Crónica del concierto en Noches del Botánico (Real Jardín botánico Alfonso XIII, 24/06/2019)
Por Jaime Bajo. Fotografías de Jorge Fuembuena.
Aunque algunas personas prefieren fijar el comienzo de la estación de verano en la apertura de terrazas y piscinas, los melómanos de la capital tomamos como punto de partida la inauguración de Noches del Botánico. Un evento ecléctico como pocos, pero que ha sabido, edición tras edición, ofrecernos opciones de calidad para que los amantes de las músicas de raíz y de las sonoridades afroamericanas tengamos oportunidad de disfrutar de artistas referentes en su género.
Así, los amantes de la música brasileira, con el periodista Carlos Galilea al frente -responsable del muy recomendable programa de radio especializado “Cuando los elefantes sueñan con la música” y autor del libro “Guitarras Atlánticas” (Limbo Errante, 2018)-, nos dimos cita en el Jardín Botánico de la Complutense para disfrutar del repertorio inmortal de Milton Nascimento, a once años vista de la que fue su última comparecencia en la ciudad, y con el objetivo de interpretar su álbum, “Clube da Esquina” (EMI, 1972).
Pero si hay alguien que en los últimos años se ha zambullido de lleno en la investigación de la música brasileira en nuestro país -con permiso de María Toro, Leo Minax o Munir Hossn- y lo ha plasmado en un exquisito álbum de título “Do outro lado do azul” (Verve, 2019), esa ha sido la trompetista catalana Andrea Motis. Lejos queda aquella chica jovencita que, presa de su timidez, titubeaba sobre el escenario delegando su responsabilidad en un reparto de músicos que incluye al extraordinario pianista ciego Ignasi Terraza -autor de “Jobim”, tema que, por cierto, dio inicio la actuación del grupo-, al contrabajista Joan Chamorro, al guitarrista Josep Traver o al baterista Esteve Pi.
El quinteto arroja un bagaje de diez años y ocho discos -los dos últimos para los sellos Blue Note y Verve- y Andrea demostró ser una frontwoman de categoría, defendiendo -y bailando- el repertorio de su disco -sonaron “Sombra de lá”, el formidable duelo de trompeta y violín en “Choro de baile”, ambas con letra del pandeirista brasileiro Sergio Krakowski, “Dança da solidao”, con una proverbial intervención del clarinetista Gabriel Amargant, el clásico de Serrat “Mediterráneo” o “Brisa”, que puso un broche final de un repertorio en el que no se interpretaron los bises previstos porque el público se dispersó pronto sin reclamarlos-. Lo cierto es que Andrea y su quinteto, bien acompañados por cuatro colaboradores de lujo al violín, pandeiro, guitarra de siete cuerdas y clarinete / saxofón, cumplieron con creces su cometido: allanar el camino para que el público recibiera como se merece a todo un referente vivo de la música brasileira.
Y Milton “Bituca” Nascimento irrumpió, en un escenario ilustrado por Osgemeos, muy mermado a todos los niveles -casi 77 años le contemplan-, con una voz que apenas logra aquellos célebres falsetes que le eran característicos, con escasa movilidad -se mantuvo sentado y hubo de ausentarse en canciones como “San Vicente”, siendo reemplazado por el talentoso músico de Dônica, José Ibarra– y en el que solo sostuvo la guitarra en un par de canciones, “Lilas” entre ellas. Aún así, sería injusto afirmar que no ofreció un directo de considerable calidad en el que repasó buena parte de los han sido sido sus éxitos (“Cais”, “Tudo que você podía ser”, etc.), intercalados con canciones ajenas (“Casamiento de negros” de Violeta Parra o el bolero del compositor Carmelo Larrea que Bituca registrara en 1972, “Dos cruces”).
Hubo momentos inolvidables que quedarán para la posteridad: la recepción del artista con el público puesto en pie, el coro del respetable que acompañó en el sempiterno “María María”, la entrañable colaboración que se produjo entre el artista y su telonera con ocasión de “Ponta di areia”, canción que ha sido revitalizada en las interpretaciones que Wayne Shorter (1975) y Esperanza Spalding (2008). Y, como culminación, la intensa “Paula e Bebeto”, que dejó un gusto dulce en nuestro paladar.