Texto: Rudy de Juana / Fotografías: Elvira Megias (CNDM/AN)
Dicen que, en ocasiones, es en las peores circunstancias cuando somos capaces de dar lo mejor de nosotros mismos. En el caso de Christian McBride, los dos últimos años de pandemia no solo no han conseguido frenar su impulso creativo, sino que se han convertido en dos de los más prolíficos de su carrera.
En 2020, el que es probablemente el mejor bajista de su generación, se reunía con sus “viejos amigos” (Brad Mehldau, Joshua Redman, Brian Blade) para grabar “RoundAgain”, la continuación de ese “MoodSwing” con el que impresionaron al mundo en 1994. Ese mismo año publicaba “For Jimmy, Wes and Oliver”, su cuarto álbum para Big Band, merecedor de una candidatura a los Grammys y rescataba “The movement revisited” un alegato antirracista en el que homenajeaba a figuras de líderes afroamericanos como Martin Luther King, Malcom X, Rosa Parks o Muhammad Ali.
Por si esto fuera poco, a finales del año pasado lanzaba “Live at The Village Vanguard” (Mack Avenue, 2021), su primer álbum en directo con su quinteto Inside Straight, en el que, junto al bajo de McBride, oímos el saxo de Jaleel Shaw, el piano de Peter Martin, la batería de Carl Allen y el vibráfono del que probablemente sea, en la actualidad, el mayor virtuoso de ese instrumento: Warren Wolf.
Todos ellos llevaron parte del espíritu del Vanguard al Auditorio Nacional de Madrid el pasado sábado, en uno de esos conciertos que suelen regalar esas bandas que se conocen de memoria, que se muestran tan confiadas y relajadas sobre el escenario que el swing vibra con una facilidad pasmosa.
Arrancó el show con “Brother Mister”, un tema compuesto por McBride para su propia Big Band y que sirvió de forma elegante, para romper el hielo, despejando el camino a ese torbellino que responde al nombre de “Gang Gang”, tremendo tema de Warren Wolf en el que vibráfono vuela libre a gran altura mientras que el saxo de Shaw da la réplica.
En “The wizard of Montara” McBride volvió a demostrar en uno de esos solos no aptos para cardíacos, que pocos son capaces de tocar el bajo con la velocidad y precisión con la que algunos músicos clásicos tocan el violín, para llevarnos en volandas a uno de los momentos más especiales de la noche: el “Sophisticated Lady” de Duke Ellington.
Muchos contrabajistas de jazz suelen considerar el arco como un elemento tan accesorio como extraño y cuando lo utilizan, lo hacen de forma testimonial, casi pidiendo permiso para ello. No es el caso por supuesto de McBride, que arrancó al tema de Ellington uno de los momentos más conmovedores de una noche en la que planeó el espíritu inmortal de Chick Corea.
Recordaba el de Filadelfia que su última actuación con el genial pianista se produjo precisamente sobre las tablas del auditorio madrileño. Encarnado de alguna forma en el maravilloso Peter Martin, tuvimos la oportunidad de escuchar la voz de Chick en “Tones for Joan’s Bones” y en esa eterna Spain” con la que Inside Straight puso un broche de oro al concierto.
Sonido clásico, técnica depurada, fraseo imaginativo, elegancia escénica, conocimiento total… son solo algunas de las muchas cosas buenas que se pueden decir de una banda compacta, de las que es fácil comprobar cuánto disfrutan tocando juntos y cómo hacen disfrutar a un público que a menudo tiene que pellizcarse para comprobar que lo que están viviendo no es un sueño.
La facilidad con la que Carl Allen dispara sus solos de batería, con la que marca el ritmo a un Mcbride con el que toca desde hace casi 25 años; cómo Shaw se pasa al saxo soprano al versionar el “Theme for Jareem” de Freddie Hubbard o el vuelo en tocata y fuga de Shaw sobre el vibráfono, pero también pesado y persuasivo cuando es necesario, consiguen cargar la atmósfera de una alegría eléctrica, la que se genera con ese hardbop del bueno, de ese gritar otra, otra, otra. Estamos deseando poder escucharles de nuevo