Texto: Daniel Román
El «fundamento del pensar» es abiertamente deseado, como si el objeto de la filosofía (el ser de las cosas) no pudiera sino ser «querido y preferido» y, por tanto, pusiera en juego al deseo en la medida que ésta no será un «saber» simplemente, sino el lugar in-fantil que reclama que solo sabe que nada sabe
Rodrigo Karmy Bolton
Un texto amoroso –siempre antítesis de uno romántico– va en búsqueda de un destinatario sin más esperanza de que este arrojo sea, como toda escritura y simplemente, el gesto de inclinarse –encandilado– ante la duda.
Amoroso ante lo que defino como un movimiento hacia lo inaccesible y, por lo tanto, que exige una acción: escribir. Ir tras ese interrogante a sabiendas de que aquello que resuena es solo eso, un eco, puesto que lo central permanece encriptado. Y eso está perfecto. Leo que la escritura es femenina en el sentido en que lo plantea Hélène Cixous o Pascal Quignard: las palabras son metáforas de metáforas y en consecuencia solo dan pistas inexactas de lo trascendente, oraciones estructuradas para justificar nuestras determinaciones más absurdas o esenciales.
La conciencia de lo inaccesible, esto es lo notable, abre una fisura en la patriarcal cotidianeidad. Con la buena música lo mismo. Con Naíma igual. Nunca sabremos exactamente qué es lo que se encuentra bajo el manto de lo sonoro, su motor. Se puede, obvia y merecidamente, escribir sobre el ámbito profesional en dónde Naíma es pionera en muchos sentidos; es parte activa de la escena al más alto nivel (junto a Greg Osby, Moisés Sánchez, Maureen Choi, Pablo Held o Wolfgang Muthspiel, entre muchos otros), es profesora de batería, por supuesto, y tiene un extensísimo catálogo de discos grabados con músicos de todo el mundo y en múltiples estilos.
Me imagino que habrá muchos, en este preciso instante, intentando resolver las mismas preguntas que yo me hago: ¿qué hace Naíma para que este instrumento, con la historia que le conocemos, y con la cantidad de bateristas de jazz que actualmente se acumulan por el mundo, suene como un artefacto recién llegado a una tienda de música? No se trata, creo, de sostener funcionalmente nada –el rol típicamente asignado–, ni abordar una melodía en particular en su dimensión rítmica. Por el contrario, los golpes están ahí para producir una «escena sonora» que opera en base a variaciones de intensidad.
Su propuesta se aleja de un plano discursivo tradicional en el ámbito de lo rítmico para, a propósito de elementos tímbricos, generar espacios sonoros que direccionan a otros lugares e imágenes –flujos de intensidad variable–. No un paradigma en el que ampararse, sino una sustancia, atmosférica, que inhalamos y exhalamos.
Esta no es una respuesta, ni nada que se le parezca. No lo sé. Me imagino que habrá unos cuántos bateristas desvelándose a punta de transcripciones y horas de estudio intentando descubrir el misterio. Lamentablemente –y esta es la mala noticia– para tocar como Naíma hay que ser Naíma, puesto que esa elaboración, ese pensamiento o, mejor aún, ese instinto con el que debe negociar –y que le debe atormentar tanto como para dedicar su vida a sonorizar aquella voz que es tan propia como fantasmal– es completamente individual. Por eso la singularidad de su sonido, por eso la autenticidad de los recursos.
Es mujer y, tal vez, por esto, como en los bellos poemas y en cierta filosofía, pone especial atención a sus fantasmas –deseos, temores, sonidos anclados a la memoria o pura fantasía– que se asoman a la intemperie de lo cotidiano. Por eso es femenina –ética, ante todo– la escritura, porque lo desconocido es inapropiable e irrumpe ante la hegemonía masculina que funda una racionalidad calculadora y timorata que tiene respuestas para todo.
Quien no esté dispuesto a liberarse de todas las barreras que impiden la materialización de un sonido propio y a enfrentarse consigo mismo –seguramente un vacío– no podrá alcanzar el carácter singular que una expresión de arte, en este nivel, exige: valentía. También, y, sobre todo, para irrumpir en un medio rabiosamente dominado por hombres en todos los sentidos: programadores, instrumentistas, investigadores, escritores y compositores. Mayorías que ante lo evidente han tenido que aplicar lo de la meritocracia y reconocer la envergadura del proyecto. Otras cosas: ¿cómo tocar la batería de ahora en adelante?, ¿cuántas chicas serán bateristas?, ¿cuánto tendrá que modificarse el mundo del jazz para normalizar una presencia necesaria cualitativa y cuantitativamente?, ¿a cuántas nos ha impulsado Naíma para seguir adelante? Naíma es baterista, mujer, gallega, maestra y productora: un enigma que puntúa la brisa que nos damos.
Por Daniel Román