Durante los primeros números de la revista Mas Jazz, Juan Claudio Cifuentes colaboró con la revista escribiendo una columna de opinión llamada “La página del Cifu”. Esta es la primera de ellas.
Por Juan Claudio Cifuentes
Y volvemos a las andadas… Parece que fue ayer (aquel febrero de 1961) cuando servidor firmaba, tembloroso, su primer artículo en las páginas de Aria Jazz, aquella revista pequeñita de tamaño pero de tan entrañable recuerdo para muchos de nosotros. Desde entonces todos los que me conocen saben bien que he venido padeciendo esa enfermedad (vocacional, diría yo) cuyos síntomas en mí se traducen en una incontenible necesidad de dar -permanentemente y a todo el mundo- la vara con “eso del jazz”, utilizando para ello cualquier medio de comunicación que se me ponga a tiro. Y miren por donde esta publicación que tenéis ahora en vuestras manos acaba de cruzar por delante de la mira telescópica del que suscribe… ¿Para qué decir más?
En cambio sí hay mucho que decir, comentar y hablar sobre esta música -la más viva, rica, infinitamente diversa, libre y creativa que nos haya regalado este Siglo XX que se acaba- que nos apasiona y que es la que precisamente nos tiene reunidos, aquí y ahora, en esta página que inauguramos hoy con vuestra ayuda. Y, como es fácil imaginar, a este nuevo “bombardeo” me apunto, pertrechado con el equipo de campaña y toda la munición necesaria. (Léase: principalmente papel y lápiz y, subsidiariamente, un ordenador con el que mantengo a duras penas una tensa relación amor/odio.)
Hay, en efecto, muchas cosas de las que ocuparse en un país como el nuestro donde, aunque parezca mentira, estamos, por ejemplo, prácticamente a nivel europeo en materia de festivales de jazz, siendo España punto obligatorio de paso y parada de un porcentaje importante de las grandes figuras internacionales que cada año, en verano y en otoño, recorren de gira nuestro Viejo Continente, dejándonos en más de un concierto recuerdos memorables y, por consiguiente reseñables (y cuando no son memorables, pues también se reseñan … ); donde un público más numeroso de lo que se suele decir y que es (eso parece en principio) aficionado al buen jazz, puede llenar un día un auditorio hasta la bandera y a la siguiente ocasión -con un cartel de la misma calidad- dejarlo vacío en sus tres cuartas partes…; donde, por este mismo inexplicable fenómeno paranormal de la “inconstancia de las masas”, los clubes de jazz (que tampoco son tantos, teniendo en cuenta su proporción por número de habitantes, comparado con otros países “civilizados” de nuestro entorno), lugares todavía considerados como los verdaderos laboratorios del mejor jazz en los que los músicos se baten el cobre de verdad, tienen todos enormes problemas para mantenerse a flote; o donde -aunque también parezca mentira en una tierra en la que, no nos engañemos, la práctica del jazz lleva varias generaciones de retraso con respecto al resto del mundo occidental- el colectivo de músicos nacionales que han decidido dedicarse a este arte de la improvisación es hoy cada vez más numeroso y, de ellos, un buen puñado, con evidente preparación e innegable talento (los Pardo, Sambeat, Domínguez, Rossy, De Diego, Chacón, Bover, Gonzálbez, Salvador, etc…), están produciendo últimamente un jazz que tiene poco o nada que envidiar al de muchos de sus colegas europeos o americanos. Pero en cambio, el que nuestros jazzmen puedan tocar su música en las condiciones idóneas o con la mínima frecuencia que les permita una subsistencia medianamente digna parece ser harina de otro costal.
Quizá por ello me oiréis, seguramente en más de una ocasión, formular, con voz trémula y anhelante, la pregunta: ‘¿Y en España, el jazz … también VA BIEN?’ Una incógnita como esta -que lleva incluidos un sinfín de interrogantes subsidiarios sobre otros tantos problemas asaz acuciantes para la supervivencia del jazz dentro de los confines de nuestra piel de toro- la vamos a plantear más de una vez, como os podéis figurar, a lo largo y ancho de estas columnas.
Por suerte el jazz no se produce solamente aquí. Está, vive, se toca, se escucha y se promueve en infinidad de rincones de nuestro planeta. Hay pues mil y un aspectos diferentes de esta música que abordar desde esta página. Y de muchos de ellos (de dondequiera que procedan) siempre es factible, entre otras muchas cosas, extraer algún tipo de enseñanza -incluyendo los ejemplos a no seguir, que también los hay por esos mundos de Dios- que podría quizá serle útil a nuestro incipiente y todavía muy imperfecto panorama jazzístico.
Pero también está claro que, aun cuando venga bien hacerlo en caso necesario, a uno no le cautiva la idea de pasarse la vida hurgando con los deditos en las llagas ajenas y, porque siempre he pensado que el jazz es algo más lúdico y placentero que todo eso, me parece igualmente saludable y mucho más gozoso emplear, todas las veces que sea posible, esta cita mensual con vosotros en comentar cosas bastante más agradables -o incluso abiertamente divertidas- que, gracias a “Bird que estás en los cielos”, las hay y muchas. Que seáis “MÁS” buenos que de costumbre. Besos en Fa sostenido y abrazos múltiples en Si bemol.