El guitarrista y compositor valenciano cierra el Festival Internacional Jazzmadrid 2018.
Por Carlos Santos (*)
Al compositor (y guitarrista) Alfonso Casanova, que vino conmigo al concierto final del Festival Internacional de Jazz de Madrid, lo que más le impresionó fue la perfecta medida de los tiempos, en cada instante, en cada pasaje y en la estructura general de un espectáculo donde los elementos están perfectamente ensamblados, con el espacio necesario para la improvisación y la sorpresa, pero con las dimensiones precisas que exige una obra compacta de hora y media, en la que nada es previsible y nada sobra.
Antes de entrar, yo le había comentado que Ximo Tébar es al jazz como Celibidache a la música clásica: destripa minuciosamente los estándares americanos (o el gran estándar español, El Concierto de Aranjuez), los deconstruye nota por nota, frase por frase, sílaba por sílaba, sin prisas y sin pausas, para reconstruirlos luego con su propio sentido del ritmo y la melodía. Eso, curiosamente, no le quita energía al directo donde, como queda dicho, nada sobra. El concierto del 30 de noviembre, en el Teatro Fernán Gómez de Madrid, atiborrado de amigos suyos y del jazz, que viene a ser lo mismo, le quedó redondo, la verdad.
Se le nota el oficio, claro, pero se le nota más todavía la pasión por la música y la constante búsqueda de la conexión con el público, que no olvida en ningún momento. Como algunos músicos tradicionales indios, mientras toca va tarareando las notas que saca de la guitarra con la púa y la yema de los dedos (jamás con las uñas), mientras busca y encuentra las respuestas del piano, el bajo y el batería. En la gira que ha culminado en Madrid, que tiene como eje su disco Con Alma & United, esa batería merece párrafo aparte. Nathaniel Townsley es una máquina de tren, una fuerza de la naturaleza, un baterista de los de antes: hace música hasta con las pestañas. Los de los grupos indies al uso, no solo los de jazz, deberían estudiarlo con detenimiento.
También deberían los nuevos guitarristas estudiar lo que hace Ximo Tébar, que se asoma ya a ese momento de la vida que va del conocimiento a la sabiduría. Es un virtuoso, pero no necesita demostrarlo a cada instante. Lo que hace a cada instante es entregarse, ponerse a disposición de la música y seguir el consejo que le dio Lou Bennet, a quien acompañó en sus últimos diecisiete años de carrera: “Déjate de virtuosismo, para hacer jazz lo que tienes que hacer es impregnarte de blues”.
Yo vi a Ximo tocar con Lou Bennet por primera vez en el legendario Club Georgia de Almería, en una noche de la que dejó memoria escrita un joven novelista llamado Antonio Muñoz Molina: “… un guitarrista muy joven, Ximo Tébar, que al pulsar las cuerdas cerraba los ojos y apretaba los dientes, como en un desvanecimiento de felicidad”.
Treinta y cinco años después Ximo Tébar sigue siendo el mismo chaval sonriente, ahora con hechuras de actor de Boliwood. Viéndolo tocar pienso que, siendo de donde es, podría haber hecho carrera con el saxo o el clarinete. Pero con siete años eligió la guitarra e inmediatamente después eligió el jazz, donde no es precisamente la guitarra la herramienta más fácil para lucirse. Al cabo de cuatro décadas, la guitarra de Ximo Tébar es uno de los instrumentos más luminosos del jazz español y un espejo en el que se miran músicos de todas partes.
(*) Carlos Santos, periodista y escritor, dirige el programa musical Entre dos Luces, de RNE.