Texto: Rosa García Mira / Fotografías: Álvaro López del Cerro
“Esta es la noche mas larga de Federico García Lorca” es la frase, recitada por María Berasarte, que retumbaba en el oscuro escenario antes de comenzar a sonar la música. Así nos anunciaba la cantante esta interesante propuesta musical que traían los artistas la noche del sábado pasado al Fernán Gómez.
Ciudad sin sueño fue el tema que abrió la velada. Primero, se escucharon gemidos y quejidos en una atmósfera enrarecida. En una especie de Sprechsgesang, María recitaba la surrealista poesía de Lorca mientras Pepe Rivero la acompañaba al piano. María cantaba “New york of mine”, haciendo referencia a la etapa neoyorquina del poeta, a la que pertenece la obra elegida. Durante los geniales solos de los músicos, la cantante realizaba poses y bailaba al ritmo de sus introspecciones. Chove en Santiago contó con un aire más bailable. La creatividad de Michael Olivera en el acompañamiento, con los golpes de caja y los arreglos, realzaban el tema. Reinier Elizarde, El Negrón, variaba el ostinato principal. Un solo de Olivera sobre los obligados propuestos llevó a la canción a un clímax maravilloso, acabando los músicos cantando con la propia María, que dejó el escenario para dar paso a la siguiente pieza.
Roaring 20’s se desarrollaba en formato trío tras una feroz introducción a solo de Pepe Rivero. Recordándonos al ragtime y al blues, pero también introduciendo el lenguaje habitual de bebop conforme avanzaba la canción, los músicos nos transportaron a los años en que Lorca pisaba Nueva York. Tuvimos ocasión de presenciar un divertidísimo trading de bajo y batería, para luego acabar en un guiño a los Simpsons para hacer estallar carcajadas entre el público. En Aurora, los músicos imitaron soundscapes de las calles neoyorquinas sobre una base pregrabada, haciendo reminiscencias a Billie’s Bounce. Como por arte de magia, apareció María, quien comenzó a cantar con el acompañamiento de Pepe Rivero para recrear una atmósfera de cabaret íntima con su estremecedora voz.
María y Pepe presentaron el concierto entre risas. Agradecieron la presencia del público y anunciaron una segunda parte muy diferente, con un Lorca en la isla caribeña. La musicalización de Son de negros en Cuba nos cautivaba con el paralelismo poético obtenido por la repetición de la frase “iré a Santiago”. Fue realmente difícil no levantarse al bailar en este punto de la noche, además, con un solo melódico y divertido de Pepe, que tumbaba y hacía lo que quería con el tema. El pianista acabó recitando el poema y consiguiendo que el auditorio entero cantase y tocase las palmas.
Con A la nana y otras canciones infantiles, Olivera dejó el escenario, Berasarte se quitó los zapatos de tacón y El Negrón sacó su arco, anunciándonos una mágica y triste balada que se desarrollaría sobre la cadencia andaluza. Nos gustó mucho escuchar la particular versión lorquiana de La Tarara, vestida de verde y al ritmo de un jazz moderno con tintes flamencos. El Negrón realizó un solo con una increíble expresividad en este punto. De repente, los ritmos se volvieron afrocubanos, gracias la incesante batería de Michael Olivera y al groove del contrabajista. La música de volvió agresiva y swingeaba a más no poder. Rivero improvisó recordándonos en ocasiones a Herbie Hancock, para luego dar paso a un genial solo de batería que fue tremendamente divertido. Los músicos quisieron despedirse con un cumpleaños feliz dedicado a la cantante entre las risas nerviosas de los asistentes.
Como era de esperar, el público suplicó más música, y Pepe Rivero y María Berasarte tuvieron que volver al escenario con una canción que anunciaron como “algo que todos conocemos y que es muy importante”. Aquellas pequeñas cosas, de Serrat, cerraba esta mágica noche de poesía, de swing y de Cuba. Me arriesgaría a decir que no fueron pocos los que lloraron porque nadie les veía.
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