Noches del Botánico (10/07/2019)
Por Miguel Valenciano. Fotografías de Kplan.
El particular combo que actuó en el Jardín botánico Alfonso XIII en esta cálida noche de Julio congregó a un público, entusiasmado por la expectativa, que casi llenó por completo el recinto. Con el sol despidiéndose, los primeros en presentarse sobre las tablas del escenario de Noches del Botánico fueron los Blind Boys of Alabama, el longevo conjunto vocal cuya primera formación data de 1939. Aunque su carrera consta de innumerables referencias discográficas, el repunte que les proyectó hacia las nuevas generaciones se dio a principios de los años 2000, cuando recibieron el premio Grammy al mejor álbum de góspel, a la vez que publicaban junto a Ben Harper “There Will Be a Light”. Tal abrumadora trayectoria, unida al carisma, la simpatía, la elegancia y la buena energía que emanan los ya ancianos músicos, conquistó a un público entregado desde el primer momento.
Mientras que, individualmente, unos han perdido más facultades vocales que otros (inevitable el paso del tiempo), en conjunto siguen sonando poderosos, conservando el feeling de ese góspel macerado en blues tan difícil de reproducir. Tras tres canciones, durante las que se repitieron las ovaciones, especialmente dedicadas al espectacular falsete de una de sus miembros, se les unieron sobre el escenario los malienses Amadou & Marian. Como reflejaba el documental “From Mississippi to Mali” (de la colección de películas que Martin Scorsese dedicó al blues), la música del sur de EEUU y Mali está estrechamente ligada por sonoridades, códigos y una raíz común, que se diluyeron en una mezcla homogénea y fluída, envuelta en una noche que ya se cernía sobre el jardín. Hubo lugar para disfrutar y bailar con Amadou y Marian, mientras los de Alabama se tomaban un descanso, antes de encarar un último tramo de concierto, con todos juntos de nuevo sobre el escenario. Tanto el set como el combo resultaron atípicos, pero sorprendentemente coherentes, como así supo reconocer un público cuya sonrisa generalizada reflejaba complicidad y agradecimiento por haber vivido un momento único.
MACY GRAY
He de confesar que, como muchos de los que allí nos reunimos, a priori sólo podía recordar un par de canciones de la estadounidense, pero había una gran expectación por ver cómo se desarrollaba el show. Sobre el escenario, batería, bajo, corista y una gran colección de teclados manipulados por dos excepcionales músicos, conformaban la banda de esta diva del nu-soul, si es que tiene algo de sentido etiquetar su repertorio. Este, desarollado casi sin pausa, discurrió por los derroteros de un sinfín de influencias musicales, todas tamizadas con gusto y contundencia hasta redondear un set compacto. Sonó a soul, a hip hop, a electrónica, reggae, jazz… con una Macy Gray que caminaba con cierta actitud desgarbada, pero con un magnetismo innegable.
Y así fue que, tema tras tema, sorprendentemente pude reconocer muchos más himnos de los que imaginaba haber escuchado anteriormente, incluidas dos acertadísimas versiones que enloquecieron al público: un “Nothing Else Matters” (Metálica) en clave de jazz y “Creep” (Radiohead), que la audiencia coreó con entusiasmo.
Tras casi hora y media de show, Gray convenció, porque aun sin ser la voz más dotada (no tiene el rango, el vibrato o el desgarro de otros cantantes del género), posee una textura inimitable que explota mucho más allá de sus posibilidades, y contiene la verdad que otros intérpretes apenas rozan. Terminó, como no podía ser de otra manera, con “I Try”, ese gran éxito que todos conocíamos y que, aun gustando, resultó no ser lo mejor de toda la excelente música que la banda expuso.
Mereció la pena redescubrir a Macy Gray, que no parece entregada a la autocondescendencia, algo que es de agradecer. Que vuelva todas las veces que hagan falta.