por Jaime Bajo.
Decía Kenny Garrett en una entrevista previa que lo que pretendía para su actuación en Madrid, ciudad que ha visitado con cierta frecuencia en los últimos tiempos -célebre fue su actuación en el Teatro Lara en 2014 o sus recordadas visitas a la sala Clamores en 2008 y 2016-, era embarcar al público asistente en “un viaje”, intentando, en la medida de lo posible, que “la gente se levante a bailar”. Y podemos dar fe de que lo consiguió, aunque hubo que esperar para ello a que, tras una hora de comunicación prácticamente inexistente entre solista y público -incluidas sendas desapariciones al backstage en los primeros temas, en las que los asistentes nos mirábamos con gesto de incredulidad, mientras su pianista Vernell Brown Jr. le suplía con solvencia ejerciendo de solista y los restantes componentes de la banda (Rudy Bird a las percusiones, Marcus Baylor a la batería y un radiante Corcoran Holt al contrabajo) interpretaban un colchón sonoro de gran calidad-, Garrett encarara los bises.
En su reaparición sobre el escenario tras las citadas ausencias, hubo espacio para mostrar las diversas facetas que revelan la versatilidad del veterano saxofonista de Detroit. A estas alturas, es un referente vivo del post-bop. Desde su lado más sosegado, con la compañía exclusiva del piano de Brown, hasta la tropicalidad que aporta su compañero Bird a las percusiones y coros –Calypso chant-. Incorporó al repertorio ciertas notas de espiritualidad, la solvencia de clásicos de su repertorio como Boogety Boogety, canciones plenas de groove que le aproximan al jazz-funk –Backyard groove-, y el desenfreno final tras los bises. Todo en sintonía con la propuesta que defiende su último trabajo hasta la fecha, Do your dance! (Mack Avenue Records, 2016), principal motivación para la gira que le traía de visita a nuestro país.
Supongo que el balance que uno debe hacer una vez ha finalizado el espectáculo es si este ha satisfecho las expectativas depositadas en él, más aún cuando uno evalúa a un artista de un bagaje tan amplio como Garrett, que a su longeva trayectoria en solitario (publicando álbumes desde 1984) suma su militancia en las formaciones de Marcus Miller, Miles Davis, Art Blakey, o en la orquesta de Duke Ellington -bajo la tutela de su hijo Mercer Ellington-. A juzgar por las sonrisas de los presentes, en pie, canturreando la melodía de Haynes here y bailoteando al son que marcaba con su mano el norteamericano, nadie se marchó defraudado por una actuación vibrante que en nada tuvo que ver con las precedentes y que en nada se parecerá a las posteriores, porque Garrett es (para nuestra fortuna) un artista en constante redescubrimiento de su identidad.