Texto de Juan Ramón Rodríguez / Fotografías de Víctor Moreno & Las Noches del Botánico #NDB2022
Y de repente, llega el último verano. A decir verdad, debiera ser el pasado verano; no obstante, la traducción de aquellos descarnados monólogos de Tenneessee Williams sobrevive con ese matiz de pesadumbre. Una estación de cierto sopor con alguna que otra condición climatológica adversa, a tenor de los registros. Como ese disco insoslayable de la colección, dejo tórrido y de profunda embestida capaz de derretir los polos más opuestos como son el figurado y el literal. Una tarde de canícula inmisericorde como cualquier otra capaz de despertar recuerdos de aquel estío, sea último o pasado. Mientras el asfalto recuerda con pegajosos abrazos su condición de avasallado, dos amigos se reúnen.
Prosiguen Las Noches del Botánico dentro de su balsámico cometido de estimular los sentidos de la capital de fama noctívaga, aunque sea por la elevada temperatura. Sin embargo, el cartel de la velada no hace sino contribuir a tal sopa de mercurio. Con un auditorio repleto de sillas, el ambiente infiere la quietud de un protocolo quizá tedioso. El escenario aguarda a la pianista Eliane Elias, el corazón de Brasil, en un acogedor formato de trío; acaso demasiado en la inmensidad de tal océano enardecido sólo a cuenta de Anders Celsius. Más tarde, Chucho Valdés y Paquito D’Rivera -queridos camaradas- regalan otro de tantos bailes al calor de la luna.
La puntualidad que precede da inicio a los primeros invitados de la tarde. Un coqueto recoveco entre líneas en blanco. Teclas, batería y bajo preludian un lenitivo de composiciones de explícito sabor latino, la tónica general de comienzos de julio. La agenda recuerda que la protagonista presenta un trabajo de nombre Mirror Mirror, con colaboradores como el tristemente fallecido Chick Corea o el compañero de Quivicán. Hay recuerdos para todos, con una dicharachera conductora del espectáculo que no duda en el noble arte de la introducción de canciones. Más aún si constituye pretexto para tremolar una de las voces con mayor sensualidad de los últimos tiempos. Cuidadas pausas lo atestiguan.
El repertorio se sucede con la complicidad del público. Varios temas, ese “Esta tarde vi llover” de Armando Manzanero refieren cabezas en tintineo, señal infalible. Otras, como una versión del “Corazón partido” de Alejandro Sanz, esperan la entrañable aquiescencia del placer culpable al sugerir una tímida sonrisa. No es para menos, el continente suple al contenido con una notable interpretación compenetrada con una sección rítmica en la que destaca un incombustible Marc Johnson. La distensión brindada permite el consuelo ante el astro sañudo que enfila la vereda del oeste. “Desafinado”, bossa nova de Antonio Carlos Jobim, es un broche final acorde a la circunstancia con sentidos solos de los artistas.
El intervalo de rigor confluye con la disciplina de las agujas del reloj, una vez más. Entrado el crepúsculo, los aplausos acogen a un sexteto de homenaje, celebración, guateque o simplemente fiesta. Chucho y Paquito ocupan sus respectivos puestos en sintonía con Diego Urcola a los vientos, Armando Gola a las cuatro cuerdas, Dafnis Prieto a la batería y Roberto Jr. Vizcaíno a la percusión. Las ganas anhelan aumentar, sobre todo al contagio de las ocurrencias del clarinetista; algo tan común que las sospechas del trago no rebasan. Tal vez sí. Empero, un “Tango de Lorena” tintinea en las sombras y todo propone acabarse. Banda en tono y goce asegurado.
A esperas de medianoche, el céfiro estival revisa acepciones en el diccionario para avanzar en torno a brisa, aire o ventisca. Sea como fuere, el desarrollo del concierto entra en un bucle del que es complicado salir. Influyen factores a modo de la ausencia de abrigos, contratiempos en el sonido y, en definitiva, unos músicos que pierden la conexión con lo congregado; lo cual suele ser harto maravilloso en las circunstancias idóneas. No es el caso de una platea que apenas atiende el recorrido por “Pac-Man” sino que bosteza, se encoge o se dispone a marchar con excusa laboral. Los chascarrillos esta vez no perciben la respuesta de ánimo deseada.
“Mozart a la cubana”, incardinada en I Missed you Too demuestra la valía de dos supervivientes inconmensurables, tipos aguerridos sin miedo a cuatro hálitos. Con todo ello, lo que parece no tener fin alcanza postrimerías con tono de rumba. Una despedida a la altura del anfitrión que no debe preocuparse de la ebriedad ni del camino a casa. Los convidados encauzan la salida con clima pero sin clímax. Un apogeo arrebatado con el cariz del azar al mentir la ruleta sin freno. Con fortuna, aún persisten oportunidades con las que resarcir malos sabores de boca. Cuando el mirlo logra asomar sin bochorno, el trombón lo remite de vuelta al nido.