Me imagino un vaso; azúcar, levadura, agua. Entonces las horas. Una película de plástico. Cae del vaso la pasta esponjosa. Ni el plástico detiene, ni el vaso contiene. La naturaleza, su cinemática, avanza. Retrocede o se retrae, pero no deja de estremecer. Disgrego con lo multidisciplinar. Cierto es que la música es una técnica. Una técnica que con tiempo, deseo u obligación da sus frutos. La fruta de un tallo, de una flor, un tubérculo. No solamente.
Texto: Daniel Román
Alguien se prepara un café, sin ruido, dedica sus horas a esos pasajes acentuados, imposibles. El que hace arte es artista: obvio. Pero ¿como artista? Los conservatorios obligan, condicionan, dejan fuera, seleccionan. Las personas se exceden, se frustran, se deprimen; inocentes, sin ánimo de alzar la voz. Quien se mira a sí mismo con desasosiego después de 2000 palabras de desaliento: no es así, no es eso, es así, lo correcto, vivir (la vida, así dispuesta, no vive). Las imágenes que vienen de lo desconocido; se escriben, se bailan, se soplan, se oscurecen. Esa artista que sin quererlo, habla sus fantasmas en aquello que no es más que su continuidad material, es decir, gestual.
El gesto revuelve el aire que inspiramos. Una pintura, un color. Un festival de jazz, con más o menos jazz, músicas del mundo, una palabra que amordaza. Clara Gallardo es también flautista y lo que fue un problema, un defecto, lo efímero, lo transitorio, lo inquietante, en ella, no sin baches, es signo de virtud. Se puede bailar mientras se juega pensando en el color de la palabra «niña» pronunciada en mapuzungun. Tres mundos o cinco mundos. Hermeto Pascoal en un trapecio. Hay problemas por supuesto: lo de encajar, lo de vender, lo de hacer coincidir una estampa comercial con una voz íntima. Que logren empatizar en un espacio apto para las cosas que no son. ¿Cuál es el circuito adecuado para la música de una bailarina flautista interesada en las músicas del mundo que sueña con palabras en quechua? Intento una respuesta y comienzo la vieja discusión: los jazzistas defienden espacios y estilos muy definidos. Pero otros jazzistas han ido incorporado músicas tradicionales, electrónica, free jazz, instrumentos étnicos, folclores. Peor: han recurrido a sus propias experiencias y miradas del mundo para reinterpretar la música que persiguen, a través del llamado jazz.
El jazz libera pero encasilla. Es su aporía. Pero también abre un lugar para lo heterogéneo de la experiencia humana que es también música. Clara Gallardo me recuerda que antes que todo está el deseo; incomprensible e incontenible. De bailar, viajar, memorizar, flotar, errar. El mundo es un lugar pequeño cuando la potencia excede la gruesa tela de la razón. Clara se escurre entre nosotros y su música queda como la niebla que empapa las mejillas cuando sorteamos los árboles, así, felizmente extraviados.