En su primer número publicado, allá por 1998, la revista Más Jazz recogía entre sus páginas un artículo en el que el contrabajista Javier Colina escribía sobre el que fue su compañero de batallas musicales, Tete Montoliu.
Por Javier Colina
Espacio abierto es la sección de Más Jazz en la que convocamos a músicos, profesionales del medio y aficionados a dar a la luz pública sus experiencias y puntos de vista.
En este primer número nos dirigimos al contrabajista Javier Colina para que escribiera del que fuera su compañero de batallas musicales, Tete Montoliu.
Fue en el verano del 95 cuando Tete y Javier se ofrecieron en dúo durante un mes en el Café Central de Madrid. También fueron a los estudios de CineArte donde registraron una sesión de grabación que aún aguarda editor. Nosotros la hemos escuchado y deseamos su pronta aparición en el mercado. Durante estos días, y, claro está, con la autorización de Montoliu y de Colina, José Cuevas realizó filmaciones del dúo tanto en concierto en directo como en estudio: otro documento del que sería más que deseable su difusión. Cuevas nos ha proporcionado el material fotográfico que presentamos de Tete Montoliu y Javier Colina en la intimidad del estudio. Por su parte, Colina, músico, ciertamente lo es, toma la pluma para escribir desde el corazón y el conocimiento.
Todos han hablado, dicho y escrito sobre la pérdida de nuestro más ilustre jazzman. Para la mayoría supone no poder volver a escucharle en concierto. Para otros músicos y para mí, supone el no volver a pasarlo tan bien junto a él. El no poder juntar nuestras fuerzas otra vez para que la gente disfrute de nuestro disfrute.
Significa perder a uno de los músicos que más me ha ayudado en mis dudas sobre la música y la vida, y el que más me ha ayudado de cara a los demás. Tete me recordaba, todas las noches que tocamos juntos, que estaba muy contento de tocar conmigo, y cada noche, al igual que los temas que tocaba, parecía que lo decía por primera vez. Vivía la música y el jazz con toda intensidad, la misma con la que interpretaba cada noche la vida de un personaje como él. con su forma de tocar y su manera de ser nos invitaba a cada uno de nosotros (músicos y público) a VIVIR cada día y a ser singular (¿podrías imaginarte dos Tetes?).
Por su manera de enfocar el jazz, creo que Tete nunca persiguió, a diferencia de otros, ser elevado a ningún Olimpo, sino ser reconocido como HOMBRE; yo creo que su forma de tocar era la de un hombre que se conoce a sí mismo y se acepta, incluida su condición de invidente.
Tete tuvo la suerte y el privilegio (por supuesto por merecimiento propio) de conocer a los principales protagonistas de la historia del jazz. Si ahora es difícil vivir del jazz… en aquella época debía de ser un milagro. Parece que así se acostumbró a ser autónomo; seguro que otro en su lugar hubiera aprovechado instituciones y organizaciones públicas o privadas (Generalitat, ONCE, Ministerios…); jamás lo hizo.
Cuando empecé a escuchar el jazz, a los 21 o 22 años, sentí como una necesidad imperiosa de salir de donde estaba y prepararme para poder escuchar y tocar a la vez con diferentes músicos. En cuanto a los músicos que venían por Pamplona, era Tete Montoliu uno de los asiduos. Imagino que por la sencilla razón (ahora lo sé, después de 15 o 16 años) de que era, sin duda, uno de los músicos de jazz a quien más veces se podía ir a escuchar y ver dentro de este país. Así que Tete, además de la figura más grande que ha dado el jazz en este país, de momento, al menos, era para mí una meta, una referencia, un salvavidas, un soporte… En este país no había una cantidad de músicos de jazz tal como para crear una pequeña infraestructura capaz de establecer, por su propio peso específico, ni siguiera un apartheid para el jazz; poder divulgar entre las siguientes generaciones esta música. Consecuencia de ello es que la mayoría de los músicos posteriores nos hemos encontrado casi huérfanos. Tete era casi el único músico capaz de salir fuera de aquí a tocar jazz con orgullo y dignidad, lo cual le valió para que aquí se le re-conociera y se le re-espetara.
Cuando más profundamente conocía a Tete fue desde que me dio permiso y me animó a que acudiera al Café Central de Madrid, donde él estaba tocado solo, para acompañarle. Antes de subir al escenario siempre le pedía permiso. Al año siguiente, Tete propuso que yo tocara con él, en agosto, en el Central. Nunca he vuelto a ver colas tan largas a la puerta del Café como las vi entonces una hora antes de empezar.
Durante el tiempo que tocamos juntos nunca me adelantó el tema que íbamos a interpretar. Sólo contaba ‘un, dos, tres’ y yo me fijaba en el meñique de la mano izquierda que me chivaba siempre la primera nota con la que empezar; al ser invidente siempre marcaba un poco antes el ‘cuatro’, el primer acorde. Luego venía adivinar qué tema era, intentar recordar los acordes y si no, aprenderlos. Para el segundo coro (segunda vez que improvisas sobre la estructura del tema) ya tenías que tener memorizada la estructura y los acordes; porque a partir del segundo coro, el solista empieza a hacer su solo, y es probable que haga sustituciones de acordes, y ya no escuchas la melodía del tema, la cual te ayudaba a memorizar la armonía.
Quiero decir que Tete me trató siempre de forma exquisita dentro y fuera de los escenarios. Era una persona muy, muy sincera, y era para él objetivo permanente dignificar la profesión. A pesar de su experiencia profesional y su calidad artística, tenía que bregar con los businessmen del jazz y en muchos casos, como os podréis imaginar (incluso en fechas recientes), comentaba la falta de respeto hacia la música y los músicos por parte de quienes comercian con ellos.
En una época en la que nadie habla de ciertos valores humanos como el respeto y la dignidad, ahí están los que comercian con el arte para recordarnos que el respeto y la dignidad de las personas están ahí: donde ellos pisan.