Miryam Latrece Quartet: clase maestra
Texto: Juan Ramón Rodríguez / Fotografías: AIE/Jaime Massieu
El cuaderno de bitácora del jazz cuenta con infinidad de páginas, algunas más amarillentas que otras, pero todas cargadas de historia, todas leídas con especial devoción. El enfoque instrumental de la voz firma muchas de ellas al conformar una de las puras propuestas del género. La vuelta a esos cantos de labranza y resignación, herencia generacional y predilección por los clásicos, juega un crucial papel en el relato de tantas historias donde confluyen distintos lenguajes en ellas. Siempre con un objetivo, esa ansiada síntesis: hacer de uno mismo, y para uno mismo, una inconmensurable historia.
La Sociedad de Artistas A.I.E. (Artistas, intérpretes o ejecutantes) conoce este pequeño secreto y organiza junto a la Universidad Complutense una nueva edición de Aienruta Jazz. La Facultad de Bellas Artes acoge un estimulante cartel en el que se pretende acercar el jazz al público estudiante. Sin embargo, sorprende una longeva media de edad en el auditorio con tímidas cabezas, aún con pelo, escondidas entre las butacas, tal vez con expectación en sus mochilas. El cuarteto de Miryam Latrece, disco bajo el brazo, brinda el segundo acto del certamen al que acompañan Daniel García Diego al piano, Pablo Martín Caminero al contrabajo y Michael Olivera a la batería.
Comienza el recital con “Meditaçao”, versión de Jobim incluida en Quiero Contarte. Pretende ser una ofrenda este segundo trabajo de la madrileña en el que queda lejos la opulencia de Una Necesidad. El escenario acoge calidez y mesura en sus notas sin nada de fragilidad, pues Miryam ataca la pieza con decisión. Su entrega embriaga tras el desamor de una letra que encierra un tono muy característico. Un ligero toque raspado que coquetea con registros flamencos. Daniel García abre el apetito con lirismo del siglo pasado y recuerdos de João Donato en sus líneas sin dejar de mencionar a Caminero, el cual por suerte no se limita al mero acompañamiento.
“Drume Negrita”, del cubano Bola de Nieve, trae sol de Caribe con el que triunfa la sección rítmica a través de interesantes cambios de tempo. Un mejor cometido por parte de la mesa de sonido podría acicalar un resultado en el que reina la dispersión en detrimento del oyente con demasiado platillo. Con todo, los músicos suplen tales carencias y Miryam siente suyo el son cubano con una destacada interpretación. Agrada la concepción de los arreglos que anhela aportar modernidad en sus sincopados redobles. Resalta la constante de revisar estas versiones desde una actual perspectiva, síntomas de inquietud y valentía al tratarse de auténticos incunables musicales.
Miryam se descubre fuerte con “Todo es de color”, compuesta por Lole y Manuel, que constituye uno de los momentos clave del concierto con una palpable solemnidad. Los congregados asisten atónitos a una plegaria de aires trianeros en la que la protagonista expone su predilección por sureños derroteros. Los adornos del tema sobrepasan el terreno jazzístico, atmósferas creadas por Caminero cercanas a lo clásico y una banda que se muestra compenetrada. Hay serias aptitudes puestas encima de la mesa pese a los nervios y emoción de una cantante que arranca aplausos y resalta la actualidad de lo narrado en la canción. No es fácil enfrentarse a todo un himno del cancionero español.
“Jogral” regala los oídos de sabor a Brasil cuando el grupo invoca a Djavan con marcado acento de bossa nova al que se une un notable solo de contrabajo a los sugerentes acordes de Daniel García. No es el único número del compositor de Maceió, “Maça” reitera sensualidad en el trazo. La compenetración de los miembros supone el esfuerzo requerido ante un repertorio con el que Miryam no da señales de cansancio. Es la invitación a un baile de presencia latina que goza de preferencia en el álbum publicado el pasado año. El salón de actos parece mutar al oasis nocturno del club y la respuesta recogida da fe de ello.
El espectáculo afronta su recta final, si bien decepciona su brevedad motivos organizativos mediante. No obstante, el conjunto guarda dos ases bajo la manga y “Mediterráneo”, de Juan Manuel Serrat, es uno de ellos. Su introducción a las teclas reviste gala y ceremonia, moderada adaptación con respecto al trepidante ritmo de la original. Mientras Olivera consigue apuntalar a las baquetas con exclusivo buen oficio un paseo en la escala de mi menor despide la balada con ayuda de rumor del mar. Hay caras de orgullo, sobre todo la de Miryam con una presentación de sus compañeros cuya prueba es un encomio que ocupa su sitio en los asientos.
Cierra el cuarteto de Miryam Latrece con “Chega de Saudade”, dedicada a su madre presente en la sala. Su traducción prolonga el misterio del significado de “saudade” en castellano, puede ser anhelo, melancolía o nostalgia. João Gilberto populariza esta oda al optimismo con un mensaje idóneo que impide tiempo de más, motivo por el que se abandona la palestra. Merece la pena desde el instante en el que uno de los jóvenes sale con la melodía entre los dientes, pues su camino se torna favorable con opciones como esta a pesar de la existencia de unos errores, a veces, tan necesarios. No todos los días se tiene el placer de hallarse ante un derroche de clase y maestría.