Texto: Adrián Besada
Fotos: José Luis Luna y Juantxo Egaña
@jose.luis.luna.rocafort y @juantxoegana
Cada vez resulta más difícil hablar de música en términos concretos, la diversificación de géneros, estilos y gustos ha amalgamado la realidad musical hasta el punto de diluirla por completo. Es por esto que hablar de jazz de una forma unidireccional, atendiendo a una definición más o menos compartida, se haya vuelto un arduo trabajo. Por suerte, son cada vez más los aficionados y agentes de la industria que participan de la construcción de un imaginario colectivo en el que tienen cabida infinidad de acercamientos a una música permeable, como es el jazz, que es capaz de adaptar su lenguaje, performance y significado, además adaptarse a un entorno tan cambiante como polémico.
Jazz Eñe, la feria de jazz español promovida por Fundación SGAE y enfocada a la promoción de artistas nacionales ante promotores y programadores extranjeros, ha sufrido un proceso similar. Esto supone que, cada vez más, se nutre de propuestas variopintas y diversas que dan cuenta de la rica constelación musical que, de un modo u otro, participan en la escena jazzística de España. La trayectoria de este evento, que se enmarca en el Festival de Jazz de San Sebastián -Jazzaldia- y suma ya diez ediciones, cuenta con una larga retahíla de músicos que han podido disfrutar de un escaparate tan único como exclusivo, pues son solamente ocho las propuestas elegidas cada año para subirse al escenario del Teatro Victoria Eugenia de San Sebastián. Asimismo, cabe decir que la calidad y variedad de las propuestas ha madurado, al menos en cuanto a los criterios estéticos. Una suerte de proceso de ensayo-error en el que se han perfilado los criterios de selección, desde el cliché hasta la asunción del “jazz español” como un crisol de propuestas diferentes con un valor musical que va más allá del estereotipo, salvando algunas excepciones.
En la edición de este 2024 el comité de selección estuvo conformado por Javier Estrella, director de JazzEñe; Miguel Martín, director de Jazzaldia; Lucía Rey, autora, compositora y artista seleccionada en 2023; Daniel García, autor, pianista y artista seleccionado en 2021; y Begoña Villalobos, directora de In&OutJ. Estos fueron los encargados de seleccionar a los ocho grupos y solistas que participaron en Jazz Eñe, elegidos de entre doscientas cuarenta y nueve propuestas. Entre todas sumaban una nada desdeñable cantidad de músicos llegados de diferentes comunidades con propuestas conceptual y estilísticamente heteróclitas, muchas de ellas recurrentes en las programaciones de los muchos festivales que cada año se celebran en este país. Fueron cuatro días de conciertos —dos diarios— en los que los músicos y grupos de Jazz Eñe daban inicio a las jornadas musicales del Jazzaldia en turnos de cuarenta y cinco minutos (showcase), a lo que se sumaban las reuniones profesionales (speedmeetings) que tenían lugar antes de cada sesión entre los invitados internacionales y los managers o miembros de los grupos.
