Por Eduardo De Simone
Se sabe que el guitarrista y el saxofonista tocaron juntos en San Francisco y en el Festival de Jazz de Monterrey. Cada año surgen rumores sobre la aparición de un tape histórico de un encuentro que no se repitió. Pero ¿existe ese registro? Zev Feldman, el llamado “detective del jazz”, tiene dudas. Qué pasó en ese cruce de gigantes.
¿Wes Montgomery y John Coltrane compartieron escenario en alguna ocasión? Sí, en más de una. ¿Hay registro de ese memorable encuentro? Es la verdadera pregunta del millón en el mundo del jazz.
Todos lo buscan, todos quieren saber si existe. El primer interrogante es cuántas veces tropezaron en escena Wes y Coltrane. El consenso de críticos e historiadores del género mantiene que el choque de planetas se produjo a mediados de 1961, primero en el Jazz Workshop de San Francisco y luego en el Monterey Jazz Festival. Pero Lewis Porter, uno de los biógrafos de Coltrane, asegura que también coincidieron a principios de 1962, aunque no hay documentos que certifiquen esto último. ¿Es posible que nada haya quedado registrado de aquel momento de singular vitalidad en la historia del jazz? ¿Ni siquiera una grabación de aire de algún fan? Sólo tenemos la seductora fotografía de Jim Marshall que ilustra este artículo, que retrata a Wes concentrado en su técnica fingerpicking y a Coltrane en un viaje inasible aferrado a su saxo tenor. El resto son rumores. Hace pocos años se llegó a asegurar que el sello Universal había dado con algunas tomas y que se aprestaba a publicarlas. Nada de ello ocurrió.
Para Zev Feldman, productor bautizado como el “detective del jazz” por su habilidad para encontrar tesoros ocultos y cintas olvidadas de los grandes del género, es improbable ya que sea posible dar con esa hipotética grabación:
“Es sabido que Wes y Coltrane tocaron juntos en el Jazz Workshop de San Francisco y en el Monterey Jazz Festival, pero nunca se encontraron y tal vez nunca sepamos si existen grabaciones de todo eso”.
Se sincera ante MasJazz consultado para este artículo. Feldman tiene decenas de “rescates” en su haber. Ha fundado varios sellos (uno de ellos en sociedad con el productor catalán Jordi Soley), es consultor de Blue Note y como parte de esa tarea ha recuperado grabaciones de Bill Evans, Monk, Chet Baker, Barney Wilen y muchos otros. En el reciente Record Store Day, que resultó un éxito en disquerías de ciudades españolas como Madrid y Barcelona, puso en las tiendas ediciones limitadas de vinilos con música inédita de Yusef Lateef, Steve Lacy con Mal Waldron, Chet Baker con Jack Sheldon, Sun Ra y Cannonball Adderley. Para él un registro de Wes con Trane sería una suerte de santo grial del jazz:
“Aunque nadie sabe realmente si se grabó algo o no, inclusive tampoco yo lo sé. Pero si hubiese cobrado un centavo por cada vez que me hicieron esta misma pregunta, ¡sin dudas sería un hombre muy rico!”, bromea.
La afanosa persecución de ese improbable tape se refiere en verdad a uno de los pocos shows donde ambos colosos cruzaron caminos. Fue el 22 de septiembre de 1961 en el Festival de Jazz de Monterrey. Allí se presentó el icónico saxofonista en formato sexteto, que incluyó a Montgomery en guitarra, Eric Dolphy en saxo y clarinete bajo, Reggie Workman en contrabajo, McCoy Tyner en piano y Elvin Jones en batería. El set consistió en tres temas a lo largo de una hora, según los testigos de esa noche memorable: My favorite things, Naima y un medley que alternó So What e Impressions.
Tan entusiasmado quedó Coltrane con el resultado del ensamble que se obsesionó con incorporar a Wes a su banda. Pero no pudo ser. El guitarrista nacido en Indianápolis, que se transformaría en leyenda de su instrumento, ejerciendo una influencia decisiva en las generaciones que lo sucederían, fue acaso el único músico que rechazó un convite de Coltrane para unirse a su proyecto.
