Del sacrilegio de Salif Keïta a la cinefilia de Santiago Auserón

Texto: Jaime Bajo y Daniel Gluckmann

Entrevista y fotos: Daniel Gluckmann

@gluckjazz

@altonellis.weekend

JB:

Celebraba anoche Madrid la jornada cumbre de su Orgullo como una reivindicación, cada vez más diluida, mercantilizada y masificada, de las diversas formas que existen de desear, amar, vivir y convivir en nuestra sociedad, del mismo modo que la ciudad sigue sintiendo un orgullo lejano, como un reflejo pálido e imperceptible, de aquel tiempo en el que, con el profesor Enrique Tierno Galván al frente, la urbe se convirtió en punta de lanza de una “nueva ola” que reivindicaba la libertad en su multiplicidad de manifestaciones y permitía acceder de manera gratuita a artistas como The Smiths, Camarón, enrique Morente, Caetano Veloso, o Radio Futura en aquel San Isidro de 1985, o La Polla Records, The Kinks, Gabinete Caligari o James Brown, en su edición de 1986.

En la actualidad, todo lo que antes perteneció a la cultura popular se ha convertido hoy en una mercancía que se consume ante una demanda creciente, y en la que el mercado sabe capitalizar la nostalgia, la memoria emocional y el orgullo de haber vivido un tiempo que ya no regresará, en el que algunas fueron jóvenes, disfrutaron de la diversidad musical, sobrevivieron a aluvión de sustancias tóxicas y escucharon hasta la saciedad aquellos éxitos musicales que esperan ver reproducidos en directo por aquellos que aguantaron el paso del tiempo.

DG:

“Hemos ofrecido un concierto moderno, africano, con una variedad de temas que han sido importantes en mi carrera, en particular con un homenaje a mi padre (“Papá” – 1999) que se fue y dejó un gran vacío. Sólo hay un padre y no lo puedo olvidar”, dice Salif Keita a MasJazz al terminar su concierto en las Noches del Botánico de Madrid.

JB:

El músico maliense Salif Keïta es, a estas alturas toda una institución, y casi se le rinde pleitesía como un icono de la música popular, “la voz de oro africana”. Pero, más allá de la leyenda, Salif es un músico que sabe conjugar bien la liturgia con elementos concretos que la desafían, convirtiéndose en una suerte de hereje -en el mejor sentido del término- de la tradición musical que le reivindica. Así, instrumentos que podríamos asimilar a su cultura ancestral, como el kamele n´goni, el djembé o la kora, se reparten el protagonismo en directo con el teclado bajo, la guitarra eléctrica -con Guimba Kouyaté dirigiendo las operaciones en la sombra-, el bajo eléctrico o las programaciones electrónicas.

Además, en su banda se entremezclan malienses (Guimba Kouyate a la guitarra, Harouna Samake al kamele n´goni, Madou Diabatea a la kora…), guineanos (el bajista Mohammed Kouyate), burkineses (Fatoumata Soubeiga a los coros) … como una reivindicación práctica de que el continente africano es una unidad territorial y cultural cuya partición fue discrecional y producto de colonizaciones ajenas.

DG:

Keita, que transmite una mezcla de serenidad y firmeza es como el padre de todos ellos y ellos le reverencian cada vez que tienen oportunidad. Su voz es un símbolo del “llanto de África”, como él mismo nos confirma, no sólo por su sonoridad sino también por el contenido de sus temas cantadas en idiomas malienses como el mandinga, el bambara o el malinké. “En África está el origen del jazz y a partir de allí todas las demás músicas provienen del jazz”, indica.

