Texto: Juan Ramón Rodríguez / Fotografías: Álvaro López del Cerro – JAZZMADRID 20
La canción de trabajo es considerada uno de los más relevantes hitos en la música contemporánea. De ritmo uniforme y espiritual, se remonta a la labor de la tierra en cualquiera de sus purgatorias vertientes. No son pocos los géneros que alhajan su virtud en cuanto grito contra la injusticia, empuje de loable condición e inspiración para genios de tan diversa índole desde los campos de algodón hasta las ásperas vetas de hulla y pizarra. En la cercanía, faros de folclore en el imaginario con singular recuerdo al cante del canario en alerta de los peores pesares. Su presencia, luz de gorjeo por trilleras, en defensa de todo aquello ganado.
Celebra el Festival Internacional de Jazz de Madrid esta reivindicativa comunión en compañía del trompetista Enrique Rodríguez. Enriquito, Natural de Puertollano, constituye un activo del carpetovetónico jazz flamenco. Quizá flamenco jazz, en palabras del propio protagonista. Junto a él, una tríada vertebral compuesta por Josemi Garzón al contrabajo, Paco Soto a la guitarra y David Bao a la percusión en sustitución de José Manuel Ruiz, Bandolero. Sirve la presentación del último trabajo, Fuentes y manantiales, para ofrecer una velada de puro genio, aludida en el curso del certamen no pocas veces. La Sala Guirau acomoda dos sures hermanados al dolor de los salmos y unidos bajo el nimbo de la originalidad.
La presentación de rigor precede a un inicio de sepulcro. El silencio del auditorio se ve acariciado por una taranta, cejilla en primer traste, de ensoñación para tantos fandangos anochecidos. La secuencia desviste una propuesta de arte y majestad entre líneas de fiscorno y repiques de cuerda, un prólogo que no aloja duda ante el dechado de calidad congregado. Se suceden los minutos con naturalidad, prueba del respeto de los intérpretes por la academia centenaria de Melchor de Marchena y el lirismo de Chet Baker, frases sin lástima y grava en los zapatos. Una ofrenda de calado que augura el mejor de los presagios en el recital de una vida.
Complementan al olido perfume de Camarón unos “Tangos de Morente” introductorios en la precisión del característico cajón. El grupo exhibe una fuerza que sobresale al mínimo detalle. Un canasto de experiencia con batuta de Garzón y Bao mientras que, aliviados, Enriquito y Soto se enzarzan en un argénteo diálogo abundante en lances y atractivo del Sacromonte. Magia e instinto congenian en los prematuros aplausos del público, tan dado siempre al jolgorio en estos menesteres, a cada cabriola de los concertistas. Demuestra su sutileza el viento metal al emular la aguardentosa voz del tocayo, nudo echado a la lengua, en un recurso de notable valor para la banda en contraste innovador.
Las citadas etiquetas truecan papeles en esta obra de contoneos febriles. “Luna de Madrid” o “Candela” vaticinan sorpresas próximas a un registro más americano de la mano de Juan Sebastián Vázquez al piano o Juan Carlos Aracil a la flauta, invicto en demás batallas. El conjunto suma una riqueza de matices en su evocador homenaje a la capital, soleadas tonalidades que encierran una sensibilidad por lo popular en esta revisión de un sonido que ya suma décadas. Las teclas asumen un contexto de frigia balada. Art Tatum a la diestra y Diego Amador a siniestra. Una ampliación a celebrar del espectro, máxime tras su exclusivo aviso a cuenta del líder.
El talento de Enriquito para enmarcar ayeres y mañanas no desea concluir. El sabor a copla aparece con “Pueblo Minero”, adaptación de la letra de Perelló inmortalizada por Antonio Molina. La cadencia de bulería toma alternativa en un tempo perfectamente definido por Bao, con beneficio en el cambio de fiscorno por trompeta en aportación de un mayor brío, brillante, en el soplo. De igual modo, “Little Radha” describe influencias a caballo del neo soul de consumado siglo y al zócalo arabesco, si bien el directo inclina la balanza por la segunda fruto de la unión de Vázquez y Aracil. Un formato acústico que suspira por Jorge Pardo, insinuado sin desparpajo.
Embrida la recta final “Querido Tribunal”, corte del prometedor debut, con provocativos ademanes. Hay riesgo y abrupta cordillera, apenas problema para el entendimiento que se ve en un escenario bordeado por las risas y amagos de sus componentes. La mención es para la rumba y primos de otro hemisferio, fundamentales a la hora de conquistar a una audiencia que, con ovación por combustible, firma un epílogo por tanguillos y la elegancia de Pepe Valencia en el corazón. Retumba “La Verbena” en cristalino ambiente, fiesta gitana y últimos broches, que justifica la vitalidad de un canario puertollanero de fino canto y recios pulmones. Frente a las inclemencias de este tiznado año, dos encuentros de nombre jazz y flamenco.
La programación completa y detallada de JAZZMADRID 20 esta disponible pinchando este enlace