(Getafe, 30/06/2019)
Por Miguel Valenciano. Fotografías de Joaquín Murad.
El festival Cultura Inquieta ha alcanzado su décima edición, convirtiéndose en uno de los festivales de medio formato más interesantes del panorama. Su ecléctica programación reúne a primeras espadas de diferentes géneros, desde el pop al reggae, pasando por el rock y el blues. Buen sonido y comodidad para la audiencia son elementos fundamentales para atraer a aquellos que estamos algo exhaustos de tanto megaevento donde la cantidad se impone a la calidad.
En esta ocasión, la cita reunía a The Soul Jacket y al estadounidense Gary Clark Jr. La banda gallega repetía en Getafe como uno de los principales exponentes nacionales del blues-rock de herencia americana. Mientras el público iba llenando el recinto, los de Vigo desgranaron gran parte de su último disco “Plastic Jail”, repartiendo guitarreos y psicodelia rock. En su música encontramos trazas de la mejor época de Joe Cocker, Jefferson Airplane o Janis Joplin, recogiendo dejes del blues y soul más setentero y hippie. La propuesta reúne calidad, energía a borbotones y una nostalgia bien entendida que no se conforma con el homenaje a sus propios referentes.
Tras ellos, y una vez comenzaba a caer la noche y las asistentes tomaban posiciones para el plato fuerte de la velada, salía al escenario, puntual y acogido por una fuerte ovación, el quinteto de Gary Clark Jr. Ya pudimos disfrutar de su directo el año pasado, aunque en esta ocasión se incorporaba al combo el teclista Jon Deas, que completa una formación perfectamente acoplada y consolidada. La música del guitarrista tejano bebe de diferentes fuentes, todas ellas vinculadas a la música afroamericana de raíz como el blues, el soul, el reggae e incluso el hip hop. Se sustenta, como si de una pirámide se tratase, sobre una base cuya principal virtud es la solidez y contundencia del batería Johnny Radelat y el bajo de Johnny Bradley. Entre ambos, el groove alcanza un peso abrumador, sin fisuras, completamente carente de florituras, que el guitarrista King Zapata y el propio Deas terminan por colorear, a base de texturas, colchones y arreglos al servicio de las canciones. Para quien está acostumbrado a escuchar formaciones en las que los músicos buscan el lucimiento constante, quizás le sepa a poco lo que este cuarteto ofrece. Pero si uno hurga en el verdadero sentido de las canciones, difícilmente encontrará mejor soporte que el de estos obreros del rock, cuya intensidad y contundencia es difícil de igualar.
Es ahora cuando toca hablar de la cúspide de esa pirámide, la voz y guitarra del compositor Gary Clark Jr. Los últimos años de su carrera, coronados por su último disco “This Land”, son una mecha que corre sin freno hacia el olimpo de los dioses del blues. A pesar de ser aún joven (nació en Austin en 1984), sus canciones aglomeran la mejor tradición de la música afroamericana con un halo de modernidad nada pretenciosa. Cuando creíamos que la guitarra blues no daba para más, que ya no podría surgir nada mejor que Stevie Ray, Clapton, Johnny Winter, o B.B. King, Gary ha revuelto las aguas rescatando la raíz y arrojando frescura y luz a la escena internacional de blues. Sus temas están plagados de riffs pesados, austeros, tremendamente contundentes, donde la velocidad y la exhibición no tienen cabida. Su voz es prodigiosa, bien rasgada o lindando el falsete, pero la verdadera personalidad que emana Gary Clark tiene que ver más con su marcada frialdad, que rompe en estruendos volcánicos, aullidos y sacudidas de cualquier guitarra de su colección, con un sonido contundente y una dosificación de recursos admirable.
Es muy probable que en su concierto no se escuchen a penas semicorcheas de ningún instrumento, que el batería no haga prácticamente ningún redoble, y que para solear le baste con golpes unidireccionales de púa, pero cuando la austeridad de la que hablamos no es algo impostado, sino el verdadero leit motiv de su propuesta, el impacto es brutal. Alejado de esa corriente casi gimnástica que muchos artistas usan para poner a sudar al público, Clark y su banda acceden a lo más profundo del alma con las palabras justas, las notas precisas y, sobre todo, los silencios más oportunos, sin renunciar a la épica que por momentos arrasa el escenario. Podríamos hacer una lista de los temas que se sucedieron durante las casi dos horas y media del generoso espectáculo, empezando por “Bright Lights”, convertido ya en himno, o por el sobrecogedor “Our Love”, pero para eso están los track lists de Spotify, que jamás podrán reflejar la energía que emanan estos artistas sobre el escenario.