E-JAZZ #2: TRINIDAD JIMÉNEZ

Fotografía de Jaime Massieu

Texto: Daniel Román

@romanro.daniel

 

“Si lo pienso no lo hago”

Una línea se disuelve ante la retirada del oleaje. Arcilla, piedras: de minúsculos fragmentos, el flujo de las dunas. Conversamos en una reunión informal y hablan, a través de ella, los dichos de su pueblo –de su madre– y me nombra sitios que no conozco y que no puedo recordar. También me cuenta de un viaje reciente a Sarajevo en dónde dictó cátedra sobre composición, electrónica y flamenco. Es doctora en musicología y la primera vez que la vi fue en la UCM, donde expuso sobre la flauta travesera y sus investigaciones relacionadas con la música de Jorge Pardo –objeto de su tesis doctoral–. Aquella vez, también salí tras sus pasos para saludarla y conocerla. Escucho su último disco, Eléctrica, y pienso en aquellos carcamales que dicen que en el arte todo está hecho. Puede que tengan razón, pero el axioma abre la necesidad de un disenso o de una continuidad. De sumar un puñado de granitos azules a las dunas, o verter agua en ellas para curtir y embellecer.  Ese parece ser el impulso de Eléctrica.

Porque está todo hecho es que es necesario seguir; sembrar las ramas de los árboles. Investigación, enseñanza, flamenco, jazz, electrónica, mujer, madre. Las señas no pueden agotarse para quien busca hilos en una biografía. El espejo se encarga de devolvernos un tumulto que se transfigura: también por los años, por el tiempo, como la arena en la novela de Kobo Abe: “La arena se mueve de este modo todo el tiempo… es decir su movimiento, su fluir es su propia vida”.

Le pedí que me compartiera su tesis doctoral y me propongo hablar de su último disco, pero no sé si alguna de estas actividades –investigación, composición, interpretación– se puedan aislar de su propio carácter –como si fueran madejas de fibras distintas–, ni de las clases que imparte, ni del impulso natural de ir tras ella. Eléctrica es un adjetivo, pero también una metodología, una estética y un destino. Posiblemente la carátula del disco sea el más fiel retrato para quien, a la distancia, persigue apenas una silueta. O mejor dicho una energía. Me dedico a decirle “te sigo” a sabiendas –todos los que estábamos ahí coincidimos en la decisión– que eso es lo mejor.

Cuando el alma –la piel– resiente la música, los continentes parecen desbordados. ¿Qué hacer con la incertidumbre del sonido? Investigar. ¿Cómo suenan las respuestas? Se buscan improvisando. ¿Qué hipótesis plantear ante lo inasible? Composiciones, discos. ¿Cómo canalizo esa energía? Giras, cuartetos, directos. ¿Y las voces que resuenan en el insomnio? Al estudio de grabación. ¿Dónde exponer semejante caudal? Pues en universidades y academias. Música, siempre música, y desde el arte; “música de arte”. ¿Por qué la música con apellido? Porque la música de arte es incesante, se fragua entre la ingestión y la purga, para repetir el proceso mientras todo vibra.

Fotografía de Pepe Ainsua

Otra cosa: inspiración. La flauta travesera, como una voz expropiada del cuerpo, depende de la respiración –la resonancia de una respiración–. Escucho inspirar a Trinidad y se lo comento; al sonido de la flauta le antecede la inhalación. El aire que ingresa da inicio al juego. Trinidad inspira –nos inspira– y cuando espira canta: “Tanto las corrientes de agua como las de aire producen turbulencias. La onda más pequeña de esta corriente turbulenta es más o menos igual al diámetro de la arena del desierto” (Kobo Abe, La mujer de arena).

 

Por Daniel Román

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