Texto: Fernando Roqueta / Fotografías: Josh Coleman, Jordi Tremosa
Tal vez sea cierto que, en ocasiones, el lugar donde naces y creces te marque para toda la vida y sientas la necesidad de volver. Después de un largo periodo viviendo a la vez que estudiando en distintos países europeos, y en particular casi una década en Nueva York, Lluís Capdevila sintió esa necesidad de regresar a su hogar. Nacido en el seno de una familia catalana afincada en los hermosos parajes de El Priorat tarraconense, Lluís, sorprendido a la vez que alagado, no pudo negarse cuando le ofrecieron la oportunidad de disponer de un lugar tan inspirador como puede ser una bodega modernista y centenaria, donde él y su piano se verían acompañados por decenas de enormes barricas de roble que, tales inmensos gigantes inertes, se convertirían en un público fiel y silencioso a lo largo de varios meses de un encierro que culminaría con la composición de su último trabajo discográfico, de título casi profético, Ètim
¿Que sentimientos afloraron cuando te ofrecieron la oportunidad de componer tu último disco en una bodega ubicada en el sitio donde pasaste tu infancia y gran parte de tu adolescencia? De qué manera influyo en tu desarrollo creativo a la hora de componer el lugar y su entorno?
Componer rodeado de vino en crianza era una idea que tenía en la cabeza desde mis primeros años en Nueva York. Cuando se lo comenté a la Cooperativa de Falset, el pueblo donde crecí, y vi su predisposición, casi no lo podía creer. Siempre me había preguntado si las vibraciones de mi sonido en un piano acústico de cola, que no son otra cosa que energía transformada en sonido, podrían influir de alguna manera en el envejecimiento de un vino. Estaba tan enfocado en eso que realmente no me di cuenta donde me estaba metiendo. Fue una vez allí y habiendo tocado unas cuentas horas que comprendí que acababa de regresar al punto de partida, a mis raíces, tras veinte años de haber estado residiendo en Barcelona, Estocolmo (Suecia), Nijmegen (Holanda), Dundee (Escocia) y Nueva York (Estados Unidos). En la bodega empecé a recordar lo vivido antes y después de irme del pueblo y mientras pensaba eso la música iba saliendo sola, hubo muchos momentos de magia.
Una experiencia similar fue la que vio nacer tu segundo álbum, Daybreak Explorations, pero esta vez a miles de kilómetros de El Priorat y en un lugar bien distinto….
Daybreak Explorations es mi otro álbum en formato de piano solo. Sin embargo, fue otra manera de llegar a la música. Me propuse grabar una hora de improvisación todos los jueves de 6 a 7h de la mañana durante tres años (2013-2016) en el auditorio Staller Center de la Universidad de Stony Brook (Nueva York), donde estudiaba mi doctorado. La noche anterior teníamos una jam session que acababa tarde, no tenía tren de vuelta; dormía unas pocas horas en una oficina e iba directo en ayunas al Steinway D del auditorio, donde había instalado un buen sistema de grabación. Mi objetivo era descubrir la música sin pensar, un trabajo muy interesante donde aprendí mucho y que seguro volveré a hacer en algún otro momento.
Cuáles fueron los motivos que te llevaron a Estados Unidos? Fue Nueva York una elección propia?
El motivo de mis viajes a Estados Unidos siempre ha sido el Jazz. Mi primera experiencia fue en verano de 2004, justo tras finalizar mi licenciatura en Derecho. Fui a un campamento de Jazz en Vermont donde conocí a Valery Ponomarev, trompetista miembro de la mítica banda Art Blakey & The Jazz Messengers, a quién recientemente he acompañado en sus giras por Europa con su quinteto y grabado en su último álbum What’s New, editado este año. También conocí a Harvey Diamond, pianista discípulo de Lennie Tristano quien entonces me inspiró por su sonido. Siempre recordaré su respuesta cuando le pregunté si podía enseñarme un patrón o frase para practicarlo en todos los tonos: “it has to come from you” (tiene que salir de ti). Howard Brofsky, quién en los setenta creó el Master en Jazz de Queens College que tres años más tarde estudiaría yo mismo con una beca Fulrbight era también uno de los profesores del campamento. Y Sheila Jordan, la mítica cantante de Jazz amiga de Charlie Parker, que me animó a mudarme a Nueva York escribiendo una carta de recomendación. Esa primera experiencia en américa con sólo veintitrés años fue clave.
Mudarme a Nueva York fue una elección propia. Me seducía la manera de hacer de los jazzistas de allí y pensaba que la mejor opción para aprender era ir a la fuente. Aprendí observando y tocando con grandes músicos, viviendo la experiencia. Sin embargo, tuve que alejarme de mi cultura por años y empezar de cero. No sé si lo volvería a hacer, aunque aprendí cosas que nunca hubiese aprendido.