De la apertura se encargó, a falta del ya clásico discurso de inicio que solía formular Javier Estrella, la flautista y compositora Trinidad Jiménez. Esta se presentó con una propuesta híbrida a trío, Eléktrica, en la que se unían elementos del flamenco, tan presentes en su música, con ideas que oscilaban entre el hard bop, la música contemporánea —de la que Jiménez se ha influenciado enormemente— y algunos recursos de las corrientes más actuales del jazz. Muy acertadamente, los acompañantes de Trinidad Jiménez fueron el omnipresente batería Borja Barrueta y David Sancho al piano, sintetizador y Fender Rhodes. La agilidad y buen hacer de Barrueta como soporte rítmico no hace falta comentarla, pues probablemente ya hayas escuchado algo al respecto, por lo que me gustaría destacar aquí el trabajo de Sancho, que se encargó de apoyar armónica y rítmicamente —los bajos sintetizados son un gran acierto y, en cierto modo, una sorpresa en un proyecto como este— toda la presentación. La combinación de su sintetizador Roland junto al piano acústico y el Rhodes hacen creíble una propuesta que si bien es interesante desde el principio, podría haber caído fácilmente en otra adaptación más del lenguaje flamenco al jazz. Afortunadamente no ha sido así. Gran actuación que dio paso al segundo concierto del día, protagonizado por el saxofonista Roberto Nieva. La propuesta de Nieva es interesante, a pesar de que pueda resultar paradójico, por su simplicidad. Esta simplicidad no se refiere a una carencia de complejidad, sino al concepto, tanto musical como narrativo. Nieva comentó que las composiciones presentadas eran el resultado de diferentes experiencias y momentos vividos los últimos años, es decir, una especie de compendio vital —musical— que grabó y materializó recientemente. El discurso musical es claro y poco artificioso, pues Nieva parte de un acercamiento clásico al jazz en el que, poco a poco, va construyendo su propio lenguaje y expresión. Por otro lado, Nieva sabe qué quiere y cómo lo quiere -no da puntada sin hilo-, pues estuvo acompañado por su compañero de estudios y amigo, el contrabajista Thiago Alves, por Rodrigo Ballesteros a la batería y por el que, para el que suscribe estas líneas, es uno de los pianistas más interesantes de la escena jazzística española actualmente, Xan Campos. La presentación destacó por refinada y sobria, por la lectura íntima y personal de varias tradiciones jazzísticas como el cool o el hard bop.
Continuando con el periplo jazzístico de Jazz Eñe, se presentaron en la segunda jornada los proyectos de Mariola Membrives y el de Rubén Salvador. La primera se presentó junto a Gonzalo Navarro a la guitarra —una guitarra de ocho cuerdas tan curiosa como bella—. La actuación fue sincera y objetivamente buena —sorprendente—, con un fondo esencialmente flamenco que no titubeaba si tenía que acercarse a sonidos del neosoul o el jazz más ortodoxo. Aun así, personalmente, me fascinaron los boleros —¿a quién no le va a gustar un bolero?—, especialmente cuando se veían envueltos en el diálogo entre la guitarra de Navarro y la voz de Membrives. Menos acertada me pareció la interpretación del tema “Ne Me Quitte Pas”, una canción de Jacques Brel que poco aportó a una presentación consistente y llena de momentos brillantes. Tras operar la tramoya apareció en escena el trompetista Rubén Salvador con su R.S. Basque Faktor, conformado por Julen Izarra al saxofón, Satxa Soriazu al piano, Aritz Luzuriaga al bajo eléctrico y el gallego Hilario Rodeiro a la batería. Rubén es un músico que merece la pena más allá de la música, con un discurso en el que prima la sencillez y buen gusto, además de haberse desprendido tanto de complejos como de pretensiones vanas, musicalmente hablando. El jazz funciona aquí como un vehículo estético con el que Salvador comparte lenguaje y que ha hecho su medio de expresión. Resulta interesante cómo se ensamblaban las influencias y se desarrollaba el conjunto, que, en mayor o menor medida, transitó el concierto bajo la misma filosofía que Salvador. Melodías sencillas, que no fáciles, que abrían paso a diferentes ecosistemas musicales en los que cada músico pudo encontrar su espacio y momento, haciendo de este concierto y proyecto una de las propuestas más interesantes y divertidas de esta edición.
