La estrella cubana celebra sus 89 años con una gira mundial que hizo escala principal en el Cartagena Jazz Festival 2019.
Texto: José An. Montero / Fotos: María Ramos (El Tomanotas, distribución libre)
Debieron de quitar todos los espejos de Cartagena para que en ningún sitio Omara pudiera ver sus ochenta y nueve años cumplidos. Risueña, coqueta, juguetona y parlanchina como una adolescente, Omara volvió a ser la gran diva que siempre ha sido. Entrando y saliendo de las canciones a placer, improvisando mensajes entre líneas y diálogos con el público.
Acompañada del pianista Roberto Fonseca, oculto bajo el sombrero, tratando de no ser deslumbrado ni robar protagonismo, mima a la diva, la acompaña en las salidas y entradas o la arropa en sus improvisaciones. Desde su debut discográfico con Magia Negra (1958), publicado antes de la llegada de Castro al poder, hasta esta gira a la que ha llamado “El último beso“, la voz de Omara Portuondo ha estado siempre presente.
En este estreno de la 39 edición del Cartagena Jazz Festival, la reina del Tropicana interpretó los viejos boleros como si todavía tuvieran la tinta fresca y el amor reciente. Dos Gardenias, Lágrimas negras o Bésame Mucho sonaron como si la espina todavía estuviera sangrando dentro del corazón y esas palabras estuvieran manando por primera vez de la boca de Omara.
Cartagena ha sido puerto de parada de todas las giras mundiales de Omara desde que en 1998 actuara por primera vez junto a Compay Segundo. Tras volver en 2014 con el Premio La Mar de Músicas y en 2016 con Diego el Cigala, el público cartagenero volvió a recibirla con los brazos abiertos, considerándola casi una cartagenera más. En este Cartagena Jazz, dicen que Omara vino a despedirse, que era la última gira que haría por todo el mundo, pero Cartagena no es el resto del mundo, lo dejó bien claro desde el escenario: “No va a ser la última vez, ya tú sabes“.
Coqueta como siempre, salió del escenario moviendo las caderas y bailando del brazo de Roberto Fonseca. Estiró el brazo para despedirse y echó la cabeza hacia atrás para lanzar una última mirada a El Batel, ese espacio que parece nacido para que en sus paredes resuenen los versos de José Martí, musicados por Joseito Fernández: “Yo soy “una mujer sincera”, / De donde crecen las palmas / Y antes de morirme quiero / Echar mis versos del alma / Guajira Guantanamera“. El público se comprometió a ensayar todas las tardes si Omara promete regresar. El pacto está firmado.