Texto de Federico Ocaña
Cada oyente de este disco se habrá hecho inevitablemente algunas preguntas sobre él y habrá reflexionado ya sobre el mismo tema antes del primer compás. Cualquier persona que escuche o lea la palabra “paz” se ve confrontada con esta reflexión, con este dilema. Pero el dilema personal y artístico de Evgeny Pobozhiy no es abstracto, como puede serlo para muchos de quienes escucharemos -escuchamos ya- este “Elements for Peace” (Butman Records, 2022).
Pobozhiy es, antes que músico, ciudadano de un país enfrentado, dialéctica, económica y políticamente con tres cuartas partes del hemisferio, en medio de una guerra abierta contra otro país -a la sazón unido por lazos culturales e históricos con el suyo-; un ciudadano, un músico, con una familia para la que seguir trabajando, a la que proteger, en cierta manera, en el sentido menos belicoso que se puede dar a esa palabra. Coincide que este ciudadano es también un músico cuyo álbum de debut es más esperado, con toda probabilidad, fuera de sus fronteras que dentro de ellas. Un músico que ha elegido colaborar, en este momento histórico que se refleja especularmente en la Guerra Fría, con genios como Ben Wendel al saxo, Aaron Parks al piano, Matt Brewer al bajo y Antonio Sánchez a la batería.
Una nómina de artistas americanos para escoltar al músico nacido en Seversk y protegido de Igor Butman, que pronto lo incluyó en su quinteto. Pobozhiy se alzó en 2019 con el Herbie Hancock Prize y, desde entonces, su proyección internacional se ha disparado. Merece la pena insistir en que este giro hacia el exterior es, en las circunstancias actuales, casi una heroicidad.
Y aunque el título contenga un mensaje pacifista obvio, “Elements for Peace” no busca la heroicidad por vía de la épica. Consta de nueve temas, siete con la firma de Pobozhiy, que más que un enfrentamiento -vamos sobrados de confrontación violenta- buscan, como induce a pensar el primero de ellos, transmitir un mensaje subliminal de reconciliación: “Subliminal”, “Bodhi”, “Elements”, “If”, “Aether”. Completan el repertorio de autoría del guitarrista ruso las dedicatorias familiares “Alina” y “Song for my Daughter” y, en el apartado de arreglos, la balada “Infant Eyes” de Wayne Shorter y el clásico ochentero “Enjoy the Silence” de Depeche Mode, otra sutil provocación que desafía la guerra cultural.
Con un estilo muy próximo al jazz rock, las líneas melódicas se suceden en “Subliminal”, con solos destacados de Pobozhiy y Parks y un magnífico Antonio Sánchez, o “Bodhi”, donde destaca el diálogo entre saxo, piano y guitarra. Wendel emplea aquí tonos ácidos, acompañando ese regusto a rock de la melodía. Los abandonará, sin embargo, en temas como “Enjoy the Silence”, “Alina”, “If”, “Aether”.
Más constante en cuanto a protagonismo y coherente en cuanto al estilo se muestra Pobozhy. Se mueve continuamente, sea por agudos, sea por graves, prefiriendo siempre los saltos interválicos dentro de las escalas modales, aunque algunos de los momentos más inspirados del álbum – “Infant Eyes”, por ejemplo- llegan en melismas menos frenéticos de la guitarra o en un mayor equilibrio entre la rapidez y el vértigo de las escalas y ritmos más pausados, equilibrio que lleva a una mezcla más homogénea también con Parks y Brewer – en “Aether”, por ejemplo. Esa vertiginosidad podría ser el principal defecto, por buscarle alguno, de algunos solos de Pobozhiy. Pero el guitarrista ruso desconoce estos pecados de juventud y evita, por lo general, el exceso de expresividad. Y en ese autocontrol tienen mucho que ver sus acompañantes: Wendel y Parks, discretos en algunos temas, saben destacar en los momentos adecuados y Antonio Sánchez, tan virtuoso como comedido, no deja de introducir cambios de ritmo, de acentuación y podría casi dirigir algunos de los temas, construyendo sus propios “elementos” (por ejemplo, en el tema que así se llama, “Elements”).
Estas piezas de Evgeny Pobozhiy, tejidas sobre una alianza de músicos de culturas originalmente tan diversas y provenientes de países políticamente enfrentados, deben servir como los cimientos de una paz que alcance todos los rincones y momentos de la existencia, desde la tranquilidad acústica de la vida familiar hasta la velocidad de las calles que parece reproducir la guitarra con algunos de sus solos.