Texto: Daniel Román
A través de su canto los pájaros
comunican una comunicación
en la que dicen que no dicen nada.
Juan Luis Martinez, La nueva novela
El lugar del libro: una librería, una biblioteca, el salón. En ellos poemas y narrativa. El de la escultura: museos, vía pública, edificios. La pintura, lo que se deja ver. Para la música escenarios, teatros; Spotify. Me dejo atrapar por la gigantografía en el Museo Reina Sofía sobre la artista y su obra «hacer como quien dice ¿y esto que es?. Esto es una revista de jazz, lo sé. No tengo tan claro que es lo que debe quedar fuera. Veo una ponencia (de las de YouTube que cuelga el Museo del Prado) sobre Jan Brueghel y la serie de cuadros sobre los sentidos y el asunto es la pérdida de la valoración del olfato en la modernidad –digresión necesaria–. Vemos más que olemos, en conclusión. Ingreso a una playa con arena de mármol.
Leo: «hacer es una especie de fiebre» y, sobre la marcha, camino por entre las obras que llenan de lenguas los muros, replican cuencas hidrográficas en impresión 3D (anticipando la crisis del agua) y la escenificación –por decirlo de algún modo– de las minas de carbón o cobre, esta vez dispuestas como espacios cargados en una dimensión estética.
Suenan pájaros. El museo, por lo general, no es un espacio diseñado para lo audible. Tampoco del todo visual (los cuadros de Bruegel, por ejemplo, estaban pensados para espacios privados: por eso el miniaturismo y la posibilidad de acercarse a ellos con una lupa). Ahora suenan las alarmas cuando la mano traspasa el límite: aléjate.
Suenan los pájaros y leo: «pensé en el tema del lenguaje de los pájaros, ese imposible diálogo del hombre con el animal». Recuerdo a Nadia Prado y a Juan Luis Martínez. A Nadia Prado porque cuando leo poesía siempre se me aparece y a Juan Luis Martínez porque dice que «los pájaros hablan en pajarístico pero los escuchamos en español». En el ámbito literario es imposible desconocer este poema de Martínez, sobre todo si eres chileno. Está en nuestra memoria y, por supuesto, es hasta tal punto una obviedad que nos saca siempre una sonrisa. A los pájaros los escuchamos en español. Pero para nosotros, sudamericanos, es también el síntoma de una colonización.
Toda lengua es una colonización, es cierto. Todo lo escuchamos en español sin ser españoles. Somos pájaros hasta que los barrotes del nombre nos transforman en personas. Nadia Prado, vuelvo a ti, aborda esta problematización poemáticamente a través de Juan Luis Martínez –lo atraviesa–. Es decir, el ardor de lo intuitivo respecto a este punto en particular, se traduce en una obra poética, una vida. Eva Lootz, en un ingreso momentáneo, periférico, lo aborda desde el arte sonoro. Y aquí sí que nos acercamos a la tematización de una revista de música, toda vez que el jazz es un género más dentro de los infinitos que existen.
«Los límites del lenguaje» señala Eva Lootz para grabar por veinticuatro minutos y veinticuatro segundos, treinta clases de pájaros del Parque del Retiro. Les llama «ornitofonías» y la grabación discurre en una sala intermedia entre las obras de la artista visual. ¿Son los sonidos de los pájaros obras en sí mismas? Dispuestas de esa manera, mezcladas y masterizadas claramente sí. Por su disposición museal también. Los pájaros, por el contrario, cantan en nuestra ausencia para otros pájaros. Nos silban indirectamente. Los traducimos.
La música, esta línea de lo sonoro al menos, no es menos relevante en el ámbito de la escucha que un poema –los poemas son otra forma de organización en el plano de lo sonoro–. Tal vez más que el asunto de la lengua, de larga data, tenga más que ver con los límites: escucho a los pájaros, recuerdo el poema de Martínez, pienso en los paisajes sonoros y en la escucha en los museos mientras le quiero regalar un libro de Eva Lootz por su cumpleaños a mi querida Nadia Prado.
El problema es uno: El mío, el de ellas y el nuestro. Su materialización es un recorte arbitrario allí donde la materia se deja modelar por nuestras búsquedas. Nadia me dio a leer a Marchant quien señala dos cosas respecto a esta divagación: «toda obra de arte es la solución ejemplar de conflictos ejemplares» y otra sumamente operativa –creo– cuando hacemos análisis musical: «el creador y el destinatario no son sino uno puesto que ambos se confunden en la intuición directa del acto de simbolizar».
Un conflicto ejemplar es la relación imposible entre la lengua como universalidad y como mecanismo de colonización. La escritura comparte, tanto como la arquitectura, la música, o la escultura, una vía de manifestación de una intuición que en la recepción comporta el con-fundirse –una forma de mixtura propiamente tal, un tipo específico de relación– entre la imagen y lo imaginado. Henos aquí, en medio de un mar de percepciones que vuelven a simbolizar esos objetos eyectados de su condición críptica, para girar nuevamente sobre nuestros pensamientos vueltos hacia la palabra. Una y otra vez.