Texto: Jaime Bajo. / Fotografías de Sergio Albert.
Haber seguido la trayectoria musical de Alejandro nos ha permitido evaluar su proyecto personal, algo menos “jazzy” que DuMMie y, desde luego, mucho menos festivo que No Reply, como un tránsito necesario hacia la madurez creativa. Un proceso “de liberación” marcado por un viaje introspectivo y por la permeabilidad a la participación de viejos compañeros de fatigas y de dos productores que han definido su giro hacia registros más pop-rockeros en su debut en solitario, “¿Hay alguien ahí?”.
Hasta cierto punto y dada la proximidad de algunas composiciones, hay quien podría ver cierta continuidad entre DuMMie y tu proyecto en solitario. ¿En qué medida se han modificado los planteamientos musicales y hasta qué extremo has abierto la mano a abordar nuevos géneros y registros más poperos o rockeros?
La proximidad entre ambos proyectos es clara, como compositor siempre voy a tener una impronta o una limitación, dependiendo si lo ves como algo positivo o negativo. Creo que es difícil no sonar a uno mismo. Incluso me he visto plagiándome más de una vez sin ser consciente, y eso es mucho peor que plagiar a alguien al que merece la pena. DuMMie fue un primer paso en cuanto a esta parte de mi carrera como compositor, ya que No Reply estaba más definido por un estilo que queríamos hacer: swing. Tanto en la época de DuMMie como en este disco he tenido la libertad de pensar qué es lo me gustaría oír en mis discos, con la diferencia de que ahora he tenido dos productores, Martín García y Rubén García, que me han dado una visión externa y fresca de mis ideas y me han abierto un camino muy interesante para investigar en el que me siento más “yo” que nunca. Empecé en la música tocando versiones de Nofx y de Lagwagon, y, salvando las distancias, ahora me he vuelto a acercar más a mis orígenes que haciendo temas de pequeña “big band”, como en la última etapa de No Reply.
¿Podemos esperar que recuperes alguna composición tuya de aquella etapa tan próxima si bien con otro enfoque?
Es posible que recupere canciones para el directo, principalmente de DuMMie, ya que creo que en “Un Jardinero en la Antártida” hay temas que me encantan y con los que me sigo identificando hoy.
Tras las etapas en No Reply (neo swing) o DuMMie (jazz pop) y tu participación como músico de acompañamiento para Muchachito Bombo Infierno o Dani Martín, te toca asumir un rol más protagonista al frente de tu proyecto personal. ¿Cómo lidias con el hecho de ser la cara visible y responsabilizarte de la coordinación de todos los agentes implicados?
Llevo veinte años siendo la cara visible de algún proyecto, ya que No Reply empezamos en el año 2000. Lo que ha sido más reciente, puede que desde 2010, fue empezar a tocar para otros artistas. Ser la cara visible no es tanto lo importante para mí como hacer mi música, cantar mis canciones. Eso es lo más adictivo que he conocido como músico y no creo que haya nada igual. Como líder de un proyecto, gestionar un equipo de personas es algo que siempre hay que hacer, y me encanta. Hacer música de tú a tú con mis compañeros es increíble; hablamos el mismo idioma. Es importante tener empatía y que tus deseos no pasen por encima de las personas con las que trabajas, y lo demás fluye.
¿Apuestas por delegar y dejarte asesorar por los amigos músicos con los que compartes escenario o tienes claro de primeras hacia dónde dirigirte?
En la época de No Reply teníamos un engranaje de empresa súper coordinado y ahora es diferente: me toca hacer muchas más cosas y a veces es agotador, porque somos seres limitados. Pero es cuestión de tiempo poder delegar en otras personas, y no necesariamente los músicos, que bastante tienen cada uno con sus cosas.
“¿Hay alguien ahí?” es el título tanto del single como del álbum, y sirve para lanzar un cuestionamiento respecto a las personas que te rodean, un distanciamiento respecto a determinadas actitudes vitales y arroja una situación de cierta incomprensión respecto al mundo que te ha tocado vivir. ¿Volcar estos cuestionamientos dándoles forma te canción te ayuda a entenderlos?
