Texto: Jaime Bajo
Puede que la imaginación sea ilimitada, pero a la hora de trasladar esas ideas con voluntad de plasmarlas en un formato de música audible e inteligible a un determinado público, puede que las maneras de expresarlas sean más restringidas de lo que cabría pensar a priori. El eterno -e irresuelto- debate acerca de si en la música está todo inventado o queda aún margen para el progreso -electrónica mediante-. Y es que, aunque las piezas pergeñadas por el compositor radicado en Londres, Claudio Corona, irradien luminosidad en múltiples direcciones, no dejan de estar circunscritas a la tradición del “modern jazz” que traza una (cierta) línea de continuidad con otros maestros del órgano Hammond que le precedieron en el tiempo. Me estoy refiriendo, claro está, a celebridades del calibre de los Bill Doggett, Wild Bill Davis, Fats Waller, Brother Jack McDuff, Jimmy Smith, Jimmy McGriff, Dr. Lonnie Smith, Brian Auger y compañía. Pero también a figuras contemporáneas altamente recomendables como Delvon Lamarr o Nasser Bouzida (The Bongolian), o los organistas españoles Teddy Bautista (Los Canarios), Enrique Valdivieso, Carlo Coupé (Funxplosion, The Sweet Vandals), Sergio Albentosa (Vibe Creators, The Prototype), Marta Ruiz (Sex Museum, Marta Hammond), el dúo catalán Corcs Drum&Organ o Julian Maeso (Speak Low, Frank Sin Ancla), entre muchos otros.
Aquel instrumento que naciera hace un siglo de la inquietud del maestro relojero Laurens Hammond por construir y comercializar un órgano electromecánico, no ha perdido un ápice de su (electro) magnetismo sonoro, ese genuino sonido refinado y su capacidad para generar composiciones enraizadas en el jazz, el soul o el funk que, bien aderezadas por una batería y una guitarra eléctrica -pues tampoco precisa de mucho más, aunque Corona apueste por añadir sección de metales ocasionalmente-, jamás perderán su encanto. Sonidos atemporales (no solo) para paladares sibaritas -“disponibles para todas”, como dice en el tema homónimo-.
