Texto: Alicia Población / Fotografías: Ernesto Cortijo & Ferran Pereyra
A pesar de disfrutar de una soleada, aunque fría, mañana de domingo, la tenue luz que iluminaba la Sala Roja de los Teatros del Canal era apenas una penumbra en la que, con esfuerzo, te podías ubicar para encontrar tu butaca. En el escenario, un tímido foco alumbraba un piano de cola abierto, como si le hubieran quitado el caparazón para animarle a dar todo lo que tuviera dentro.
Moisés P. Sánchez fue recibido con calurosos aplausos desde una platea sumida ya en la oscuridad. El pianista madrileño se sentó y bajó la cabeza, una especie de reverencia ante el instrumento, como pidiéndole permiso para las caricias que vendrían. El primer movimiento de la sonata número 8 en do menor, Patética, de Ludwig van Beethoven se distinguía entre las sombras de la tormenta que el músico iba entretejiendo en las teclas, mezclando la improvisación con el alma de Beethoven. Poco a poco la música fue evolucionando en un ostinato de cuatro notas que derivó en tiempos irregulares y compases de amalgama. De vez en cuando salían a la luz motivos conocidos de la obra original, como relámpagos, fogonazos que poco después se envolvían en nuevas armonías y ritmos propios, nuevos, frescos.
Moisés Sánchez se crió con Beethoven. En una entrevista, el pianista hablaba de sus crisis existenciales que, como niño de 14 o 15 años, sufrió al tener que estudiar largas horas a la vuelta del colegio. Aprender la música así, como él lo hizo, desde pequeño, le hizo crecer con ella y percibirla como un lenguaje, como un idioma. Esa manera de aprender música fue, probablemente, la responsable de que la mañana del pasado domingo 20 de febrero le escucháramos tocar con la precisión que lo hizo esa reinterpretación de dos de las sonatas más famosas para piano de Beethoven.
El segundo movimiento de la sonata, un poco más ligero y cotidiano, nos liberó en parte del dramatismo que había envuelto la sala durante los primeros diez minutos. Si Moisés ya había logrado ser reconocido por su particular manera de tocar y por el excepcional control de las dinámicas, en esta ocasión el pianista combinaba todo eso con la obra magistral del alemán, quien , en su tiempo, despuntó también por sus contrastantes matices. Si cerrabas los ojos se percibía un diálogo entre un compositor y otro como si el alma de Beethoven asomara entre las teclas para escuchar las sugerencias del pianista y viceversa. Los dedos de Moisés eran el medio a través del cual la música atravesaba la cortina de la mera interpretación y lograba expresar el interior de dos almas puestas en común.
Durante el tercer movimiento, se intuyó un ritmo de bulería, sutil, escondido, como si no quisiera que lo notáramos, pero sí que lo sintiéramos en la raíz del inconsciente. En el solo improvisado que sonó hacia la mitad del tema, se distinguió el estribillo del famoso tema Smells Like Teen Spirit, de Nirvana, como si Sánchez quisiera compartir y enseñar a su interlocutor otros estilos en un breve guiño.
Al término de la primera sonata, Moisés Sánchez nos habló del proyecto Beyond Beethoven, cuyo álbum pronto verá la luz. Este nació por encargo de la Dirección General de Patrimonio de la Comunidad de Madrid y fue estrenado en octubre de 2020 bajo el comisariado artístico de Lo Otro. “Es salir y entrar de Beethoven tratando de encontrarte a ti”, nos decía.
Comenzó la segunda parte del concierto. El primer movimiento de la sonata op. 27 número 2, Claro de luna, nos dejó subsumidos en una especie de trance. Durante el tercero, se dejó ver la impecable precisión del clásico que también domina un pianista más conocido en el mundo del jazz. Se escucharon fugaces toques de estándar y, con claridad, el inicio del tema Genesis, incluido en el disco a trío Metamorfosis (2017). De ese motivo latente de cuatro notas despegaban las características y rapidísimas escalas del originario movimiento de Beethoven, vestidas de otro groove y mezcladas con desplazamientos y juegos rítmicos. Al final del concierto, en un delicado registro agudo, sonaba el inconfundible motivo de Para Elisa, que arrancó un aplauso lleno de vítores que dejaban escuchar la emoción contenida.
El bis que nos regaló Moisés fue una reinterpretación de la bagatela Für Elise o Für Therese, corta y precisa, aderezada en el final con algunas notas de la novena sinfonía del compositor alemán.
Desde luego el concierto no solo dejó exhausto al intérprete. Moisés Sánchez nos bañó de mucho más que música, nos puso en común con Beethoven, con su alma, con su mundo, a través de nuestro presente. Fue capaz de viajar en el tiempo, traernos y llevarnos con él para conectar con una música antigua e inevitablemente universal, pero cargada de la frescura que siempre caracteriza los proyectos del pianista. Nos hizo testigos de un diálogo entre el pasado y lo actual, entre la historia de la música y la pura improvisación, nos conectó verdaderamente con la música clásica, más allá de protocolos. Nos mostró, al fin y al cabo, la esencia de lo que la música nos hace ser a través de la memoria.