La elegancia de Bill Charlap inauguró el VII Festival Internacional de Jazz de Salamanca

Texto: Federico Ocaña

@federico_ocana_guzman

Fotos cedidas por Salamanca Ciudad de Cultura

 

Hablar del Festival Internacional de Jazz de Salamanca es hablar de una institución que poco a poco se ha ido consolidando hasta alcanzar, con esta, siete ediciones.

Dejamos las cinco actuaciones del verano pasado, por las cuatro de este; dejamos a un lado las agrupaciones en sexteto del año anterior para disfrutar de músicos de una calidad excelente en un formato más reducido. Los recortes, no obstante, no se hacen notar en la organización del festival, que se integra en el programa de Salamanca Plazas y Patios, en Salamanca Ciudad de Cultura, ni en el cuidado en la selección de los músicos.

En el Patio Chico, en uno de los rincones más emblemáticos de la catedral salmantina, han desfilado por el escenario los días 10, 11, 12 y 13 de julio Bill Charlap, Russell Malone, Robin McKelle y Adrian Cunningham, respectivamente. Hablamos de cuatro músicos que se mueven en un jazz clásico, con raíces en el blues, el swing y el bop. En la primera de aquellas fechas, el pasado miércoles, el pianista neoyorkino Bill Charlap toma el testigo de los Raynald Colom, Steve Turre o Emmet Cohen, entre otros, que participaron en el festival en 2023.

Charlap aúna un dominio virtuoso del teclado con una gran capacidad melódica. El trío que lidera con Noriko Ueda al contrabajo y Carl Allen a la batería respira como las grandes bigbands de los treinta, cuarenta, cincuenta. Desde “On a Clear Day” hasta “On The Sunny Side of the Street”, que regala como propina, se encarna en Duke Ellington (o en Billy Strayhorn, o en Oscar Peterson, según el momento), en Parker, en cualquiera de los genios de la era del gran swing y el bop. Con las introducciones analiza los temas, los divide, coge cada línea melódica, cada patrón rítmico, y lo exprime, con las exposiciones de los temas los enriquece.

Los músicos ofrecen baladas tiernas, bien recibidas por un público que disfruta del aire que mece la ciudad helmántica pasadas las once de la noche, como “Yesterdays” y “Here’s That Rainy Day”. El trío, no obstante, se mueve mejor en aguas caudalosas, en tempos rápidos, cuando el piano golpea en graves y agudos -una prueba más de virtuosismo y creatividad, el no renunciar a ninguna octava del piano- alterando el ritmo de la melodía. Las miradas de Ueda y Allen conectan con las teclas y golpean al unísono, cortan la melodía, la continúan en sus solos, responden bien a los juegos de Charlap, que dedicó un emotivo agradecimiento al término de su actuación al histórico promotor del jazz Jordi Suñol por su apoyo.

Es ahí, en “Caravan”, “Prelude To a Kiss”, “Tea for Two”, donde brilla el trío. La catedral, el Patio Chico, aporta la solemnidad necesaria, transformada en club de jazz, y el público, transportado a Nueva York, ocupa todas las localidades, las zonas peatonales que rodean el patio, se abstrae de los ladridos ocasionales de un perro que intenta recordar, desde la lejanía, que es un concierto al aire libre.

En este concierto inaugural Bill Charlap consigue crear, con su originalidad en el acercamiento a la tradición, con su capacidad de improvisar en escalas que bajan en cascada, una techumbre entre el cedro y la arquitectura románica, una malla invisible que convierte, una vez más, el Festival internacional de jazz de Salamanca, en un refugio para todos los aficionados a la buena música.

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