Texto de Alicia Población / Fotografías de Marcos Basanta López
El pasado 23 de octubre, tuvimos la posibilidad de escuchar a la pianista y compositora japonesa Hiromi Uehara junto al cuarteto de cuerda que le viene acompañando en las últimas ocasiones para presentar su último trabajo, Silver Lining Suite. Dentro del álbum se incluye la suite que da nombre al disco y que se compone de cuatro movimientos creados durante la pandemia: Isolation, The Unknown, Drifters y Fortitude.
En esta ocasión le acompañaban en el escenario la violinista Rakhi Sigh, el violinista, Shlomy Dobrinsky, la violista Meghan Cassidy y la cellista Gabriela Swallow. El Teatro Pavón estaba lleno hasta los topes, un exitosísimo sold out que se entendía no solo por la brillantez de la música que iba a escucharse, sino también por ser la primera vez que la pianista debuta en Madrid.
Lo primero que se notó, con Jumpstart, y más desde las localidades del fondo donde, curiosamente, situaron a la prensa, es la baja calidad de la sonorización. Las cuerdas, particularmente, se escuchaban enlatadas, con un sonido metalizado que no ayudaba a entrar de lleno en el plano que nos presentaban las obras de Hiromi. Después de la primera pieza la pianista se presentó, y tuvo el detalle de hablar en castellano durante todas sus intervenciones. También nos explicó el origen de la suite, que interpretaron seguidamente y sin parada entre movimientos. Hiromi destacó desde el minuto uno por encima de sus acompañantes. No parecían dos manos, sino, por lo menos, cuatro. Los pianísimos a los que llegaba, sin dejar que en ningún momento ninguna nota tuviera menos importancia que la anterior, desataron varios suspiros de asombro entre el público. Los arreglos para cuarteto estaban perfectamente compuestos para empastar a la perfección, especialmente en los momentos en los que las cuerdas tocaban notas más largas o en los que llevaban patrones rítmicos muy marcados o vamps con los que acompañar a la pianista. Desde el primer momento se echaron de menos notas fantasma o algún detalle propio de los bajistas más especializados en jazz y que no salían con naturalidad del mástil de Swallow.
Dentro de toda la música que iba sonando se escuchaban influencias de Maurice Ravel, incluso fugazmente del cuarteto número 8 de Dimitri Shostakovich, pero también un acompañamiento que recordaba al Smooth Criminal de Michael Jackson.
En el cuarteto se echaba en falta cierta suciedad que le acompañara en carácter a la energía que Hiromi irradiaba desde el piano. Especialmente en Drifters, con sus compases en cinco, y sus puentes de vuelta al tema en siete por ocho, se notaba la impecable concentración de los músicos, y al mismo tiempo, esa limpieza te sacaba de la atmósfera que pedía el tema. En Fortitude los acordes robustos y bien anclados que marcaba Hiromi en el segundo y cuarto tiempo del compás, no hicieron difícil que el público aplaudiera en la contra, en lugar de en el uno y en el tres, como dicta más usualmente la tradición occidental. Fue un gusto ver a toda una sala al unísono sin que se escapara una sola palmada fuera de tiempo. Eso es lo que se consigue con un groove tan fuerte como el que marcaba el grupo. La violinista Rakhi Sigh se marcó un buen solo en el que incluso se atrevió a cantar demostrando un sólido control de su instrumento. Cuando pensábamos que el concierto llegaba a su fin, el cuarteto se escondió entre bambalinas. Fue entonces cuando Hiromi tocó a solo una especie de versión de Blackbird de Los Beatles que dejó al auditorio absorto.
Quien conociera bien el último disco de la pianista no caería en el engaño de pensar que el recital acabaría con ese solo. Faltaba un tema, y era el tema que evidentemente iba a dejar para el final por ser un homenaje a España. Ribera del Duero fue el fin de fiesta que pedía el concierto. Todo el mundo tuvo su momento de solo y se escucharon citas a Niccoló Paganini y a las Csárdás aunque los cuerdistas no arriesgaron demasiado, prevenidos ante la vertiginosa velocidad que cogió el tema.
En definitiva fue un concierto en el que el público disfrutó y se hizo notar en los vítores y aplausos que arrancaban los solos y que resonaron al final de la velada. En la puerta se quedaron los protocolos y los purismos del jazz más tradicional y el Pavón acogió a toda la música sin distinción en su escenario. Hiromi y su grupo nos demostraron que la variedad musical y la coexistencia de estilos en el escenario es lo que hace a un concierto más rico y da un público mejor nutrido.