Texto: Jacobo Rivero / Fotografía: Baronesa Nica de Koenswater cortesía de Kareem Abdul-Jabbar
Lorraine Gordon dejó el Vanguard y su vida, era lo mismo, en 2018. Luchadora empedernida, neoyorquina de rompe y rasga, defensora del poder de la música, su aura se siente todavía en cada concierto y en cada uno de los discos que se grabaron en su local. Ella está siempre presente en el mítico club de Nueva York Village Vanguard. El legado, como epicentro del respeto por el arte reflejado en sus paredes, continúa. Thelonious Monk murió en 1982, pero su imponente presencia y la fuerza existencial de su música todavía despuntan desde la vanguardia. Hay gente que se marcha, para quedarse eternamente.
En estos últimos meses son varios los nombres que se podrían añadir a la lista. Muchas personas queridas cuya ausencia añade cicatrices. Habrá un antes y un después de la COVID-19. Village Vanguard se ha adaptado a las circunstancias del confinamiento cultural a través de conciertos en streaming. Calidad de imagen y sonido, con voluntad de apoyo a la comunidad de músicos, en un abrazo de intereses comunes. Pero falta el público que acompaña complicidades. Las salas de música en vivo son lugares de tránsito compartido que dejan poso, su cierre forzado es una noticia lamentable, una puñalada a su propio sentido.
En la cocina de Village Vanguard, en marzo de 1966, Thelonious Monk se encontró con Lew Alcindor. Lew tenía 18 años, era un muchacho espigado que alcanzaría los 2,18 de altura, nacido en Harlem y prometedora estrella del baloncesto universitario estadounidense. Su sonrisa apuntaba ya muy alto. Monk también era un tipo grande, que rondaba los dos metros de altura y que al frente del piano, viajaba por cantidad de paisajes existenciales embutido en su propio personaje. Con mirada oblicua y cigarro. De su cabeza salía humo, desprendía magnetismo Unos años después, Lew Alcinor cambiaría su nombre por Kareem Abdul-Jabbar, ejecutaría un gancho que acariciaba el cielo, jugó en un quinteto mágico de la NBA y está considerado un referente por su compromiso dentro y fuera de la cancha.
El encuentro entre ambos lo fotografió la baronesa Nica de Koenswater. También asidua del club. La antigua cocina ahora es vestuario de músicos y personal, lugar de intercambio de bromas y anécdotas. Hay aromas que conectan todas las épocas de un local abierto desde 1934 . Lorraine Gordon fue su histórica dueña durante décadas. 1966 fue el año de creación del partido Black Panther. Entones, como ahora, el racismo era sistémico. En 2006 Kareem Abdul-Jabbar dio una conferencia en The National Jazz Museum of Harlem[1]. La institución programa habitualmente conversaciones con personalidades de la comunidad jazzística. El formato es un lujo para el espectador, el ambiente es distendido y la pasión por la cultura es característica de un espacio mayúsculo. La charla de Jabbar estuvo plagada de historias y referencias musicales y deportivas. En un momento del encuentro preguntaron al mítico center sobre cómo eran los deportistas que llegaban a la NBA en el inicio del siglo XXI: “Los jugadores más jóvenes, como la generación más joven en las ciudades en general, no están recibiendo el tipo de base educativa que necesitan. No entienden la evolución de Malcolm X y el significado del Dr. Martin Luther King, Jr.”
Han pasado 54 años del encuentro de Monk y Kareem en la cocina del Vanguard y 14 desde la charla de Jabbar en el Jazz Museum de Harlem. Muchas cosas han cambiado. Vivimos en medio de varias pandemias desgarradoras. La violencia policial y la discriminación sistémica continúa en el día a día de la comunidad afroamericana. La desigualdad es norma en un mundo en crisis. La lista de abusos a la justicia social durante siglos es interminable en los cinco continentes. Black Lives Matter es quizá el movimiento social más grande de la historia de Estados Unidos.[2] Un grito que siempre estuvo presente en el jazz, desde su nacimiento. Un reclamo que también es atronador ahora desde las canchas de baloncesto.
Cada uno desde su particular lugar en el mundo -Lorraine, Monk y Kareem- aportaron su ritmo de liberación individual y colectiva, en el que la música era parte esencial de sus vidas. Ayer y hoy las salas de música en vivo son refugio de tolerancia y complicidades. Ojalá pronto vuelvan y renazcan con fuerza en Nueva York, Harlem, Estambul o la Cañada Real. No es una cuestión de prioridades, sino de emergencia global compartida en estos tiempos de sorderas institucionales y muros de hormigón políticos. Será una buena noticia para el género humano si muchos sonidos diversos suenan con energía propia tras esta pandemia de miedos y silencios forzosos, sin olvidar la memoria y el legado de las personas y los lugares ausentes.
[1] http://www.jazzmuseuminharlem.org/oldsite/archive.php?id=324
[2] https://www.nytimes.com/interactive/2020/07/03/us/george-floyd-protests-crowd-size.html
Jacobo Rivero es periodista y escritor. Ha publicado en medios como El País o El Salto. Entre 2015 y 2019 trabajó para el Ayuntamiento de Madrid como Director de Comunicación de Madrid Destino, desde donde impulsó y coordinó la creación de la radio M21 o la celebración del International Jazz Day que promueve UNESCO. Fue alumno del curso de Crítica Musical de la Escuela de Escritores de Madrid y desarrolla labores como ayudante de dirección, apoyo en guion y entrevistas para cine documental, donde ha trabajado con directores como Javier Corcuera o Fernando León. También colabora con diversas instituciones públicas y festivales como asesor de contenidos. Es autor de varios libros sobre cultura, deporte y política.