Hay razones nada desdeñables que explicarían aquella negativa. Los estilos, por lo pronto. Wes era dueño de un swing de generación propia, desarrollado como autodidacta, y fue el primer guitarrista que improvisó en octavas, una técnica que en ese entonces resultaba sorprendente y aún hoy se mantiene efectiva. Wes, además, no era adicto a las performances extensas, mientras que Coltrane se hallaba en plena búsqueda artística y espiritual luego de haber abandonado el grupo de Miles Davis y habiendo llegado al extremo de malquistar al trompetista con la extensión de sus solos. Cuando Miles lo atizaba por emplear casi 30 minutos para un solo en un show cuya duración total estaba pactada en 45, Coltrane sólo atinaba a excusarse porque no encontraba la ventana para el final. “Es muy simple: ¡prueba con alejar el saxo de tu boca!”, lo sacudía entonces Miles.
Esa búsqueda de un lenguaje propio y cada vez más distanciado de las tendencias que mostraba el jazz de la época se hizo más intensa en Coltrane tras haber cortado su lazo con Miles. Y en esa exploración musical incesante, el saxofonista comenzó a probar músicos y formaciones. Así fue como sumó a Eric Dolphy, un notable saxofonista, clarinetista bajo y flautista que estimuló el sonido del grupo pero duró poco junto a Coltrane y no fue reemplazado tras su partida, y a Wes Montgomery, con quien como se dijo tocó en San Francisco y en Monterrey y quien acaso oficiara de cable a tierra ante la incursión sonora que Coltrane comenzaba a ensayar de cara al futuro inminente, que lo exhibiría en un estado de envolvente espiritualidad.
Tal fue la sugestión de Coltrane con Wes que, aún en junio de 1962, bastante tiempo después de aquel mítico concierto en Monterrey, el saxofonista lo mantenía presente en sus pensamientos. “El puede hacer que todo suene más completo”, reflexionaba ante la gente de su entorno. Era un momento en que el blues y las piezas modales seguían rondando las ideas de Coltrane, quien necesitaba confiar en una sección rítmica abierta e innovadora que sostuviera sus complejas estructuras armónicas. Pero a pesar de su voluntad ya no habría reencuentro.
Wes Montgomery estaba terminando sus trabajos para el sello Riverside, acaso los más logrados, con sidemen como Tommy Flanagan, Hank Jones, James Clay y Johnny Griffin. Su carrera posterior recorrería avenidas más previsibles que las que transitó Coltrane: discos con arreglos orquestales y cierta aproximación al soul y ocasionalmente al pop hasta que la muerte truncó una carrera que tenía aún mucho por entregar. Un ataque al corazón lo dejó fuera del mundo en 1968, apenas un año después de la desaparición de Coltrane.
La transición del saxofonista caminó en sentido opuesto al de su admirado Wes. Tomó riesgos, desdeñó las convenciones, afianzó en su instrumento aquello que el crítico Ira Gliter denominó “capas de sonido” y le dio estabilidad a un cuarteto que produjo grandes álbumes que guiaron la historia posterior del jazz. Cuando Coltrane buscó convencerlo de que se uniera a su banda, Wes ya tenía sus proyectos en marcha y adivinaba que sus desafíos musicales lo encontrarían lejos de la mirada vanguardista que ya proyectaba el saxofonista.
La gira del festival de Monterrey, sin embargo, había mostrado alta sintonía entre los músicos. El crítico francés Louis Mialy, residente en San Francisco, recuerda que terminó conduciendo al grupo para su presentación en el concierto y que, ya camino a los hoteles, comenzaron a debatir en cuál habría menos ruido: “A mí me da igual, siempre y cuando podamos encontrar mujeres”, fue la postura de Eric Dolphy. “Viejo sucio, eso es en lo único que piensas”, lo acomodó Wes. “Sólo cuando vengo a California, eso es lo que me provoca el sol”, fue la respuesta.
Coltrane no se entregaba a esas chapuzas: “Sólo quiero celebrar tranquilo mi cumpleaños, mañana tendré 35”. Sería el 23 de septiembre, un día después del legendario concierto de Monterrey que acaso, alguna vez, vuelva a sonar para que no se desvanezca en la memoria de los pocos que se dieron cita en esa milagrosa celebración.