Texto: Federico Ocaña / Fotografías: Víctor Moreno & Las Noches del Botanico #NDB2022
Hace no tanto tiempo, aunque los jóvenes no se acordarán, lo más probable es que cualquier promotor hubiera situado al cantaor Israel Fernández como telonero de Israel Suárez “Piraña”. El percusionista, que se inició como tal en el flamenco de la mano de Niña Pastori para acompañar pronto a otros maestros, Paco de Lucía, Enrique Morente, José Mercé incluidos, ejerce desde hace tiempo como uno de esos puentes de fusión entre el flamenco, la canción popular, la copla, el jazz.
Con colaboraciones contadas con estrellas de uno y otro ámbito, desde Concha Buika hasta Paquito D’Rivera, pasando por Wynton Marsalis y Jerry González, a Piraña no se le podía echar en cara nada. Por si fuera poco, a finales del mes de abril fructificó, en forma de disco, el proyecto con cuya presentación arrancó el concierto del 9 de julio en Noches del Botánico: “Lágrimas de mujer”. Este trabajo homenajea aquellas “Lágrimas negras” con las que Diego el Cigala y Bebo Valdés sacudieron el panorama musical hace ahora veinte años; cuenta con Javier Limón en la producción ejecutiva y con el propio Piraña en la producción artística.
La excusa para el homenaje es oportuna por muchos motivos, pero destacan principalmente dos: en primer lugar, la recuperación, tanto para la escena flamenca como para el jazz español, de la figura de Bebo; pero si se tratara solo de un homenaje saturaría a público y discográficas. Imagínense un disco homenaje a otro disco por su 20º aniversario, luego por su 30º aniversario, cómo no hacerlo de nuevo a los cuarenta años, etcétera. Imagínense intentar reproducir los temas exactamente igual, con los mismos músicos… para esto, en fin, no inventaron Bebo y otros el latin jazz. También es cierto que en la música popular no existen copias idénticas y que esto lo sabían los músicos latinos que tocaron este repertorio antes de que Fernando Trueba tuviera la genialidad de juntar a aquellos dos músicos de dos mundos tan distintos, pero tan similares.
Nos interesa más, en cualquier caso, el segundo motivo: en “Lágrimas de mujer” confluyen, sustituyendo al Cigala, cuatro de las voces femeninas con más proyección. Abre el concierto de esta tarde soleada y calurosa Montse Cortés con una poderosa versión de “Veinte años” (completó luego su actuación con un divertido “Se me olvidó que te olvidé”), le sigue Miryam Latrece con “Nieblas del riachuelo” y “La bien pagá” y completa la terna Alana Sinkey, con “Eu sei que vou te amar” y “Vete de mí”, en esa mixtura que tan bien dominan Latrece y Sinkey entre la intensidad y el vibrato en la primera y los cambios de registro grave-agudo de la segunda. Se ausentó Alba Moreno, que en el disco también colabora con un par de temas.
Cada una de las tres presentes aportó un tono distinto, complementario, reconstruyó la fusión desde su ámbito, fusión que se materializó en el tema final, “Lágrimas negras”. Piraña, con una improvisación previa a la percusión, luego acompañando al tema al cajón, y las vocalistas convirtieron esta conclusión en una auténtica fiesta.
Decíamos que Israel Fernández habría figurado hace no tanto, por edad y por recorrido, como telonero de sus mayores. Pero su progreso fulgurante, en el que tiene parte de culpa el ser escudado por Diego del Morao en la guitarra -otra parte la tiene la justa atención mediática hacia su estilo y sus formas desenfadas, modernas-, le ha situado en la estela de los grandes cantaores de este país. Israel Fernández ha dejado de ser una promesa. No lo era antes, porque algunos de esos maestros lo habían puesto ya a su lado -pensemos en Duquende, por ejemplo. Pero aún no sabemos qué marcará y enmarcará su carrera. ¿Girará hacia la fusión con artes escénicas y músicas urbanas, como parecía indicar el atrezo del escenario? ¿Volverá a la fidelidad a la “esencia” flamenca, si es que esta existe, o intentará recomponer el mundo de su infancia que evocó sentado al piano, si alguna vez se vio forzado a salir de él? En contra de quienes piensan que ya ha entrado en el terreno de la leyenda, queda despejar esas dudas, que se reflejaron en su actuación con una mezcla un tanto caótica de temas a solo, al piano y al cante, con guitarra, con toque y palmas, solo con acompañamiento de electrónica.
Israel jugaba con el público, con una media de edad inferior a la vista en otros conciertos, a favor y esa positividad y energía, que se agradecen, se transmitieron en uno y otro sentido: se le perdonó lo poco, poquísimo, que podía perdonársele y el toledano correspondió moviéndose con soltura en los palos tradicionales, bulerías, tangos, fandangos. Estuvo especialmente iluminado al comienzo y al final del concierto, con temas como “Como yo te quiero” y “La maja aristocrática”, entre los que primero sonaron, “Por una mirada un mundo”, con letra de Gustavo Adolfo Bécquer, “Te tengo que ver llorar” y “El anhelo”. La ejecución en todos ellos, siempre bien acompañada por la guitarra, impecable en los adornos y en la potencia. Con el patio de butacas y parte de las gradas en pie, Fernández se despidió con la cercanía que le caracteriza, diciendo adiós. Rozaban las doce de la noche y la entrega pesaba en la garganta y en los relojes.
No era fácil, aunque lo pareciera, el maridaje entre la primera parte del concierto y la segunda, aunque ambas habían sido acogidas bajo ese paraguas-desastre de “noche flamenca”, pero finalmente el concierto en las Noches del Botánico fue un ejemplo de ese juego de reflejos de un estilo a otro, de un artista a otro, en una noche que consagró, más si cabe, a los cuatro vocalistas participantes.