Texto: Jaime Bajo
Fotos: Darío Bravo
Voy a seros todo lo franco que soy capaz para que se cree esa complicidad tan necesaria entre escritor y lector: no siempre encuentro un nexo claro de unión entre los artistas que integran cada una de las veladas de Las Noches del Botánico.
Sin embargo, en este caso concreto, pese a las marcadas diferencias estilísticas entre una y otra -más orgánica y tradicional Madeleine Peyroux, más transgresora y vanguardista Lianne La Havas-, no me cabe duda de que incluirlas en una misma noche representa todo un acierto para la organización. Ambas son mujeres jóvenes, talentosas, compositoras e intérpretes de un repertorio propio de canciones que, partiendo de la sencillez de una guitarra, adquieren todo el potencial y la universalidad de un mensaje capaz de conectar con audiencias de lo más amplias y heterogéneas.
La compositora estadounidense compareció sobre el escenario acalorada, agradeciendo que pese a padecer la que fue la peor jornada en lo que llevamos de verano en este sentido -no fue casual que, con el último blues de su repertorio cayera a plomo, tras de mí, una chica afectada por una posible bajada de tensión que ocasionó un tremendo despliegue de medios de seguridad y emergencias, además de la preocupación de la artista-, nos plantáramos allí para disfrutar (¡por fin!) de la puesta de largo de un álbum que, pese a haber sido registrado en 2023, no ha visto la luz hasta un año después, Let´s Walk.
Sentado esto, representó todo un acierto (involuntario, supongo) que comenzara con la muy procedente “Take care”, para ir desgranando un repertorio que tuvo que ser forzosamente más breve –“me voy a saltar algunas piezas del setlist“, le espetó a su pianista y organista-, pero que fundamentó en su mencionado último trabajo en estudio.
Un conjunto de canciones compuestas mano a mano con el guitarrista Jon Herington -el tándem creativo funciona en perfecta sintonía- que la alejan de esa tremenda intérprete de jazz que se revelara al mundo como tal hace tres décadas, para representar a una compositora elocuente que, tan pronto nos muestra su faceta más “bluesera” con “Showman Dan”, dedicada a la persona que le invitó a actuar a pie de calle y le enseñó que tan importante es tocar para “una como para dos personas”, como se pone trascendental mostrando su lado más político –“ninguna persona será libre hasta que todas lo seamos”, ¿acaso una llamada de atención implícita ante un eventual retorno del populista Donald Trump a La Casa Blanca?- para interpretar su himno “American”, aflora su vis más bromista para canturrear el estribillo en castellano en ese tema con trazas de exótica que es “Me and the mosquito” -“si te quedas aquí, si te quedas así, un golpecito y no más mosquito”, aplauso letal incluido al finalizar la pieza- o nos recuerda cuando, tras el confinamiento, el movimiento Black Lives Matter tomara las calles para reivindicar el valor de las vidas de las personas afroamericanas, convirtiendo a la audiencia y a los componentes de su banda en una suerte de multitudinario coro góspel en “Let´s Walk”.
No fue tan explícita, en lo que a palabras se refiere, su compañera de escenario Lianne La Havas, quizá por timidez, pero, mucho más probable, porque su manera de comunicar es a través de una voz amplia en registros y una propuesta escénica a cuarteto que la ha ido convirtiendo, pese a la tremenda competencia, en una de las principales exponentes de la escena “nu soul” global, trazando esa línea de continuidad entre precursoras como Eryka Badu o Jill Scott y referentes más o menos contemporáneos como Nneka o Amy.
Cierto es que, a diferencia de Peyroux, la cantautora británica La Havas hace casi cuatro años que no nos obsequia con un nuevo álbum de estudio, pero es que uno no se cansa jamás de escuchar las creaciones que integran su tercer álbum, el homónimo Lianne La Havas, irrumpiendo en escena con canciones tan efectivas como “Bittersweet” o “Read my mind” y el respaldo de un terceto de música solvente a quienes apenas dio protagonismo -no recuerdo un solo de ninguno de ellos y apenas una referencia cuando les espetó agradecida “¡esa intro ha sonado muy bien!” al inicio de “Weird wishes”-.
Por fortuna, Lianne cuenta con jugar la baza de un repertorio que funciona bien “per se”, está muy bien interpretado -sus aspavientos de brazos nos permiten entender el carácter marino y fronterizo de “Weird wishes”-, es altamente coreable -el público se sumó entregado al estribillo “all night and day I cry and pray” de “Seven times”, por citar un buen ejemplo de la comunión con los asistentes-, tiene momentos para la intimidad, que interpreta despojada del respaldo que le brinda su banda y con el único acompañamiento de tu guitarra distorsionada con “reverb” -encadenó “Courage” y “They could be wrong”-, y sabe cuándo ha de poner toda la carne en el asador para llevarnos de la mano al éxtasis –“Unstoppable”, recuperada de su anterior álbum Blood-.
Cuando apenas llevaba una hora y poco sobre el escenario, se despide y deja al público expectante de alguna otra composición (¿Tokyo?) que hubiera supuesto una perfecta guinda de pastel a un directo austero si bien efectivo en el que Lianne La Havas decidió prescindir de toda explicación del sentido de las canciones, para ir encadenando una tras otras sus composiciones -ya no precisa de versiones como “Say a Little prayer” de Aretha Franklin para enganchar a los asistentes-, liberando ese espacio mental a cada oyente para apropiarse de ellas en el sentido que crea conveniente. Al fin y al cabo, quien ha experimentado un rechazo, una amistad o un desenamoramiento en primera persona, puede sentirse protagonista de cualquiera de sus canciones.