Texto: Claudio Reina
Fotos: Daniel Gluckmann
“Homenaje a Bebo” en Recoletos Jazz, por Cucurucho Valdés (piano), Javier Colina (contrabajo) y Moisés Porro (percusión).
Entrevista completa por Daniel Glückmann AQUÍ.
El tenue parpadear de la llovizna cubre los caminos de Alcalá, trazando un sendero de lágrimas, que Cucurucho Valdés, Javier Colina y Moisés Porro, reúnen con delicadeza sobre sus manos, rindiendo homenaje al maestro Bebo, patriarca del Latin Jazz.
Cucurucho comenzó su tumbao descubriendo en su lenta armonía el alma habanera de los pianos, abriéndose al alba con el tacto de las nubes o la ligereza de los aires. Mientras, lejano, el trote de la tierra palpitaba bajo los dedos de Javier Colina. Moisés acompasó al tumbao, repicando en los bongos su virtuoso son, y ayudó a transformar al recuerdo en presente, al pasado en memoria viva, jugando los músicos con la nueva timba de Quivicán.
Y como el viento a la tormenta, llegó el tempo a la música, una perfección de diluvio, empapando a los asistentes de agua caribeña y juerga de habana joven. Los dedos de Javier contra las cuerdas creaban melodías hondas, como si acariciando las raíces de un árbol viejo, cuya copa rozaba en los ébanos de Valdés…
“Para recordar a Bebo, debemos recordar a Ignacio Cervantes”, así introdujo el contrabajista el siguiente cuarto del concierto, dando paso a la Invitación, bienviviéndola en tez íntima y oscura. Una composición de pesadumbre, de luz tintineando a las alturas negras del piano, ofreciendo la yerma vejez de una gardenia joven. Y es aquí, por si no había quedado claro, donde Cucurucho muestra el origen de su sed, libando de una fuente que emana corrientes de luz… La fuente de Bebo, lugar donde retumbaron Tres Golpes, partiendo a la luna en pedazos de noche, desbordando al reflejo y su camino al Mar de las Antillas.
Continuó la música, los artistas sonreían con tremenda complicidad a expensas de un candor llamado silencio, y entre improvisaciones se adivinaba el romance antiguo de Cuba…
“Tú me quieres dejar,
yo no quiero sufrir, contigo me voy, mi santa, aunque me cueste morir”
Y fue entonces, Javier sostuvo su arco, y frotó al contrabajo derramando un llanto de barro, una pena sosegada cuyo pesar arrancaba las tristezas del suelo, gozando de una lágrima larga y tendida, ciénaga que usaron Cucurucho y Moisés para ahogar sus instrumentos en la más honda amargura.
Frente al pianista, su amor infante, Mily Pérez, a quien dedicó la siguiente obra. No recuerdo bien el nombre, pero aquel lamento de ojos azules erizó escarpias en mi piel, hallándose en mis pestañas la humedad reciente de un lloro… Simplemente, maestría en la tristeza, y maestría en el amor.
“Por alto está el cielo en el mundo,
por hondo que sea el mar profundo,
no habrá una barrera en el mundo
que un amor profundo no pueda romper…”
Para terminar el recital, los intérpretes rebosaron su virtuosismo bajo el bolero de Pedro Flores, germinando en sus notas la lírica, percutiendo dulzura y daño, frescura y devoción, vejez hispana que ejecutaban los músicos con su expresión milenaria.
“Amor es el pan de la vida,
Amor es la copa divina,
Amor es un algo sin nombre
que obsesiona al hombre por una mujer”
Y la improvisación llegó a límites inimaginables, al margen de la fiebre cubana, como si el homenajeado flotara por el aire de Recoletos abrazando al público en sus costumbres.
Javier Colina, Maestro absoluto del contrabajo, Maestro fehaciente de la música; Moisés Porro, Maestro del ritmo, capital de la aflicción a golpes; y Roberto Carlos Valdés “Cucurucho”, cuya conclusión prefiero darla bajo estos versos tan gitanos:
“Abuelo, padre, y tío,
de los buenos manantiales nacen los buenos ríos”