concierto comenzó puntualmente con, al menos para un servidor, una desagradable sorpresa: Orrin Evans (piano) y Nasheet Waits (batería) se caían con respecto a lo anunciado en el propio programa del festival, siendo sustituidos, respectivamente, por un pianista del que fue imposible que estos humildes oídos captaran su nombre y el sólido batería Eric McPherson. Así, y con el espectacular Jaribu Shahid llevando el peso rítmico del tinglado desde su posición central al contrabajo, comenzaron a desfilar las afiladas rimas de Saul Williams sobre un complejo tejido de un, en ocasiones swingueante y en ocasiones anguloso y rebuscado, lecho jazzístico, dominado por los aguerridos tañidos al saxo tenor de David Murray, un músico al que todavía acompañan sus pulmones. Un soplador nato por cuya naturaleza transcurren casi noventa años de saxofón y que es capaz de tocar tan melódicamente como Coleman Hawkins para, a continuación y en cuestión de milésimas de segundo, mutar hacia el John Coltrane más extraterrestre y avant-garde, todo con un idioma propio. A su vez, el verbo de Williams está dotado de ritmo, evidenciado este sobre un flow de cadencia sermoneadora, como si de un reverendo góspel se tratara, pero a la vez suave y elegante, como un justiciero moviéndose sigilosamente y con gracilidad entre sus enemigos, esperando el mejor momento para blandir su cuchillo, aquel que disecciona y pone sobre la mesa las injusticias del sistema en el que vivimos. Los demás músicos acompañan a la perfección esta impugnadora propuesta, tejiendo sinergias en segundo plano que se antojan claves para mantener el interés del arriesgado proyecto. Especial mención tiene Jaribu Shahid, cuyas líneas al contrabajo cimentan, en la lejanía del fondo del escenario, las raíces de una actuación nada previsible, original y que solidifica un gran concepto sobre el que aposentar futuras propuestas que tomen como punto de partida este interesante experimento.
Claro. Resultó inevitable que por nuestras cabezas y corazones no se asomara Gil Scott-Heron y, en menor medida, los Last Poets o los Watts Prophets. En su momento, ellos encarnaron la militancia, el compromiso con su comunidad y la radicalidad conceptual que ahora despliega, tanto en el álbum como en el escenario, esta dupla fantástica, al frente de un proyecto arriesgado en el que no valen medias tintas y en el que se respira la misma belleza y libertad que ofrecieron el pasado domingo en Madrid.
Que repitan.
Los recibiremos con los brazos abiertos.