Texto: Gilberto Márquez / Fotografías: Daniel Pérez
La cita anual del Festival Internacional de Jazz de Málaga agita la actividad cultural de la ciudad durante unos cuantos días de noviembre, precisamente en un contexto, como el actual, en el que la música en vivo se recibe como maná sanador del alma. También se presenta como un ejercicio de lo más libre y democrático, ya que, además del menú previsto para las diferentes jornadas en el Teatro Cervantes, las iniciativas complementarias Málagajazz en abierto y el festival de Jazz… en tu zona, con espectáculos de entrada gratuita por diferentes espacios de la ciudad, permite a todo el público que lo desee poder acercarse a las interesantes propuestas que con tanto mimo se preparan cada año.
De camino al encuentro pianístico entre Chano Domínguez y Diego Amador en el coliseo malagueño, nos topábamos con la actuación del saxofonista norteamericano Abdu Salim, en formato cuarteto, en la céntrica plaza de la Merced. No era momento para poder detenernos en demasía, pero durante unos instantes sí nos dio tiempo a sentir la misma alegría -manteniendo la preceptiva distancia social- que el animoso público concurrente en este lugar histórico que vio nacer a Pablo Picasso y homenajea con un obelisco al general Torrijos y sus compañeros fusilados tras el pronunciamiento liberal de 1831.
Seguimos nuestro recorrido por la calle Gómez Pallete, vía en la que tristemente ya no está el Onda Pasadena, mítico local en el que eran frecuentes las jams tras los conciertos durante las fechas de celebración de los festivales de jazz de antaño. No obstante, se sigue respirando arte. Alcanzamos la entrada del teatro, ingresamos por sus escaleras y enfilamos sus pasillos hasta encontrar nuestras localidades. Una vez acomodados, observamos que el ambiente era de total expectación.
Levantado el telón, antes de que comenzara el evento propiamente dicho, nos recibía un vídeo del subdirector general de Cultura de la UNESCO, Ernesto Ottone, en el que agradecía el trabajo de los artistas y profesionales del sector en estos momentos tan complicados debido a la pandemia y felicitaba a Málaga por su apuesta por la cultura como referencia de su modelo económico y social. Buen trabajo pues; gratifiquemos y festejemos entonces.
La velada continuó con otro reconocimiento, uno más, a Chano Domínguez, que tras el Donostiako Jazzaldia y el Premio Nacional de Músicas Actuales, fue galardonado con el Premio ‘Cifu’ del festival malacitano, que desde hace cuatro años honra el legado del prestigioso comunicador y divulgador Juan Claudio Cifuentes, ‘Cifu’, así como a una de las figuras del cartel de este encuentro jazzístico con treinta y cuatro ediciones en su haber. La vocalista y pianista Alicia Tamariz, quien esa misma tarde había actuado junto al flautista Fernando Brox en el Hotel La Chancla dentro de ese circuito de jazz en abierto, fue la encargada de entregar el trofeo a un visiblemente emocionado Domínguez.
Así, con todo preparado para disfrutar, dos grandes pianos de cola enfrentados, bajo la neblina de la luz de los focos, que proyectaban arabescos y otras formas en las tablas del escenario, más los tonos verdes y rojos del logotipo del evento, crearon un ambiente idílico para que Chano Domínguez y Diego Amador se batieran en una larga improvisación inicial que dejó absortos en sus butacas a los allí presentes.
En la segunda pieza que desarrollaron ambos se unió al cajón peruano Diego Amador hijo, quien ayudó a que los sones flamencos transitaran por el auditorio con mayor jondura durante prácticamente todo el repertorio desplegado. Después, el turno fue para que el denominado ‘Ray Charles gitano’ se arrancara al cante por rondeñas y siguiera percutiendo las teclas con una energía que le hacía dar saltos de su banqueta mientras deleitaba con su potente quejío.
Tras otra interpretación en solitario, ahora por parte del músico gaditano, en el que maridó algunos palos del flamenco como la bulería o la soleá con ritmos latinos, volvieron a coincidir los tres para seguir ofreciendo un coordinado espectáculo, irradiante de enorme complicidad, con el que alcanzaron esa perfecta ejecución de las blancas y las negras derrochada en toda la noche.
La intensidad de la propuesta de los dos maestros fue creciendo para goce del respetable, que, si ya estaba entregado a este coqueteo del espíritu del jazz con la raíz flamenca, conforme se acercaba el colofón, vibraba en los asientos y lo daba todo para aplaudir, hasta que, finalmente, puesto en pie, ovacionó de forma cerrada durante varios minutos el impecable recital que habían brindado estos artistas inclasificables en un género musical concreto pero sí perfectamente identificables en cuanto a calidad se refiere.
La correctísima evacuación escalonada del recinto por parte de los espectadores, todos con una sonrisa perenne, fue la imagen de una noche para el recuerdo que algunos continuaron en pequeños corrillos en la calle y en los bares, suponemos que para evocar la belleza de la gala que habían presenciado. Porque nunca se sabe ya cuándo será la próxima.