JB:

En adición a todo ello y en una clara muestra de generosidad, Salif no tiene reparos en ceder el protagonismo a sus “secundarios”, permitiéndose hacerse a un lado para que Fatoumata Soubeiga se luzca por partida doble, mientras él ejerce de corista, para abrazarla a posteriori en señal de agradecimiento; o esbozar una sonrisa al tiempo que el teclista bajo se lanza a un solo con el pie detrás de la cabeza (¡vaya prodigio de la flexibilidad!), o abandona provisionalmente su instrumento para marcarse un baile break dance que entusiasma al público. Lástima de nueve minutos finales de su actuación en los que la responsable de gira mandó salir del escenario a Keïta para introducir a una serie de personas VIP que se dedicaron a hacerse “selfies”, grabar videos y danzar con nulo sentido rítmico mientras el percusionista Mamoudou Dit Prince Koné se desgañitaba con el djembé.

DG:

Aunque tiene 75 años y se siente en la tarima de la batería cuando no canta o se retire suavemente del escenario del brazo de uno de sus músicos antes de que el ultimo tema haga explotar al auditorio y varias personas salten a bailar junto a la banda en el escenario, Salif Keita confiesa que disfruta viajando y tocando por todo el mundo desde que tiene memoria. “El público es diferente en cada lugar y aquí en Madrid ha estado “súper”. A las cuatro de la mañana del día siguiente parten camino de París y así sucesivamente.

Algo que también distingue a Salif Keïta y que marcó su vida es que es albino. Nacido en Malí en el seno de una familia descendiente directa de un rey negro fue marginado por su familia y apartado de la sociedad ya que, en la cultura mandinga, ser albino es considerado un signo de mala suerte. Se trasladó a vivir a París y gracias a su enorme talento y a haber superado no pocas nuevas dificultades consiguió que su voz y su música conquistaran cada vez mayores audiencias. Hoy es reconocido como una de las voces más importantes de la música africana y participa regularmente en todo tipo de festivales, también en los más grades eventos internacionales de jazz.

Su condición de albino le marcó tanto que actualmente dedica uno de sus mayores esfuerzos a la “Salif Keïta Global Foundation” cuyos fines son sensibilizar sobre la difícil situación de los albinos, defender sus derechos, integrarlos socialmente y recaudar fondos para sus cuidados médicos y atención educativa.

JB:

Tampoco comenzó con buen pie la comparecencia de un Santiago Auserón que, una vez más, se acompañó de la flor y nata del jazz catalán (Gabriel Amargant al clarinete y saxo tenor, David Pastor a la trompeta, Pere Foved a la batería, Isaac Coll al bajo y Vicenç Solsona a la guitarra). Lo vimos algo despistado en los primeros compases de su concierto -que dedicó a las composiciones de la etapa pandémica como “Quemando caña”, “La última rosa” o “Magnolia”-, más pendiente de la guitarra que del hecho de que su voz entrara a tiempo. Tampoco terminamos de comprender esa necesidad por ralentizar el tempo de piezas ya de por sí lentas como “No más lágrimas” o “Luz de mis huesos”.

Pero es astuto el maño y sabe bien cómo embaucar al público y reconducir la situación, entendiendo que, como buen cinéfilo, hay quien disfruta de los “festivales de cine pobre” como el de “Gibara”, quien lo hace con grandes producciones -de las que ya no quedan, en palabras de Auserón- como “Los inadaptados” (“The misfits” de John Huston, protagonizada por un puñado de grandes actores, “ninguno de ellos abstemio”) y a quien le gustan las superproducciones como “el big bang” de la naturaleza -¿por qué conformarse con uno solo cuando pudieron ser varios?-.

En lo que sí podríamos alcanzar un acuerdo los viejos seguidores del artista y quienes, por una cuestión de edad, nos hemos sumado más tarde a su talento compositivo, es en la infalibilidad del repertorio de Radio Futura, y es para todos nosotros, aunque quizá con voluntad de satisfacer a los primeros -que no tararearon los temas más actuales y si corearon a voz en grito los viejos éxitos-, para los que reservó el tramo final integrado por “El puente azul” -último tema compuesto por la banda en Camden Town-, “Semilla negra”, “El canto del gallo” y “La estatua del jardín botánico”, perfecto colofón y banda sonora para ambientar cualquier paseo por los jardines que albergan el ciclo en el que se enmarca su actuación.

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