Texto: Miguel Vera-Cifras.
Si el contrabajo pudiera contarnos su historia, ésta iría desde lo orgánico y biológico hasta lo técnico y humano de su organología. Su memoria, si el instrumento tuviese una, iría del canto vegetal al viento y la madera, del rugido animal a la corteza aérea y temporal del mundo. La oquedad que el hombre hizo en la naturaleza para alojarse en ella le permitió más tarde, desde el interior de esa caverna sonora, cantar su biografía musical, renaciendo y renovando la ruta en el siempre diverso camino de la vida. No hay duda de que cada músico deja una marca en su instrumento, así como su instrumento lo marca a él. Es el caso de Nahuel Blanco, oriundo de San Bernardo (comuna de impronta rural ubicada al sur de Santiago de Chile), que aquí concurre a encontrarse con su ancestral instrumento, un antiguo abeto en el territorio del jazz. Esta vez en compañía de amigos y compañeros músicos, con quienes emprende esta hermosa aventura. Examinar estilos, cruzar puentes, explorar formas y desafíos, son parte de una senda que Nahuel escudriña al ingresar en sus propias memorias y vivencias, resonando en este enorme tórax vegetal llamado contrabajo.
A sus 21 años y a dos décadas de comenzado el siglo XXI, atravesando una pandemia que ha remecido la música hasta sus cimientos, ante un mundo antropoceno que se debate entre la vida y la muerte, lo orgánico y lo sintético, Nahuel viene a entregarnos un precoz y valioso testamento musical, que es también el legado de una generación cuyas edades tienen la frescura del milenio y la soltura cuántica de abrir su aprendizaje a la creación, sin prejuicios ni tabúes. Su exploración en formato trio ampliado, aquí al tamaño de un sexteto (sobre la base de tres músicos iniciales + tres invitados), dialoga sobre un tejido musical de calado e intensidad mayor, donde el proceso de indagación considera improvisación, grabación, selección y apertura a nuevas rutas mediante 10 temas propios. En este, su primer disco homónimo producido por Nicolás Roa en el estudio TOC MÚSICA, Nahuel frente al contrabajo conversa con el piano de Camilo Aliaga y la batería de Edzon Maqueira, logrando un hermoso texto musical, donde las notas sobre su cosmovisión y memoria del jazz se alternan con las voces y escuchas grupales, las musicales observaciones del trompetista Juan Pablo Salvo y del bajista eléctrico Cristian Gálvez, repasando lo grabado, abrazando las diversas modalidades y texturas que lo material, lo temporal y lo espiritual producen en esta colección de piezas que nos permiten acceder a la escucha de estos nuevos músicos y a lo que sus oídos están comenzando a oír del mundo y del Chile más personal y profundo.
Ante el avance del COVID-19, Nahuel Blanco debió trasladarse a San Vicente de Tagua-Tagua (al sur de la capital), a casa de su padre. Por las mañanas ensayaba debajo de un nogal, componiendo bajo esa sombra vegetal lo que más tarde será “Nogal”, pieza donde se exploran creativamente las posibilidades melódicas, rítmicas y armónicas del instrumento. Junto a “Desprender” y “Vaivén”, “Nogal” forma parte de los tres temas “solos” de contrabajo que, con su especial puntuación, dan personalidad única a la placa (tracks 2, 4 y 6 respectivamente). La trama del disco está articulada por las personales influencias del jazz que Nahuel reconoce y los hallazgos surgidos en el camino con sus compañeros de ruta, configurando un lenguaje que Nahuel y sus músicos no sólo manejan con gran experticia técnica, sino también con una lozanía y espontaneidad que les permite lograr una de las mejores entregas del jazz reciente en Chile. Un proceso donde músicos, técnicos y audiencia son convidados a integrarse, en un desarrollo y crecimiento que, por su empatía abierta a la participación, resulta natural, orgánico, a veces visceral y energético, a veces meditativo y liberador. Un trabajo de arranque formativo y magistral, colectivo y personal, con momentos de gran intensidad expresiva y elevado pulso rítmico, flanqueado por las influencias que Nahuel reconoce y que van desde la exploración “coltraneana” en temas como “Karuna” y “Angular” al magnetismo rítmico en “Blues” y en “Tigre” (track 5) o las cautivantes incursiones en el jazz modal en temas como “Ámbar” o la toma 2 de “Tigre” (track 10).
Respecto al tema “Angular”, Nahuel señala: “a mí siempre me ha gustado los nombres abiertos, ambiguos, que puedan sugerir cualquier cosa, que den libertad a la interpretación, pues no se trata de cerrar, sino de abrir caminos a la escucha”. De ahí que tras los dos primeros temas, pilares de entrada que oscilan entre un inicio lleno de energía en el tema “Blues” y luego la meseta meditativa de “Nogal”, sea esta tercera piedra angular la que abre el sendero de los jardines que se bifurcan o trifurcan al interior del disco, ya sea hacia lo íntimo, meditativo e introspectivo, ya sea hacia lo enérgico, propulsivo y dinámico. La misma postura aparece respecto a “Karuna”, donde el compositor y contrabajista decide quedarse en el fundamento del tema, abnegado a ser un bajo constante que opera de base sobre la cual, libremente, sus compañeros pueden desenvolverse y dialogar. “De hecho –aclara Nahuel- en el solo de saxo y el solo de piano es un puro acorde y de ahí parte todo”. Es lo que Blanco buscaba: una estructura de “armonías abiertas”, libres a la empatía sonora de quienes hacen la música, pero no sólo los músicos, pues en su concepto hay un equipo de personas que hacen posible la experiencia musical, desde el productor del disco (Nicolás Roa) hasta sus compañeros de ruta en el trio y quienes diseñan el trabajo en su factualidad digital y material, y por supuesto, el público de auditores hacia el cual este flujo prosigue su camino. Porque el fluir los atraviesa a todos, iniciándose ya el feeling que sintió en propio Nahuel frente a “Karuna”, una perrita que había en casa de su madre, para proseguir a través de las extensiones que la palabra “karuna” (compasión, en su etimología sánscrita) pudiera activar en las posibles connotaciones meditativas del tema. La idea es abrir posibilidades interpretativas porque sólo así, pareciera decirnos este músico, la música puede proseguir.
En medio del disco se ubica la pieza “Tigre”, que luego -en una segunda toma- viene a cerrar la entrega homónima. Con la voz de Cristian Gálvez, bajista eléctrico, gritando ¡Vamos!, la pieza parte dando paso a un torrente de intenso pulso proyectivo y aire “coltraneano” de gran calidad. Nahuel Blanco es uno de los más pujantes y alentadores cachorros del nuevo y mejor jazz en Chile (Nahuel significa felino, en Mapudungun). Un músico que posee la energía y audacia para, en tiempos difíciles como los que vivimos, ingresar raudamente en la composición y abrir, sin prejuicios y sin renunciar al futuro pasado, nuevos surcos y senderos para esta música en Chile.