Texto: Pedro Andrade / Fotografías: José Andrade
La vanguardia jazzística en España goza de una delicada salud debido a que lamentablemente sigue siendo marginada por la mayoría de los medios de comunicación que la consideran un subgénero propio del underground; más aún si lo comparamos con lo que se está gestando actualmente en países del centro y norte de Europa. Una muestra de esta afirmación tiene que ver con la reacción mostrada por una parte del público durante el concierto que ofrecieron el pasado viernes 19 de noviembre, dentro de la programación del festival internacional de jazz de Madrid, el dúo catalán DUOT, formado por el saxofonista Albert Cirera y el percusionista Ramón Prats, que contaban en esta ocasión, con la colaboración del guitarrista británico Andy Moor, con el que han grabado dos álbumes: Food (Repetidor,2017) y Fe (Repetidor,2019).
Muchas de las personas presentes en el auditorio de Conde Duque empezaron a marcharse a los pocos minutos de haber empezado el concierto, algunas indignadas, otras sorprendidas, patidifusas, cacareando, haciendo ruido, interrumpiendo, mostrando una pésima educación y escaso respeto a una propuesta ajena. Desde nuestra trinchera nos disponíamos a disfrutar de los fuegos artificiales, a pesar de esa ristra de personas desinformadas que, a tientas cogían sus abrigos para refugiarse de los soplidos, platillazos y distorsiones que sacudían el escenario.
El concierto empezó a escobazos, literalmente. Andy Moor empezó a aporrear y a barrer las cuerdas de su guitarra con la cabeza de un cepillo, dando golpecitos al cuerpo de su instrumento con las partes de madera, produciendo ruidos y marañas acústicas, en muchos casos insospechadas, en otras, poco agradables. La batería acompañaba con percusiones secas y cortantes, mientras el saxofón de Albert Cirera jugaba con el mute que provocaba usando vasos de papel y moldes de aluminio.
En ocasiones Ramón Prats desmontaba los platos de su batería, los colocaba sobre la caja y ponía los pies encima para buscar sonidos cortos y ruidos chillones con baquetas finas, como agujas de tejer, a las que frotaba con sus palmas. Albert combinaba el sonido de su saxo tenor al que en ocasiones implementaba boquillas y tubos inusuales, con los cuales removía la sopa de ruido que se iba generando entre los tres. En algunas ocasiones usaba el clarinete con y sin boquillas provocando sonidos sordos, similares a los de un tubo o una botella.
El trance de los tres intérpretes era notable, se les veía fuera del mundo, unidos en comunión, levitando. Confundidos en el público se podía reconocer también a otros músicos, compartiendo el trance, sumidos en el trance, disfrutando y aprendiendo de él.
En algunos momentos del concierto ese trance llevaba a Andy Moore a moverse con furia, como electrocutado, su guitarra saboreaba diferentes texturas y complementos: slides, objetos metálicos, golpes al mástil, al cuerpo, contra el suelo, contra el amplificador, moviendo las cuerdas desordenadas que sobresalían del clavijero, un motivo más para la creación de sonidos y texturas. De nuevo, parte del público se levantaba, unos más discretos que otros, para alejarse del caos. Ese público que se marchaba recordaba de alguna manera a esos heridos de guerra que abandonan el campo de batalla, desmembrados, expulsados por las granadas que se iban lanzando desde el escenario.
Para recibir la propuesta de DUOT es necesaria esa capacidad de querer ser libres, no pensar por un instante, o al menos intentarlo. La propuesta del trío en el escenario obvia el uso, las funciones y los sonidos que le son propios a sus instrumentos, no buscan melodías ni ritmos, su misión es capturar algo vivo del caos y ofrecerlo en formas, texturas y geometrías sonoras aleatorias, mostrarlo ínfimamente y devolverlo intacto a su lugar de origen al que pertenecen, el caos.
Escasas son las propuestas que nos ofrecen este tipo de vivencias y de emociones.