Como cada año, sucumbí a la noche donostiarra y la tercera jornada de Jazz Eñe se convirtió en una auténtica Ilíada —por lo del asedio—, aunque también tuvo su parte de Odisea. Afortunadamente fue el pianista David Sancho quien se ocupó de abrir los conciertos de aquella mañana. Sáncho —quien participó también como sideman de Trinidad Jiménez, como ya se ha comentado más arriba—, se caracteriza musicalmente por una inclinación constante a las texturas, las capas sonoras y un acercamiento al jazz en el que están muy presentes las actuales tendencias del género; presentó una música muy interesante en los planos conceptual y estético. El planteamiento minimalista y cíclico resulta muy interesante debido a los espacios que crea, en el que la banda —compuesta por Marta Mansilla a la flauta, Jesús Caparrós al bajo eléctrico, Amara Ríos al violín y Borja Barrueta a la batería— puede desarrollarse de forma clara y contundente, especialmente el bajo de Caparrós, a quien destacaría como uno de los músicos más interesantes de esta edición. Por otro lado, resaltar también la faceta de Sancho como compositor, haciendo gala de una amplia paleta de recursos musicales con los que busca alejarse de las tradiciones jazzísticas clásicas y adentrarse en el groove bajo su propio criterio. Seguidamente hizo acto de presencia el saxofonista y flautista Juan Saiz, un músico que se ha ganado un merecido nombre en la escena jazzística actual. Su propuesta, técnicamente impecable, fue quizás la más compleja de todas, desarrollada con una intensidad que ponía sobre la mesa un acercamiento al jazz próximo al de la tradición estadounidense de las últimas décadas del siglo XX, con incursiones muy acertadas en el free jazz y auténticos alardes técnicos que hicieron brillar a todo el conjunto, especialmente al pianista Marco Mezquida, quien sorprendió posteriormente al público de Jazzaldia en “la Trini”. Además de Mezquida, estuvieron sobre el escenario Eric Surmenian al contrabajo y Genís Bagés a la batería. El de Saiz fue un concierto magistral en el que puede advertirse un futuro musical o tendencia que responde a las demandas de un público cada vez más especializado y exigente, al menos en esta vertiente más técnica y compleja.
Por último, les quedaba el turno a Marcelo Escrich Silent Quartet y Martín Leiton Quartet. El primero se presentó en Jazz Eñe con un formato inusual, pues el cuarteto estaba compuesto por Marcelo Escrich al contrabajo, Luis Giménez a la guitarra, Alberto Arteta a los saxofones tenor y soprano, y Mikel Andueza a los saxofones alto y soprano. La presentación, que tuvo algún problema técnico, fue un tanto estática, a pesar de que los diálogos e intervenciones individuales resultaron interesantes en muchos puntos. La mayor virtud recae en el trabajo melódico, pues las líneas remitían a ideas musicales conocidas sin caer en ningún momento en citas u otros efectismos. A pesar de que la propuesta era íntima, cálida y, en general, interesante, al grupo le faltó energía a la hora de presentarla. Esta décima edición de Jazz Eñe concluía con el proyecto liderado por el también contrabajista Martín Leiton. La intensidad del contrabajo, tanto rítmica como melódica, fue el leitmotiv de esta presentación, que se desarrollaba en torno a este instrumento, aunque todos los músicos tuvieron momentos de efervescencia y brillantez. El conjunto mostró una buena dinámica rítmica e improvisatoria en la que no faltaron filigranas, que también aparecieron en las dos baladas que incluía el repertorio. Junto a Leiton estuvieron unos magníficos músicos que, hasta aquel momento, no conocía y que, probablemente, se verán más habitualmente en los escenarios nacionales: el saxofonista Santi de la Rubia, el pianista Toni Saigi y el baterista Ramón Prats.
Para terminar, desde Más Jazz Magazine queremos agradecer enormemente a Fundación SGAE el poder participar y asistir a Jazz Eñe, pues ya son cuatro las ediciones en las que hemos podido estar presentes y no podemos más que dar la enhorabuena por la buena trayectoria seguida a lo largo de estos años. Sin lugar a dudas, esta cita será —puede que ya lo sea— una de las más importantes para el desarrollo e internacionalización del jazz patrio, junto a la actividad de las salas, medios de comunicación, promotores, profesionales, músicos y festivales, grandes y pequeños.