Sinceramente no, no me ayuda a entenderlos, pero verbalizar siempre ayuda a estar bien con uno mismo y, cuando es en forma de canción, aún más. Es como un grito que te vacía.
¿Qué grado de satisfacción tienes con la sociedad que habitas y respecto a los conflictos que se generan entre seres humanos?
A ver, yo me siento afortunado y agradecido con quién soy, con qué hago, con las personas a las que quiero…, pero vivimos en un mundo que va a toda hostia y cada vez me siento más ajeno a muchas cosas. Imagino que el paso del tiempo nos las va mostrando a todos por igual y no podemos eludirlas, pero abruma. No sé si soy capaz de hacer una valoración mucho más allá de eso: este mundo está lleno de injusticia y es devastador, porque el ser humano puede llegar a ser extremadamente peligroso y dañino. Pero estar aquí merece la pena.
El álbum difícilmente tendría el aspecto y sonido que muestra sin la participación de dos personas que se han encargado de analizar tus canciones, darles un planteamiento distinto y que se han implicado en un alto grado para que llegara a término: Rubén García Motos (Malú) y Martín García Duque (Aurora & the Betrayers). ¿Cómo ha sido el proceso de creación, transformación, arreglos y plasmación de las canciones desde que aparecieron como bocetos en tu cabeza?
Si no fuese por ellos, no sé si hubiera podido hacer lo que hemos hecho juntos. Ha sido el proceso creativo más divertido en el que me he visto envuelto nunca. Hacer este disco fue un reto para ellos y para mí una liberación. Cogieron las canciones y pusieron lo mejor que tenían, cogiendo una perspectiva más “pop-rock”, más energética de lo que yo había hecho en los últimos años. Es una pasada lo que han conseguido y la implicación que han tenido conmigo, no creo que vaya a ser capaz nunca de devolvérselo. Hubo mucha libertad en el estudio y creo que mucha confianza en el equipo. Ni una voz más alta que la otra y muchas risas; esa es la verdad. No es fácil hacer un trabajo así entre tres siendo músicos con mucho recorrido y puntos de partida distintos, con visones diferentes de la música, pero hemos congeniado genial y me encantaría repetir con ellos para el siguiente disco -si ellos quieren-.
Has reconocido que tus composiciones tienen un cierto aire melancólico, que son poco dadas a la algarabía y la celebración, con títulos tan explícitos como “Ceniza”, “Historia de un hombre gris”, “La era de los mediocres”, etc. ¿Las musas de la inspiración llegan de forma más directa cuanto atraviesas momentos de duda, tristeza o preocupación que cuanto afrontas los éxitos? ¿En qué medida ha sido distinto el proceso que te ha llevado a componer el tema inédito “Debe ser eso que llaman felicidad”?
Hablar de cosas bonitas me da la sensación de que es más complejo que hablar de tristeza, soledad o un corazón roto. Es así, la música está llena de canciones tristes, pero también el cine. Creo que debe ser más difícil hacer una comedia que un drama, porque hacer reír parece fácil pero no lo es. Por mi parte, intento escribir sobre lo que me apetece y con esta canción (“Debe ser eso que llaman felicidad”), yo vivía un momento precioso. Mi hijo estaba a punto de nacer, tenía este disco terminado, la vida me sonreía y me acuerdo de que, fumando por la ventana de mi casa, pensé que tenía que escribir sobre ello. Y una cosa lleva a la otra. Empezó como un pequeño reto y acabé terminando una canción distinta a las que suelo escribir. Pero nada más, hay muchos duelos creativos y espero enfrentarme a ellos sin miedo, siendo honesto, que en el fondo es cuando conectas con lo que te rodea y los demás.
