Texto: Jaime Bajo / Fotografías: Íñigo de Amescua y Ernesto Cortijo
Patrimonio Nacional se estrena este año, presidido por la pandemia y sus circunstancias, con un ciclo de 29 actuaciones que entiende el jazz más como pretexto de encuentro que como un género musical -de ahí la variabilidad de las propuestas incluidas en el ciclo-, accesible -pues la mayor parte de las propuestas (20 de las 29) son de acceso libre, previa gestión de la entrada- y que aspira a poner en valor la capacidad del Palacio Real de la Almudaina, el Real Monasterio de El Escorial, el Palacio Real de Aranjuez o el Palacio Real de Madrid como espacios susceptibles de ser resignificados, dotándoles de un uso más festivo y menos turístico de lo que habitúan.
El actor y cantante malagueño afincado en Madrid, Antonio Mellado “Zenet”, un dandy arrabalero con ciertos aires de chulapo y dotado de un innegable carisma como “showman” escénico, fue el encargado de reinvindicar, por activa y por pasiva, una cultura segura en la noche del sábado 25 de julio. Y lo hizo acercándose, con intuición e inteligencia, al cancionero cubano sin reincidir en lo que ya hiciera Buena Vista Social Club años atrás. Así, fue intercalando composiciones ajenas, buena parte de ellos boleros añejos, popularizadas por Olga Guillot (“Ansias locas”), Nelson Pinedo (“Borrasca”) o Bola de Nieve (“Devuélveme mis besos”), al tiempo que “colaba” (sic) alguna pieza propia (“Entre tu balcón y mi ventana”, “Sé que estás pensando en mí”, “Qué será lo que me has hado”, “Un beso de esos”, esa declaración de intenciones que es “Mil veces prefiero”), oscilando, según requería la canción, entre un formato más acústico (ya fuera acompañado por el guitarrista José Taboada o por el violinista Raúl Márquez) y un planteamiento de naturaleza orquestal, bien pertrechado por la flor y nata de los músicos cubanos residentes en la ciudad: Pepe Rivero (piano), Manuel Machado (trompeta), Moisés Porro (batería)… La Guapería llegó y nos arrastró.
La velada del domingo 26 de julio deparó un programa doble. Abrió la noche el habitual quinteto de Andrea Motis, con los siempre lúcidos Josep Traver a la guitarra y Ignasi Terraza al piano (el Tete Montoliu del presente), y un repertorio que aparcó su querencia por la música brasileira (tan solo sonó “Dança da solidao” de su reciente álbum) y la reemplazó por un surtido de canciones de claro enfoque pop (a su ya habitual “Mediterráneo” de Joan Manuel Serrat sumó “Alegría” de Antònia Font, “Ain´t no sunshine” de Bill Withers o “Ramo de nube” de Silvio Rodríguez) que acompañaron a sus versiones más swing (“Never will I marry” de Nancy Wilson, “I´m an errand girl for rhythm” de Nat King Cole, “Señor blues” de Horace Silver…). Un directo pulcro y muy bien interpretrado, pero algo falto de intensidad. Creo que, a estas alturas, no está de más pedir a Andrea un plus de emoción (y alguna pieza propia) para su directo.
La sorpresa que la organización tenía reservada fue en forma de homenaje y placa conmemorativa al maestro Pedro Iturralde, que, como todo buen jazzista, improvisó narrando viejas aventuras en su estancia de inicios de los años 70 en el Berklee College of Music de Boston y aprovechó la ocasión para anunciar (muy a su pesar) su retirada de los escenarios. Como ya hiciera en mayo de 1992, él fue quien dio la alternativa sobre el escenario a ese engranaje perfecto en forma de big band que dirige el saxofonista norteamericano Bob Sands. Un tipo que tiene claro dónde apunta (a sonar como aquella big band de Count Basie o la orquesta de Thad Jones / Mel Lewis) y para este cometido eleva el listón de exigencia a sus 17 músicos de forma que no se permitan errar una nota y cada uno entienda que debe existir una coherencia, haciendo sonar clásico desde una balada (“My ship” de Kurt Weill) a un blues (“Blues In Frankie’s Flat” de Frankie Foster, con la intervención solista de Andrea Motis), pasando por “standards” del género como “Alone came Bettye” (Benny Golson), “Speak low” (Kurt Weill) o “Alone together” (Arthur Schwartz).
La última de las cuatro jornadas dedicadas a las actuaciones “estelares” del festival, probablemente la menos jazzística y, sin embargo, la más brillante, trajo a Madrid a la artista portuguesa Dulce Pontes la noche del lunes 27 de julio. Irradiando felicidad y derrochando simpatía a raudales (si alguien le gritaba “¡brava!”, esta le respondía con gracejo: “¡brava tú!”), la compositora e intérprete natural de Montijos demostró que considerarla fadista no refleja la amplitud de las mútliples facetas que aborda en su repertorio, abarcando desde la intimidad del formato duo a piano y voz de “Fascinação” (Elis Regina), primera canción que interpretara sobre un escenario a la edad de 7 años, al desfase sonero en que se termina transformando “Procuro olvidarte” (Manuel Alejandro/Ana Magdalena), merced a la impronta rítmica que le imprime la aportación de un habitual de la escena madrilaña, el contrabajista cubano Yelsy Heredia, que consigue hacer partícipe a un público que estaba animándose “ma non troppo”. No faltaron las referencias para quienes han sido sus maestros, a quienes confió en no defraudar, con la interpretación de la banda sonora de “Cinema Paradiso” (Ennio Morricone) o el clásico que la ha encumbrado, “Solidao (Canção do Mar)” (Amalia Rodrigues), perfecto corolario de propina a una noche intensa, emotiva y que contribuyó a difuminar las fronteras entre géneros musicales, tendiendo puentes entre Brasil, Cuba, Portugal y México (bonito detalle comenzar con el huapango de Tomás Méndez, “Cucurrucucú paloma”).
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