Texto: Federico Ocaña / Fotografías: Javier Suárez
Sin presentaciones. Miryam Latrece comienza el concierto con su versión en castellano de Meditaçao, de Tom Jobim. Una versión muy ajustada al original, sin contratiempos, es decir, con los contratiempos de la bossa nova y sin desajustes técnicos, variando ligeramente la melodía con apoyaturas, algo más atrevidas en la repetición del tema, después del solo de Mezquida. Latrece deja que el directo lo conduzcan, efectivamente, en la sala de máquinas, Pablo Martín Caminero al bajo y Michael Olivera a la batería y, en el artesonado, Marco Mezquida al piano. El registro de la voz de Latrece en este concierto se va hacia los agudos e invita a Mezquida a sumarse a esa tesitura.
El repertorio de la velada cubre prácticamente entero el disco que el cuarteto sacó el año pasado, “Quiero cantarte”. Grabado hace ahora dos años y defendido durante este tiempo en otras plazas fuera de Madrid, así como en clubes de la capital, el álbum -y por extensión el concierto- es un conjunto ecléctico, con mayoría de temas populares, brillantes apariciones de bossa nova, que Latrece desordena para el directo, haciendo que la rítmica vaya de menos a más. Cuando los tres instrumentistas pasan de sostener meramente o apoyar a la voz y se desatan en los solos, la calidad de la actuación, en general, sube notablemente, animando también a la propia Latrece, que va, también, en cada tema, de menos a más.
Drume, negrita (Bola de Nieve, Mercedes Sosa), la segunda canción de la tarde, engaña en su sencillez con ese cambio de tempo que la hace pasar de una nana afrocubana a balada jazz y la repetición final de la frase “no sabe”, con un Olivera muy inspirado en el acompañamiento -nada fácil, teniendo en cuenta la candidez del tema. El tema concluye con una primera -y algo tímida- llamada a la participación del público para acompañar a la voz, que casi suena a blues a capela.
Para Todo es de color, la cantante madrileña opta por una exposición a dúo con Mezquida, emulando un género, el de la canción española, que permitirá luego las primeras intervenciones protagonistas de Martín Caminero al contrabajo. Latrece despliega poco a poco más recursos vocales -cercanos a la copla o al flamenco, en los ascensos y descensos, por ejemplo, o una impostación más nasal en los bajos, y juega con un tempo más libre, Martín Caminero al arco, Mezquida arpegiando y Olivera dando un toque orientalizante con los platos.
Sigue Maça, con más intensidad que en la grabación, con un espectacular solo de Olivera, explotando el sonido de baquetas, cajas y platillos bien encajado en la línea melódica, y una voz templada, más salvaje hacia el final, introduciendo crescendos. Luego de una presentación más prolongada, con la que Latrece imprime algo de pausa para Oh vida, se enfrenta a este bolero con confianza: el toque blues, el piano de Mezquida, disfrazado de Red Garland por momentos, y pequeñas improvisaciones vocales antes de cada frase ponen la nota de intimidad y romanticismo. Más explosivo, también más breve, es Jogral, donde colabora Cecilia Krull. Lo más destacado, sin duda, aparte de la alternancia de las dos vocalistas, es sin duda el solo de Martín Caminero, un solo de escuela, que deja al público con ganas de interrumpir la repetición del tema con un aplauso más largo (al final Latrece, cual alumna ante el maestro, se excusa a micrófono y corazón abiertos por entrar en pleno solo y nos saca una sonrisa). Más larga también, y se agradece, es la introducción a Mediterráneo de Mezquida, al que le no le ponen nervioso ni las introducciones, ni el protagonismo de los solos, donde aprovecha para experimentar. En Mediterráneo juega con todo el teclado, aprovecha el ritmo de 6/4 del tema de Serrat y construye una danza ancestral: con las cuerdas del Steinway a modo de arpa, con los graves, y vuelta al tema principal. En el clímax de éxtasis que da la repetición del tema, Latrece vuelve a crecerse y casi es una pena que elija al público de nuevo para acompañarla.
Destacable de nuevo el papel de Olivera que, discretamente, no deja elemento de la batería sin utilizar, alternando protagonismo en las variaciones sobre el tema con la voz. La leyenda del tiempo deja espacio de nuevo para el intercambio Martín Caminero-Latrece, con el balanceo armónico de Mezquida. Yo vengo a ofrecer mi corazón es la excusa perfecta para que Martín Caminero se luzca en la introducción y para un solo magistral de Mezquida, en diálogo al mismo tiempo con Bach y con sus compañeros, especialmente con Olivera. Latrece, especialmente inspirada hacia el final, canta sin dudas, marcando la pauta rítmica del grupo, sin descuidar la exposición del tema.
La actuación se cierra con Chega de Saudade, una canción en la que nuevamente muestra Miryam su afinidad con la bossa nova (“para acabar ese negocio de que vivas tú sin mí”, ojalá se pueda leer en clave de declaración de amor de la cantante hacia este género). La compenetración entre los miembros del cuarteto es, de nuevo, total.
Es difícil fallar con una rítmica como la que acompaña a Miryam Latrece, pero hay que ponerse en el escenario y cantar -y hacerlo con su seriedad y respeto hacia temas tan conocidos. Con la complicidad de un público que había agotado las entradas hace semanas, con la incertidumbre de las circunstancias, con las presentaciones justas, Latrece resuelve con solvencia una actuación de hora y media que alterna arreglos propios de clásicos de la bossa nova con referentes del gran público como Serrat, Sosa o Camarón. La sala, moderna, de inspiración clásica, quince filas, suelo, paredes y techo de madera, recibe esa voz cálida y amable que vibra más en los graves que en los agudos y que busca en el calor de la música brasileña, latinoamericana y mediterránea huir del frío que poco a poco va entrando en el centro de Madrid.
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