Texto de Federico Ocaña / Fotografías de Teresa Jiménez
Un sonido nuevo para una vieja búsqueda. Así podríamos definir esta hora de música que, repartida a lo largo de diez temas, nos ofrece The Machetazo. Su tercer álbum, Searching Hard (Errabal Jazz, 2022) apareció hace unos meses y les confirma como una de las agrupaciones con una música más fresca del panorama jazzístico.
Daniel Juárez, saxo tenor, Nacho Fernández, guitarra, Jorge Castañeda, piano, Darío Guibert, bajo, y Mikel Urretagoiena, batería, conforman este quinteto que apuesta por una cohesión que no está reñida con la personalidad de cada uno. Los cinco son componentes necesarios, además de compositores, pues contribuyen, todos ellos, al repertorio.
Los dos primeros temas, “Searching Hard” y “Reset”, son una declaración de intenciones en toda regla que pone sobre aviso al oyente: improvisaciones que se alargan todo lo que los intérpretes desean y un acompañamiento incansable de la rítmica, saxo y guitarra, al unísono en la exposición de los temas, siempre bien acompañados por piano, bajo y batería en sus solos. Urretagoiena y Guibert, fundamentales para entender la estructura y el espíritu de cada tema, se encargan de mantener ese aire sincopado de Searching Hard que invita a pensar efectivamente en esa persecución ardua, que nos acompaña desde este primer tema hasta el último, “Tabla de Sator”. Es reseñable también el piano de Castañeda con un acompañamiento que suena minimalista, impresionista, por momentos (no solo en estos dos primeros temas, escuchen por ejemplo “Nork daki”), aunque su recursos son más amplios de lo que parece si no se presta atención.
Ese golpeo del piano, que mide la expresividad y no malgasta el pedal, nos transporta de forma plástica y orgánica a “Bihotzaren barrualdea”. En The Machetazo, como en la música contemporánea más elevada, los temas y fraseos siempre guardan sorpresas y sobresaltos dentro de la coherencia de la composición. Estos tres primeros temas, como luego lo harán “Bakak” y “El hombre melancólico”, muestran uno de los rasgos de este disco: una continuidad que refresca, permitiendo libertad a los músicos sin desenganchar al oyente.
El manso “Donostia” se nos antoja un homenaje a sus orígenes (se formaron en Musikene, Conservatorio Superior de Música de País Vasco). Es este un tema que va ganando en intensidad desde esos primeros compases de Juárez, que emplea figuras rítmicas de mayor duración, ocupando, apoyando cada nota, creando un escalón de sonido en cada compás, en contraste con los explosivos solos de otros temas del disco, pasando por Fernández, hasta el solo de Castañeda, el más breve y quizá el más inspirado de este corte. Escuchamos aquí otro de los aspectos más destacables, que no es otro que la compenetración entre piano, bajo y batería, buscando siempre el acento común, el riesgo en el cambio de ritmo.
El encaje de las piezas de este quinteto solo puede provenir de una entrega en el estudio como la que se daría en un directo. Estamos ante el tercer disco de The Machetazo, su sonido suena maduro y, como hemos dicho, todos componen para todos, todos se reservan protagonismo en cada tema; si mantienen ese nivel de entrega, no es por casualidad.
Es un grupo capaz de ofrecernos, entre una breve canción de cuna con soul como “Bedland”, con un magnífico Juárez, y un tema misterioso como “Bakak”, toda una suite como el “Dueño del fuego”, que de alguna manera, por su duración y por el protagonismo repartido, funciona como el corazón de la “búsqueda”.
Si se tratara de un concierto, diríamos que The Machetazo no se reserva nada. Su búsqueda, casi ancestral, como la búsqueda del fuego del sonido, ese fuego del que quieren adueñarse, no tiene fin. Pero parecen dispuestos a asumir el reto. Para esta vieja búsqueda nos traen un sonido fresco y lo celebramos.