Me comentaste en una conversación telefónica, que también tuviste ocasión de tocar de forma asidua en Nueva York…. Clubes, restaurantes… programabas una jam sesión. Todo ello te permitió codearte con músicos de la escena actual neoyorquina.
Nueva York fue música 24/7. Siempre estuve activo, pero en concreto estuve tocando en público con distintas formaciones prácticamente casi todos los días durante tres años (2013-15) ya sea en restaurantes, clubes, salas o una iglesia. Grababa las actuaciones y las escuchaba camino a las jam sessions, donde tocaba con músicos que no conocía de nada. Viendo como está cambiando el mundo desde la Covid, ahora me doy cuenta de la suerte que tuve de estar allí en el momento adecuado.
Fue durante esos periodos en Nueva York que conociste al bajista Petros Klampanis y al batería Luca Santaniello, con los cuales acabarías grabando tu opera prima, Diáspora (2016) ¿Cómo fue vuestro primer encuentro? Que reto suponía a la hora de componer para un trio? Cuáles fueron las aportaciones de Klampanis y Santaniello en ese terreno?
Los conocí en dos momentos distintos. Coincidí con Petros en agosto de 2007, cuando empecé a estudiar el Máster en Interpretación y Composición de Jazz y Música Moderna en Queens College. Él era alumno también, venía de estudiar en Ámsterdam y antes había renunciado a sus estudios en ingeniería en Grecia para dedicarse a la música con lo cual simpatizaba bien con mi situación de estar empezando una carrera en Jazz, tras abandonar una carrera como abogado colegiado. Realizamos algunas grabaciones en el estudio de la escuela y quedé contento. Respecto a Luca, lo conocí en 2014 cuando yo estaba ya tocando todos los días. Tenía actuaciones fijas en diferentes lugares de Manhattan. Una de ellas en una hamburguesería de Harlem, al lado del apartamento donde residí por cinco años. Allí la gente hablaba muchísimo, era una situación difícil para tocar que aproveché para ir probando mi música con diferentes músicos y ver cómo se adaptaban. Grababa todas esas audiciones y después las valoraba tranquilamente en casa. Luca fue el baterista que se adaptó mejor. Una vez ya tenía el baterista sólo faltaba agregar al contrabajista, y sabía que con Petros iba a funcionar. Me encanta la química entre los tres y es un trío que me motiva a practicar y componer. Culturalmente tenemos en común muchas cosas, hemos crecido en el sur de Europa y pasado por la experiencia de Nueva York. Pienso que lo mejor de este trío está aún por llegar, en 2021 grabaremos nuestro próximo álbum, ya estamos trabajando en eso.
¿El título del álbum, Diáspora, tiene algún significado particular para ti?
Sí, quise hacer referencia a cómo nos sentíamos en Nueva York y a la dispersión de nuestra generación, los nacidos en los años ochenta, muchos de los cuales tuvieron que irse al extranjero en búsqueda de oportunidades laborales tras la crisis de 2008.
Diáspora ofrece un sonido muy limpio, detallado y con una cuidada labor de producción ¿En qué estudio grabaron? Participaste en las labores de producción y de masterizaciòn?
Lo grabamos en Tedesco, Paramus (Nueva Jersey) en dos días de sesión. Estuve presente tanto en las fases de edición con Nestor Oñatibia en Slim Studio (Barcelona), con quien ahora comparto docencia en la Universidad Internacional de la Rioja. También en la mezcla y masterización con Jeremy Lucas en los míticos Sear Sound Studios de Manhattan.
En tu siguiente álbum, Cinematic Radio (2019), repites con Klampanis, pero esta vez ofreces unas composiciones más introspectivas e intimistas.
Sí, fruto de mi vuelta a casa a finales de 2016 empecé a invitar a Petros a tocar a dueto durante 2017-18 en diferentes escenarios, como el Keyboard Jazz Lounge de Reus (Tarragona), la sala Jamboree (Barcelona), la Universidad Internacional de la Rioja (Madrid), el Auditorio Enric Granados (Lleida) o el Teatro de Alcañiz (Teruel), entre otros. Nos sorprendió lo bien que salían los conciertos y la buena respuesta de la gente. En cuanto al aire introspectivo e intimista pienso que responde más a cómo me sentía a la vuelta a casa. Después de la tormenta, vino la calma.
Contaste en esta ocasión con la participación del trompetista y fliscornista Tom Harrell en el tema titulado Changing. Como se terció dicha colaboración?
Le mandé un vídeo del tema Alone que grabé en Siurana (Priorat) para presentarme y le expliqué que había escrito otro tema que me gustaría grabar con él. En aquel momento estaba de gira y su manager me comunicó al rato que lo había escuchado en su habitación de hotel, que le había gustado y accedía a grabar conmigo. En el estudio intercambiamos nuestras primeras palabras. Le entregué el tema allí mismo y en dos tomas lo tenía. Tom Harrell se fue contento, dijo que era buen intérprete, que escribía música muy bonita y que el bajista también era bueno. Esa experiencia fue toda una revelación para mí.
