Texto de Juan Ramón Rodríguez / Fotografías de Víctor Moreno & Las Noches del Botánico #NDB2022
Constituye la rapidez una variable de cierto interés a la hora de desgranar la naturaleza del género predilecto. Es fulgurante, llamativa, desaparece al pestañeo; no obstante, es complejo fiar el grueso de la misión a una suerte de aparejo tan volátil como el cerillo. Velocidad de andar a ciegas, diría el poeta. A pesar de ello, estos bólidos musicales congregan no pocos seguidores en torno a acrobacias y un olor algo más atractivo que el caucho quemado. Hay un tiempo para todo; tiempo para la mesura y tiempo para la centella, tiempo para narrar el océano en una nota y tiempo para referir la nada en una sopa de letras.
El Jardín Botánico guarece a una sugerente porción de amigos de la celeridad en otra flamante jornada de Las Noches del Botánico. Los prolegómenos de la actuación entrañan expectación por parte de los allí presentes. No es para menos, pues Cory Wong detenta el aura de un héroe de la guitarra para tantos aficionados de las últimas décadas. Las capas y antifaz que el siglo pasado ostentan con orgullo Al Di Meola o John McLaughlin reposan en la inquieta percha de aquel que cuenta en nómina con artistas como Vulfpeck o Dirty Loops, entre otros. Escoltan sendas secciones rítmicas y de vientos para un primer asalto que se espera exudado.
La regularidad acostumbrada descubre a una comitiva deslumbrante en el escenario. Desde el primer instante, la fanfarria de 20th Century Fox -cortesía de Alfred Newman-, asciende la nota humorística de este concierto. Tras el primer arreón del público, los compases de “Assassin” manifiestan el amor profesado por las seis cuerdas. El tempo, como es de esperar, es raudo; sin embargo, se agradece el apoyo del líder en el resto de sus compañeros como si de un puntilloso maestro de ceremonias se tratara. Corre de un lado a otro, ensaya poses frente a un espejo de vítores y cámaras de móvil, manda notas de amor a John Frusciante o a Prince.
El lenguaje es funk, pegajoso pero irresistible. La mano derecha convulsiona entre temblores de metrónomo contra una Fender Stratocaster impoluta, al menos, de momento. A pesar del embrujo urbano, se denota estudio y estructura definida en la conducta de la grupo; una suerte de The Mothers of Invention en la sintonía hedonista. Hay ensayo en las cabalgadas de “Team Sports” y todos los ardides imaginables. Es indiferente cada vez que una voltereta emanada de la pedalera de efectos consigue distinto aplauso generalizado. El símil corre a cuenta; verticalidad ante la sobona contención, una banda derecha en llamas mejor que un centro del campo perenne en el juego de las sillas.
Dentro de la temática diaria se agradece el contraste, hecho colegido por cálculo del festival con la programación de Cory Henry & the Funk Apostles. La ardentía anterior, casi descrita sintomatología de pirosis, despide segundos de infarto como la participación de Dave Koz. En esta ocasión, el que fuese teclista de Snarky Puppy propone nociones de rigor nocturno con una sofisticada labor al instrumento en concomitancia con sus predicadores de la buena nueva. Las revoluciones decrecen a un decorado de góspel, soul de ayer y hoy, el pórtico de la iglesia un sábado por el crepúsculo de trueno. Refuerza la inclusión de dos competentes coristas para canciones como “Something New”.
La pendencia, si se tiene a los elementos como rival, se ve lejana en la victoria. Quizá no llegase a la conclusión un conjunto que deambula en la oscuridad de la mano del mismo tema en semejanza al disco rayado. Buen continente, mejorable contenido; al menos, el repertorio en la búsqueda de un balance que no adormilase a un respetable preso de la sobreexcitación. Pasada la medianoche, aquellos que enfilan la vuelta apostillan lo monotemático del espectáculo con mayor o menor acierto. En un día de altos vuelos, o de mástil a toda vela, es de esperar no poder conciliar el sueño; mejor aún, puede aprovecharse para rasgar la imaginación.