¿Alguna vez os habéis planteado lo difícil que es escribir una dedicatoria en un libro? Ese mundo que es un libro, esa puerta a descubrirlo, queda enmarcada en esas frases iniciales que dejas al principio. Por eso es difícil dedicar, porque hay que decir mucho en muy poco.
El pasado sábado 26 de noviembre, tuvimos la oportunidad de escuchar por fin a quien es este año artista residente del Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM). El pianista y compositor Moisés Sánchez, acompañado de sus colegas de profesión, el percusionista Borja Barrueta, el contrabajista Toño Miguel y el saxofonista Javier Vercher, presentó Dedication II. Una obra, encargo del CNDM, que se estrenaba ese día, trayéndonos, con los temas que sonaban, reminiscencias constantes de aquel álbum que el pianista grabara en Nueva York en 2010. Los mismos músicos que hace más de diez años grabaron Dedication, estaban ahora sobre el escenario de la sala de cámara del Auditorio Nacional, con un patio de butacas en completo sold out, mostrando cómo, siendo los mismos, la vida cambia, y así, también la música.
Como queriendo recalcar este paso del tiempo, el concierto abrió boca con el primer tema de Dedication. Tocar la misma música diez años después, es dar rienda suelta a la inspiración que ha curtido y nutrido a los músicos por el natural paso del tiempo y dejar que esta tenga cabida en todo su esplendor. Diez años en los que, además, el cuarteto no había vuelto a juntarse con los mismos cuatro músicos, si bien cada uno había seguido colaborando con unos y otros en diferentes agrupaciones.
El segundo tema, titulado Buenos pensamientos, buenas acciones?, así, a modo de pregunta, quizá como preguntándonos también si realmente somos consecuentes en nuestra vida según lo que pensamos, comenzaba con un compás en 11 y 13, es decir, un 12, al que unas veces le faltaba un tiempo y otras le sobraba. Borja Barrueta surcaba la irregularidad de los compases creando una subdivisión más amplia que daba una dirección estable mientras su compañero Toño Miguel tocaba las tierras en un patrón que escucharíamos a lo largo de toda la velada. Las notas recorrían el mástil mientras iban y venían dependiendo de lo que escogieran las palmas de Barrueta que, hacia el final del tema, soltó las baquetas.
El tercer tema, inspirado en la estancia en el hotel Pensilvania, donde se alojaron durante la grabación del disco, demostró cómo, a pesar de los años, estos cuatro músicos se conocen muy bien. La entrada totalmente juntos, con un sonido lleno, dejó paso a unas dinámicas muy logradas. En la música se apreciaba la suavidad de Metamorfosis (2017) y la locura de There’s always madness (2020). Moisés inició un solo desde lo pequeño. Las figuraciones enganchaban corcheas o semicorcheas en cascadas de notas que recorrían de aquí para allá las teclas del piano. Barrueta y Toño Miguel, llevaban el compás a la mitad, como queriendo calentar el solo de su compañero desde la base. Cuando parecía que la improvisación iba a llegar a su clímax, se cambiaban las tornas, y en el momento en el que la base rítmica desarrollaba un acompañamiento más denso, Moisés abría su música en acordes, y daba comienzo un nuevo margen de acción para crear.
Hacia la mitad del concierto, la cantante Cristina Mora se unió a los músicos. El tema se llamaba Melancholia, y era de una delicadeza sublime. Sin embargo, Mora destacó especialmente en el segundo tema, durante los solos a dúo con Vercher, en los que su improvisación, acrecentada por las incitaciones del saxofonista, se sintió más libre, alejada de complejos, y tan afinada como acostumbra esta cantante. La música empezó en un tranquilo siete por ocho. Sin embargo, después dio paso a un desorden en el que, a pesar de todo, se veía un camino, como si el caos no fuera más que otra parada que no quitara la seguridad del sentido. La luz y la oscuridad se percibían claramente en la música, como en una especie de combate en el que ambos lados se saben necesarios de su contrario.
Dedication II fue el siguiente tema. Según nos explicaba Sánchez, la música en él contenida rescata la melodía principal del tema homónimo del primigenio disco. Resonaba también el tema en mayor de una de las sonatas para piano y cello de Shostakovich. “Todo está bien, pero pasan cosas”, nos decía Moisés. Y efectivamente, así lo señalaba la música
The monk fue un homenaje a Thelonious Monk que se caracterizó por ser uno de los temas más divertidos del concierto. Un blues en el que Vercher se marcó un solo a caballo entre lo más humano y lo animalesco, llevando su instrumento al límite.
Dodecatónico fue el último de los temas que nos dedicaron el pasado sábado. Basado en una serie dodecafónica (de ahí el nombre), la composición, tan bien hilada, hacía que el tema pareciera tonal. Moisés Sánchez combinó lo más matemático de la música, esa serie de doce notas, y lo más humano, el folklore de nuestra memoria, integrado en una escala en sol menor pentatónica. El tema comenzaba con la serie en registro grave, a modo de ostinato, y una melodía en esa escala de cinco notas en el registro agudo, un inicio que recordaba un tanto al tema Quisiera ser un robot de la pianista Lucía Fumero. Los músicos fueron construyendo un groove jugando con la subdivisión en grupos enfrentados de tres y dos hasta llegar a un swing, para volver después a deconstruir y llegar a ese patrón también presente al principio y ya reconocible.
El bis Nadie sabe lo que va a venir, un título muy adecuado para cualquier bis, y más después de un concierto como el que nos habían regalado los músicos, fue un tema lento, de despedida, en el que realmente parecía que nos daban las gracias ¡ellos a nosotros! Este último obsequio fue para sentir, para sentir hondo, para entender que realmente el futuro es incierto, pero que ese es el camino.
Es muy difícil ponerle dedicatoria a un libro. Tienes que pensarlo bien, decir mucho, en poco, y de una manera que incite, que nutra, que aporte, que te haga querer abrir ese libro, esa puerta al mundo. Si por algo tiene que caracterizarse este cuarteto, es por su increíble sonido orgánico. Sánchez, Barrueta, Miguel y Vercher eran un solo ser, con un mismo respirar y un sonido homogéneo y trabajado como si supieran muy bien en qué momento tomar ese trazo y dedicarnos un nuevo comienzo que llegara desde ese pasado. Una dedicatoria en un solo discurso, común y organizado, en el que lo que suena, narra.
Crónica por: Alicia Población