“Ceniza” es una canción que plasma razonablemente bien lo que sentimos los madrileños, una ciudad que parece acogedora, pero cuyas distancias físicas terminan por representar un distanciamiento emocional hacia personas que apreciamos y con quienes nos gustaría seguir compartiendo. Dada la importancia que para un compositor tiene el entorno en que se desarrolla, ¿consideras que Madrid es una ciudad inspiradora?
Madrid me parece una ciudad increíble, es mi ciudad, aunque no haya nacido aquí. Casi todas las cosas que recuerdo en mi vida han pasado fundamentalmente en esta ciudad, así que sí que me parece inspiradora, claro.
¿Has probado a componer en otros entornos? ¿Qué diferencias percibes?
He pasado también mucho tiempo en Galicia, porque tengo un gran amigo en Bueu y mi pareja es de La Coruña, donde pasamos bastante tiempo a lo largo del año. Cuando estoy en Coruña me cuesta componer, porque me siento distinto, de “vacaciones”. Soy bastante hiperactivo en general, pero con el tiempo cada vez más me gusta pasar tiempo sin hacer nada, disfrutando de mi familia y de otro entorno. Se recargan las pilas para luego volver a casa y ser más prolífico.
En otra de las canciones no incluidas en este álbum recién publicado, “El adversario”, hablas de la distancia entre el ser humano que mostramos y aquel que en realidad somos. ¿Qué distancia existe entre el Alejandro Serrano que sube a un escenario y aquel que tiene que lidiar con sus miserias cotidianas?
Cada vez intento que esos dos “Alejandros” se parezcan más. Tener menos miedo, ser más honesto. Hay que prepararse bien para subir a un escenario y estar tranquilo, eso lo he aprendido con los años, pero si uno está tranquilo consigo mismo, además creo que te puede dar un plus de verdad como artista. Estoy aún lejos de llegar a ese punto artístico, ya que me encantaría estar haciendo sesenta conciertos al año con mi proyecto y desarrollando toda esa faceta mía de verdad, pero paso a paso, voy yendo hacia donde quiero ir y eso me calma y me hace tener objetivos, que son claves para la felicidad.
¿Cómo te posicionas frente a esa sociedad de los egos, las vanidades y las apariencias que tratar de vender una imagen idealizada en Instagram o Youtube, y que también reflejabas en “Impermeabilidad”?
En cuanto a la pregunta de los egos… Cada uno va a lidiar con el suyo como bien pueda. El mío me ha dado muchos problemas y no era consciente, como músico y como individuo. Voy adaptándome al mundo de las redes sociales, porque no me siento en mi entorno natural y a veces me cuesta. El sentido común me va diciendo cómo hacerlo, es un escaparate continuo y da un poco de miedo. Me posiciono simplemente mirando lo que sucede a mi alrededor, reflexionando sobre ello y voy aprendiendo de todo cada día.
El tercero de los temas que avanzaste en primicia en el debut del proyecto en la sala El Sol, “No tengo un plan”, está inspirado en lo que te hacía sentir la llegada de tu primer hijo y que casi podríamos entender como una declaración de intenciones. ¿Te libera de cierta presión el hecho de no tener que ceñirte al habitual ciclo de disco-gira-composición-disco-gira-composición…?
Te mentiría si te dijese que no me gustaría estar en ese ciclo del que me hablas de “disco-gira-composición-disco-gira-composición…”. Tengo menos presión que otro artista al que sigue muchísima gente, con compromisos discográficos y demás, pero me cuesta mucho ir a una ciudad con mi banda para que conozcan el proyecto. Preferiría estar en esa dinámica de la que me hablas, decidiendo cuándo salgo yo a la carretera.
¿Hasta qué punto cambia la forma de afrontar la música con la llegada de alguien que reclama toda tu atención?
La llegada de mi hijo ha cambiado mis prioridades y mis tiempos. Aún es muy pequeñito y seguimos en fase adaptativa, pero desde luego la música y otras muchas cosas quedan relegadas a otro plano. Afortunadamente, cuidar y querer tanto a alguien te da una fuerza para hacer las cosas que quieres hacer y una capacidad resolutiva que yo no conocía.