Texto: Juan Ramón Rodríguez / Fotografías: Ernesto Cortijo
La producción artística luce con la estudiada parsimonia de décadas una asignatura que suscita quebraderos a cada paso; no es ajeno el influjo de su folclore, una esencia que enturbia capiteles en su sentido metafísico más peyorativo. Los sonidos contemporáneos constituyen el paradigma de ese hecho, más aún en atención a unos últimos hitos de exitosas listas que simbolizan una aristotélica “ciencia buscada” en cuanto que visión, por lo común, no falta de melancolía; Ortega y Gasset, por otro lado, establece la realidad nacional como una sucesión de “incorporaciones” cargadas de excelente “particularismo”. Cualquier revisión que atienda a tales caracteres reputa asegurado el éxito a lo largo de la piel de toro.
Este carpetovetónico arraigo converge en las inmediaciones del Festival Internacional de Arte Sacro junto a uno de los avezados intérpretes del panorama. El saxofonista Ernesto Aurignac, de rigurosa gala, exhibe un tratado de vastas raíces en ulterior estreno de la concurrente edición del certamen con un nombre —Saeta Kòsmika. Réquiem para ser amado— que encierra esa provocación que enardece genialidades y un órdago fallido, en palabras del protagonista. El Teatro de la Abadía alberga en su escenario diecisiete razones escritas en articulación de colectividades distintas en una unidad superior dentro de la cual pervivan sus elementos integrantes; música antigua, flamenco y jazz tienden a construir un puente según áridos campos.
Pocos segundos son necesarios para evidenciar la anterior advertencia tras un aullido envuelto en infinitas capas que sobrecogen un auditorio que no muda apariencias en la hora larga de espectáculo. La disposición reviste cuidado con una estructura, designio de Aurignac, que afirma regia el orden entre el caos. Las semejanzas no se hacen esperar, visión rubricada de un autor que ejerce notable auctoritas para regocijo de unos instrumentistas prestos en muecas y sudor de batalla. Destellan apelativos como el de la linarense Belén Vega, desgarro de tierra, y un Gonzalo Navarro guitarrista cercano a las riberas de Juan Codorníu y demás atmósferas procedentes de aquel emblema Omega legado de Enrique Morente.
El recital se sucede sin concesiones al concebirse en movimientos ligados a las órdenes del conductor y a su seña de identidad, guiños a Plutón y proyectos de mente inquieta mediante visión de lo tradicional circunscrita a una ponderación de figuras y ritmos que sopesan impresión a lo largo de la puesta de sol. Pueden litigarse razones de peso ante la presencia de vientos ministriles, sacabuches en momentos celestes, muestra orgánica en el especial de los pareceres. El resultado desconcierta a los neófitos, oídos puestos en el Black Saint and the Sinner Lady de Charles Mingus, pero con el aliciente en pos de brindar por su vecindad frente al Manzanares.
Su totalidad discurre a hombros de píldoras y aspectos costumbristas, ciertos mejorables como el caso de unas lánguidas seis cuerdas que no ensordecen con chispas de un Vicente Amigo o un Raimundo Amador en derroteros próximos al rock; tal vez rutas más bluseras en compañía de un Aurignac que desatiende sus menesteres con el fin de recordar la esfinge hispana de Charlie Parker, fusil de repetición en su fraseo y frenesí inefable en torrentes de notas perceptibles al congregado en la labor de esgrimir libertario alegato cubierto en un crisol de culturas complicado de abarcar pero dispuesto a penetrar en ese motor, esa restauración que sucumbe a instintos propios de lo doméstico.
No hay rebeliones que predigan el desarrollo de los acontecimientos venideros, siempre y cuando se disponga de un superlativo cuarteto de voces —prestidigitadores de encaje onomatopéyico en los albores finales— y de coyunturas sorprendentes y de restauraciones permisivas en la comprensión de un funcionamiento real de la historia; Aurignac no habla a la nostalgia, se dirige a una trasposición del futuro anhelado por multitud de consumidores, varios sin albergar la posibilidad de digerir la onda expansiva emanada del puro cante, el grillete decimonónico y las armas de reinos ruinosos, columnas carcomidas al ritmo y parcos atisbos espirituales de reunificación salvo las vicisitudes trazadas por Jacobo Díaz y su flauta de pico.
Un disparo previsto con la frialdad de la lámpara y el taquígrafo mientras la letanía se consume en medio de cera y brillo de santería. El auditorio escucha volumen y fandango de Huelva, chirimía de Jacaltenango y perdición del último rincón contra un denso muro de contención. Aurignac logra volver a convencer en vertientes disponibles, cuantas él quiera. Desde aires Mediterráneos hasta un patio trianero, el oído investiga integración por partes de una España perdida, una ensoñación que embelesa al que apreste de escuetos instantes para esparcir colillas y abarcar su pensamiento. Hay éxitos que evocan certeras batallas, algunas nimias inclusive el bostezo; esta cantiga merece el único caudal libre.
Puedes consultar la programación completa del FIAS 2021 en este enlace
1 comentario en «FIAS 2021 – Ernesto Aurignac Ensemble: incienso de oro a tu plegaria»
Tuve el placer de asistir a este concierto y lloré de alegría, de gozo con esta composición, fue increíble,
La Saeta atravesó mi corazón de sentir..
Excelentes voces el cuarteto de clásicas . Lo Báquico de la La cantaora de Linares, Belén, y lo Apolineo del cuarteto en un mismo cóctel. Minístriles, cuarteto de cuerda engarzados en sus sones. El Jazz, los guiños al rock….Los maestros.
Hacen falta más compositores que como Aurignac se atrevan a transgredir, a transmitir las esencias de esta tierra nuestra, sin complejos, desde un profundo conocimiento de la técnica y el valor para expresar desde el corazón.
Gracias, a quienes han hecho posible este regalo y ojalá poder escuchar más saetas cósmicas.