Ahora que has regresado a tu hogar ¿Cómo valoras, tanto personal como musicalmente, los años transcurridos fuera? Piensas en la posibilidad de volver a marcharte?
Soy un privilegiado de haber vivido la experiencia y de haber tenido contacto con tan buenos músicos veteranos y emergentes. Fueron unos años de máxima libertad donde sólo pensaba en música. Llegué a estar pegado a Barry Harris por tres años. Y así mil historias. Más tarde me di cuenta que había que pensar más allá del Jazz y Nueva York. Era momento de empezar a grabar mi música y dar conciertos en otras partes.
Acabas de ser nombrado director del Máster en Jazz y Música Moderna de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR) ¿Cómo has encajado esa oportunidad y ese nombramiento? Has desempeñado alguna experiencia docente en el pasado? Habías mantenido algún contacto anteriormente con esa institución?
Es toda una responsabilidad. Estudiar música por un curso puede cambiar la manera de hacer de una persona y su enfoque en la música. Durante mis primeros años en Nueva York tuve que espabilarme y absorber de diferentes fuentes. Había tanta información que aprendí a quedarme con la esencia de las cosas y a ponerlas en práctica. Los estudios que dirijo no están dirigidos a un alumno avanzado en Jazz sino más bien a un perfil de músico que tiene habilidades en su instrumento y quiere adentrarse en el Jazz de una manera más práctica. Incluso admitimos a músicos que no tienen ninguna titulación pero que tocan lo suficiente como para poder seguir y beneficiarse del Máster. Para ello los candidatos siguen un proceso de admisión donde tienen que mandar sus grabaciones y CV.
La titulación está enfocada para ayudar a que los alumnos aprendan a ser autónomos y escriban e improvisen música original. Personalmente no me interesan tanto las copias, ni las demostraciones técnicas vacías de contenido emocional. Me interesa más el músico que piensa por sí mismo y usa un lenguaje para expresar sus propias ideas. Y ayudarle a que pueda ser capaz de hacer esto es lo que pretendemos aquí. De la misma manera que los grandes discursos se apoyan en unas pocas ideas, así sucede en la composición y la improvisación. Me interesa el desarrollo de melodías y ritmos, sus contrastes y dinámicas, los riesgos, hacer música desde los errores. Nunca olvidaré haber escuchado de músicos veteranos decir a músicos que no estaban muy enfocados improvisando o tocaban escalas arriba y abajo: “What do you have to say?” (que tienes que decir?)
Tengo experiencia como docente ayudante del trombonista Ray Anderson en la Universidad de Stony Brook (2010-13), donde realicé mi Doctorado en Artes Musicales, con una concentración en piano Jazz. A mi vuelta impartí unos talleres de música moderna en el Conservatorio de la Diputación de Tarragona en Reus (2017-19) y empecé mi relación con la UNIR, cuando buscaban un perfil de un doctorado por una universidad norteamericana.
Una de las características de la UNIR es la de ser la primera universidad española exclusivamente en línea a través de la red. Cual será tu enfoque para impartir unas clases en esa modalidad con alumnos repartidos en distintos rincones del mundo? Crees que te permitirá compaginar tu labor creativa y musical?
El enfoque consiste en clases en directo, correcciones sobre grabaciones que realizan los alumnos así como en sesiones en directo con grupos reducidos de alumnos agrupados por niveles. Para mi un punto fuerte son los contenidos diseñados para cada asignatura, están elaborados por los profesores. Son más de cincuenta páginas de textos y tres horas de grabaciones prácticas. Ya tengo alumnos matriculados con diferente procedencia internacional, estamos animados.
Soy de los que cree que todo en su cierta medida puede llevarse y es enriquecedor. Trabajar online facilita compaginar mis conciertos, práctica al piano y composición. Lo comprobé el otoño pasado, cuando estaba de gira con Valery Ponomarev Quintet por Austria y Alemania y cuando presenté ÈTIM en Taiwán. La UNIR fue la única docencia que pude mantener sin cambios ni anulaciones.
Pienso que la docencia tiene un componente social, es compartir lo que uno sabe para ayudar al quien lo necesita. Ahora dirijo un equipo de cuatro profesores pero no descarto que éste incremente con nuevos profesores a medida que el Máster crezca. Ahora bien, que trabaje en la UNIR no significa que vaya a deja de seguir cotizando como autónomo en artes escénicas, organizando mis conciertos y luchando por perseguir mi sueños con el piano.
https://estudios.unir.net/programa/es-esp-ma-art-master-jazz-musica-moderna/539000463214/