Recuperamos, para la sección de “Hemeroteca” de la web, esta breve reseña publicada en el primer número de la revista de Más Jazz en papel en 1998
Redescubrimos alguno de los discos más destacados de la época.
Por Pablo Sanz
Miles Davis pasará a la historia como el jazzista más visionario e inteligente de este final de siglo que ya se nos a. Su personalidad musical fue tan sólo un instrumento más para liberar su sentir vital, y la alquimia plural de su lenguaje, una voz coherente y desgarradora que aún provoca heridas. Todo aquel que rozó su genio quedó marcado para siempre, y Al Foster no es una excepción. Fue gregario del trompetista durante trece años, y la huella incisiva del patrón aún puede leerse en los pentagramas originales que hoy nos entrega. Porque Foster es algo más que un baterista de jazz; es un hombre entregado a una música libre que brilla en la expresión y resplandece en el entramado. Ahora traemos a estas páginas su último lote compositor, y en el recorrido la sobra de Miles Davis vuelve a ocupar nuestro recuerdo.
Para este flamante Brandyn, Foster ha convocado a cómplices amigos forjados en contiendas de altura, como el saxofonista Chris Potter, el pianista Dave Kikoski y el contrabajista Doug Wiss. La materia prima a pulir la dispone mayoritariamente el anfitrión con cinco composiciones propias, aunque también e trabajan piezas de Potter y Kikoski, junto con la versión de Black Nile, de Wayne Shorter. La impronta de la escuela post bop marca la expresión de estos ocho relatos, en los que también se intuyen nuevas tendencias.
A modo de preámbulo, y con el título revelador de The Chief, Foster nos regala una hermosa balada en la que la reunión nos avanza una complicidad certera en las delicias melódicas, y generosa en las acrobacias. Chris Potter se adapta bien al material prestado, y sorprende deliciosamente en el manejo del soprano. Kikoski contribuye en los destellos armónicos, y cumple igualmente en su función rítmica con un swing medido. Desde la batería y el contrabajo se asienta todo, y también se les cede metros para su propia inspiración. Después se entregan composiciones formalmente más libres, como la que da nombre genérico al álbum, Brandyn, algún que otro blues y baladas con justo sentido, como el homenaje Monk up and down.
Foster es un baterista inteligente que se ha nutrido de memoria para encontrar su propio decir. En los parches se nos muestra agresivo y lacerante, mientras que en los platillos arroja todo su lirismo. Es un músico absoluto, que domina el lenguaje y ocasionalmente lo crea, como sucede en este digno trabajo.