Abe Rábade Trío: azar de horas y siglos para la desnudez única

Texto: Juan Ramón Rodríguez / Fotografías: Iñigo de Amescua

La conjunción planetaria puede ser uno de esos acicates a la ocasión de echar el alto en el camino y contemplar el poso atrás dejado. Casualidades o no, pugnan por conseguir minar cualquier esperanza en lo que respecta al devenir cultural, pues son pocos los que van a la carta de mayor número. No obstante, el riesgo de izar velas y depender de la ventura puede ser recompensado con los derroteros y puertos inhóspitos. Con una dádiva al diablo en chispa de genialidad y otra al laborioso Ponos, el jazz permite tomar rumbo al albur de esos elementos tan desdibujados por la bruma que encierran colmados riesgos pero codiciados tesoros.

Tal es la vicisitud que impulsa el último trabajo del pianista gallego Abe Rábade. La carrera del prolífico compositor vuelve a recalar en el formato de trío a través de Sorte (Nuba/Karonte distribuciones – 2020) junto a los habituales compañeros de viaje —Pablo Martín-Caminero al bajo y Bruno Pedroso a la batería— y entrega a los brazos del destino doce composiciones al calor de una estudiada contingencia. La fórmula, si bien no es novedosa en la recuperación de trazos de folclore y cuerpos de reseñable elegancia, vuelve a deleitar con su sencilla puesta en escena. Un disco sentido y versado en la levedad del momento, algo inevitable a la par que estimulante estos días.

Dividido en cuatro trípticos, los cortes se suceden en la virtud del astro rey y su vehemencia en la vida diaria. El rocío mañanero de “Orballo” encadena primeros compases que invitan a un comienzo introspectivo, especial sorpresa con un estudio contemporáneo de un Vijay Iyer en sus místicos oasis. El grupo suena espontáneo y con melódico mensaje, destello a agradecer en su concisión y golpes suspendidos. No es hasta el deceso del inicial acto cuando se vislumbra una propuesta elaborada, de significante y significado, e incluso guiños flamencos. Ameniza un tempo que augura diversión por obra de los ejecutantes, principal sugerencia que infiere la correcta pulsión sobre hábitos y fortunas.

La segunda vertiente del concepto esgrimido por Abe y compañía discurre por la épica serpenteante, el optimismo que brinda la cara este. “Ideas” funciona en la manera introductoria idónea frente a los últimos desentumecimientos. No es para menos. “Travesía”, ulterior composición, promete ser la medalla de un álbum que en apenas veinte minutos demuestra una madurez ineludible con leves disonancias, escuela del Matthew Ship de Equilibrium, a la par que una sensibilidad impregnada del espíritu de los bosques atlánticos. El solo de contrabajo a cargo de Caminero delira por riberas sacras, sueño mecido por el arco del instrumento capaz de narrar fábulas de infancia conocidas por cuenta de la banda.

“Desencanto” abre apetitos de intimidad, instantes acaramelados en lo convenido con el lenguaje de las baladas. El abanico de energías agita sus alas en señal del estilo clásico ya pergeñado con anterioridad en registros como aquel A Modo de 2012. “Lúa” conforma dicho paradigma con notas impresionistas de Erik Satie en busca de una luz que cobije plañideras alrededor del vasto satélite. La vanguardia plasmada dispone de apariencias concretas y cómoda escucha para el grueso de aficionados, detalle siempre a premiar en torno a un loable afán integrador. En el resquicio de la noche, las corcheas adquieren fuerza propia y recorren esquinas de melancolía ante los quiebros de la escala.

La última terna, salsa divertida y con olor a cigarrillos, busca el guiño del Mingus cargado de blues en “Amencida”, quizá como trofeo de la resaca soñada en detrimento del deambular nocturno. Pedroso y Caminero sostienen una sección de contenido impecable si se sopesan con los patrones de juventud. Al final, “Retorno” ahonda en fundamentos de prodigalidad y nociones circulares, punto y aparte con aroma de fiesta latina para recordar el último propósito ávido y famélico del impávido, impúdico a ratos, pero intrépido e insólito músico acérrimo de las esdrújulas compostelano. La jornada se presta a tentar la suerte a cada oportunidad disponible. Nunca es óbice su recuerdo y reconocimiento.

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